El tercer libro de Olivia Teroba, ‘Pequeñas manifestaciones de luz’, cuenta en ocho relatos la construcción de la esperanza aun en situaciones complejas, difíciles, violentas
Texto: Richard Godin
Foto: Oswaldo Ruíz
CIUDAD DE MÉXICO.- “El mundo es de un negro profundo, más hondo que cuando se cierran los ojos”. Éste es el mundo que cuenta Pequeñas manifestaciones de luz, la tercera novela de Olivia Teroba. “El exterior, lo que ve cada mañana en la pantalla: gente desesperada por conseguir alimentos o algo con qué abrigarse, un territorio en guerra”. En ocho relatos, la escritora mexicana de 33 años, originaria de Tlaxcala, enfrenta a estas protagonistas -en su mayoría mujeres de distintas edades- a una cotidianidad violenta y desoladora, pero muy real.
Las historias se suceden y no se parecen. Cada una de ellas trata un tema específico en pocas páginas y es posible leer cualquiera de los relatos cortos antes de otro. La excelente narración permite apropiarse de los personajes y llegar al meollo de la cuestión con eficacia. Por ejemplo, el secuestro y posterior asesinato de una madre que se había convertido en activista medioambiental. Dramas que hacen que otra familia se traslade al campo para huir de la violencia, en vano. También hay otros síntomas de brutalidad cotidiana, como la violencia doméstica y la cuestión del estatus de la mujer en la sociedad, que aparece varias veces.
La elección de personajes femeninos en la mayoría de los relatos no es anecdótica, ya que permite un enfoque diferente de los temas. “Un sitio adonde ir” habla de la homosexualidad de Erika, pero también de la elección imposible en su vida y de su obligación de casarse con Ignacio. También está la historia de Valeria que, tras la muerte de su abuela, va en busca de su padre desaparecido. Acaba en Ushuaia, en el fin del mundo, donde tiene que enfrentarse al racismo de los habitantes. Allí, su padre es visto como un hippie, un loco, un mago. La vida de un hombre se convierte en la vida de todos los mexicanos. Como explica Pablo, un joven del pueblo : “Mirá, te explico, a mí me gustaría ir a México y probar el peyote, ver las ruinas mayas, la cosa es que el lugar de donde vos venís es muy mágico; pero después de conocer a este señor, no sé”. Una generalidad perversa que funciona en ambos sentidos, ya que para el hermoso cielo argentino lleno de estrellas : “Esas no se ven de tu lado del mundo”.
El libro aborda la violencia cotidiana a la que todo el mundo se enfrenta (o se ha enfrentado) y va más allá. “Agorafobia”, la sexta historia, aborda una de las consecuencias poco conocidas de esta violencia. Camila vive encerrada en su piso con miedo al exterior : “El mundo afuera es extremadamente tóxico: ozono, dióxido de azufre, monóxido de carbono, dióxido de nitrógeno, plomo, el sol que calcina la piel. Además, la gente dispuesta a hacerte daño a la menor oportunidad para robarte”. La empatía y los sentimientos por los personajes se mezclan con el trato frío de la violencia. Un equilibrio que nos permita seguir siendo verdaderos, entender y sentir el mal sin caer en lo inverosímil.
Además, la mayoría de las historias tratan de una relación entre dos personas que, la mayoría de las veces, no va bien. Este es el caso de “Los 72 nombres de Dios” donde la separación entre Alan y Natalia pone de manifiesto el mayor privilegio de los ricos : el de poder protegerse más de este mundo violento. En una cafetería situada en la frontera entre los barrios ricos y pobres, Alan pasa sus días observando las diferencias y sacando conclusiones sobre su relación. “Quizá el trasfondo del asunto con Natalia era el dinero”.
Finalmente, el último relato es el que deja claro el título del libro. Ximena acabó en el hospital tras sufrir un accidente de tráfico en un autobús público. Su cuerpo ya no funciona, ya no puede hablar, ya no puede entender lo que escribe y está perdiendo la memoria. Pero en este mundo al que ya no pertenece, está luchando. A partir de esta fuerza de carácter cuando ya nadie cree en ella, se convierte en esa pequeña manifestación de luz que hemos estado esperando desde el principio. Una iluminación que recuerda a las de los relatos anteriores y que en conjunto exponen esa construcción de la esperanza en las peores situaciones. “El mundo se puede volver algo muy raro de repente, pero sigo aquí y sigo siendo Ximena y eso es lo que importa, ¿verdad que eso es lo que importa?”.
Pequeñas manifestaciones de luz, Olivia Teroba, Dharma Books, “El vuelacercas”, 128 pp., $240.
Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona