Al comienzo del siglo 20, Colombia tenía 14 glaciares distribuidos en las tres cordilleras. Hoy solo quedan seis montañas nevadas: dos sierras y cuatro volcanes. Uno de ellos, el nevado Santa Isabel, dejó de ser catalogado como glaciar en 2023; ha perdido casi toda su cobertura de nieve y el último pico está por desaparecer
Texto: Daniela Luque / IPS
Foto: Rafael Serrano Esguerra
COLOMBIA. – En noviembre del 2023 el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam) publicó los resultados del Estudio Nacional del Agua (ENA), que tiene como objetivo dar un panorama general del estado de los cuerpos hídricos del país.
El estudio augura una disminución significativa de la cobertura blanca, que indica que las montañas nevadas que quedan en el país desaparecerán parcial o totalmente en las próximas décadas.
Es complejo calcular el plazo exacto en el que se dirá adiós a estos gigantes, debido a la dificultad de monitoreo y seguimiento de su comportamiento, y al acelerado derretimiento que se ha dado en los últimos años.
Pero se calcula que para finales de siglo Colombia habrá perdido todos los glaciares que hoy adornan el territorio. Para algunos expertos/as, este plazo podría ser todavía más corto.
A inicios del siglo XX, Colombia contaba con 14 glaciares distribuidos en las tres cordilleras.
Al día de hoy, solo quedan seis montañas nevadas: dos sierras y cuatro volcanes. Uno de ellos, el volcán nevado Santa Isabel, dejó de ser catalogado como glaciar durante el 2023, pues ha perdido casi la totalidad de su cobertura de nieve, y el último pico (glaciar Conejeras) está por desaparecer.
Así lo asegura Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNN), la autoridad ambiental de las 65 áreas protegidas del país.
De acuerdo con los datos publicados por la institución, el reciente paso de el Fenómeno del Niño, aceleró el proceso de derretimiento de la poca cobertura blanca en el Santa Isabel.
En los últimos 100 años, Colombia dijo adiós a ocho volcanes nevados.
Este siglo de despedidas arrancó con el volcán Puracé que perdió su manto en 1940. Luego le siguieron el volcán Galeras y el volcán Sotará, que antes de finalizar la década, en 1948, terminaron de deshelarse.
Dos años más tarde, en el 50, el volcán Chiles perdió su última porción de hielo, y solo una década después, el Cisne, el Quindío y el Pan de Azúcar se revistieron de ”roca pelada”. El último grande en desaparecer fue el Cumbal, que para 1985 perdió su superficie glaciar.
Así, de 347 kilómetros cuadrados de glaciares que tenía Colombia hace 80 años, hoy quedan menos de 34, según datos del Ideam.
Para Jorge Luis Ceballos, glaciólogo colombiano y profesional del IDEAM, la cobertura blanca de los glaciares, y su rápida pérdida, son un indicador de la forma acelerada en la que los seres humanos hemos cambiado las condiciones de vida dentro del planeta.
Si bien Ceballos, como muchos otros expertos/as, reconoce que el derretimiento de los glaciares es una transformación que ocurre dentro de los ciclos normales de la Tierra, también corrobora que la huella antropogénica (la de nosotros los seres humanos) ha acelerado este proceso.
Siguiendo las señales de los glaciares como estos grandes indicadores de transformación, Ceballos asegura que “los glaciares están respondiendo a las nuevas condiciones de la atmósfera baja, donde todo se está acomodando y distribuyendo. Están cambiando su estado de sólido a líquido y esto es impactante, porque las montañas blancas impactan, y ver que se están desvaneciendo… es una pérdida del patrimonio ambiental”.
Formalmente, según el Ideam, los glaciares cumplen varias funciones: la regulación del ciclo hídrico y del clima, el almacenamiento de agua y el resguardo de la biodiversidad.
Particularmente en Colombia, los glaciares son altamente sensibles a los cambios en la capa más baja de la atmósfera (troposfera), que es la más afectada por el cambio climático y los gases de efecto invernadero (GEI). Esto pasa, porque en el país los glaciares tienen dos particularidades debido a su posición geográfica: son ecuatoriales y tropicales.
Siguiendo los datos otorgados por el Ideam en una de sus capacitaciones para guías profesionales, los glaciares en Colombia, al estar cerca al trópico de cáncer y a la línea ecuatorial, son “pequeños y bajitos, muy sensibles al clima y sus variaciones y están fragmentados en varios puntos de la montaña”.
Es por eso que Ceballos, coincidiendo con otros expertos/as, afirma que solo en algunas décadas los glaciares podrían desaparecer porque “el daño ya está hecho, es muy difícil revertirlo y para lograrlo tocaría cambiar el sistema”.
El Estudio Nacional del Agua (ENA) destaca que el cambio climático es el principal responsable del acelerado derretimiento de los glaciares en el país.
Sin embargo, el informe también subraya que hay otros factores que contribuyen a este proceso, como es el caso de la deforestación en áreas circundantes a los nevados, que al incrementar la pérdida de cobertura vegetal en algunos ecosistemas de alta montaña, reduce la capacidad de los ecosistemas para retener humedad y contribuye al calentamiento global.
Dicho desequilibrio contribuye al deshielo de los cuerpos blancos.
De igual forma, el estudio resalta que otras actividades humanas como la minería y la agricultura intensiva en diferentes zonas del país generan emisiones de GEI adicionales, que exacerban el calentamiento global y alteran los patrones de precipitación, reduciendo la capacidad de los nevados de generar y conservar masas sólidas de hielo.
Por otra parte, Ceballos cuenta que en el país hay poca capacidad tecnológica y humana para llevar un registro y un adecuado monitoreo del estado de los 6 glaciares restantes.
Sin embargo, algunos tienen un seguimiento más constante y preciso, como es el caso del nevado Santa Isabel, al que se le ha hecho un seguimiento riguroso durante los últimos años.
De acuerdo con Ceballos, este seguimiento, que ha sido llevado a cabo en su mayoría por él como profesional del Ideam, ha requerido más de 200 subidas al glaciar y el uso de cámaras y otros equipos que le permite saber, incluso, qué tan rápido se derrite la nieve que eventualmente cae sobre la montaña.
Según la caracterización de cuerpos blancos del Ieam, Colombia alberga 53 % de los glaciares ecuatoriales del planeta. Por esto, Ceballos asegura que esta situación es una posibilidad para “entender el comportamiento y pérdida de estas montañas tan especiales y únicas”.
Por otra parte, lograr el registro, seguimiento y estudio del comportamiento de los glaciares en Colombia requiere de equipos de punta y tecnología de alto nivel, de la que en ocasiones no se dispone.
El Ideam, Parques Nacionales, algunas corporaciones autónomas, organizaciones de la sociedad civil y la comunidad científica y local han documentado la vida y pérdida de los glaciares en el país.
Pero para Ceballos aún falta más acompañamiento e interés, pues “desde que yo empecé a estudiar los glaciares han habido muchos convenios de cooperación internacional que han dado dinero y se ha logrado instrumentar muchas partes de la alta montaña, pero mantenerlas en el tiempo ha sido muy complicado”, afirma.
Aunque popularmente se cree que un glaciar que se derrite “se muere”, el comportamiento de los nevados que han desaparecido en Colombia demuestra – de cierta manera – que la Tierra es resiliente y se transforma.
Las cumbres de las montañas han quedado descubiertas debido al deshielo y con el paso de los años se han recubierto con especies de páramo que poco a poco colonizan las hectáreas de “roca pelada”, dando paso a nuevos ecosistemas y formas de vida, como es el caso del paramillo que hoy cubre la superficie de lo que fue el nevado del Quindío.
Yober Arias, director de la organización Cumbres Blancas, asegura que los glaciares son “héroes que dan hoy su vida por otros ecosistemas”. Destaca también la importancia de que en el país se implementen alternativas de educación y registro que garanticen el cuidado y conservación de todos los ecosistemas de alta montaña, incluidos el páramo y el bosque alto andino, que según los datos del ENA son los que sustentan el recurso hídrico del país.
Según Arias, a diferencia de países como Bolivia o Argentina, los glaciares en Colombia no aportan significativamente al recurso hídrico, salvo en el caso de algunas comunidades que viven en las faldas de las montañas.
Esto se debe a que en Colombia el agua está garantizada hasta en 70 % por los 37 páramos que se encuentran en territorio nacional, según los datos otorgados por el Ministerio de Ambiente.
En ese sentido, para Arias mantener el equilibrio y garantizar la conservación de los ecosistemas que florecerán en las cumbres de las montañas que hoy pierden su manto blanco, es la mejor forma de homenajearlas, al mismo tiempo que permite garantizar la seguridad hídrica del país y la preservación las especies que habitan la alta montaña.
Todo ello sin desconocer que la pérdida de glaciares representa un desequilibrio para otros ecosistemas, así como una importante pérdida para la ancestralidad de algunas comunidades indígenas y campesinas.
Adicionalmente, Arias destaca el impacto que este proceso tiene sobre los deportes de alta montaña, el turismo y, en general, en el patrimonio ambiental del país.
Pese a la capacidad de resiliencia de la Tierra, de renacer y dar paso a otras formas de vida, el declive de los glaciares significa mucho más que perder una capa de hielo.
Recientemente, en abril de 2024, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) publicó el documental Hijos del hielo, una producción que narra el valor espiritual y paisajístico de las montañas nevadas, y que explica la relación que tienen comunidades, familias, científicos/as, caminantes, montañistas, guías turísticos/as y demás actores que habitan y recorren los glaciares del país.
Maria Teresa Blanco Ibáñez, socióloga y caminante de la Sierra Nevada de Güicán y El Cocuy, alude al documental para destacar que muchas de las personas que han vivido al borde de estos glaciares, que se consideran hijos/as de las montañas, han atravesado diversas situaciones que han fragmentado su relación y su forma de habitarlas.
Uno de estos procesos fue la “territorialización” que se dió con la delimitación ligada a la fundación de Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNN) en 2011.
Con este proceso se limitaron los senderos que se pueden recorrer dentro de cada una de las áreas protegidas, que, para el caso de El Cocuy, se reduce a tres senderos con diferentes dificultades de ascenso.
Si bien este proceso permite a las autoridades competentes tener control sobre el ingreso a los parques, así como una regulación del turismo dentro de ellos, son limitantes que han fragmentado la relación sistémica y espiritual que las comunidades tienen con las montañas que habitan y los servicios que ellas les brindan, según narra Blanco en la monografía «Desvelando el impacto de la territorialización: explorando el parque nacional natural El Cocuy a través de las experiencias de mujeres guías».
Como consecuencia de este proceso, muchas de las comunidades aledañas a los nevados y sierras viven hoy en día del turismo.
Para ello, Parques Nacionales y el Ideam brindan capacitaciones que permiten a las personas formarse como guías o intérpretes ambientales y certificarse.
Para Blanco, esta es una oportunidad para las comunidades de recibir ingresos económicos y subsistir, pero también es el mecanismo que han encontrado para regresar a las montañas, después de las normas dadas por las entidades competentes.
Aún cuando estos procesos han significado importantes cambios, ninguno de ellos es tan significativo como la transformación que se ha dado en estos senderos a causa del derretimiento constante y acelerado de los “cucuruchos” blancos de las montañas que, a lo largo de los años, vieron nacer a tantos hijos.
De acuerdo con Blanco, comunidades campesinas, indígenas e incluso otros actores que han tenido una relación especial con la montaña (caminantes, fotógrafos/as, montañistas, deportistas, entre otros) están en duelo constante por la inminente despedida que les espera.
Blanco, quien ha trabajado con comunidades en el centro del país, asegura que “en este momento el impacto más grande es emocional, porque hemos visto como año a año se va yendo y hay que hacer un duelo de eso tan lindo, tan importante y tan inofensivo que se va a acabar”.
Como investigadora y caminante de estas montañas, Blanco afirma que hay un “apego” entre las comunidades y la montaña que trasciende la relación física con esta y sus servicios ecosistémicos y, por tanto, su pérdida tiene un impacto que no se puede calcular con números.
Por su parte, líderes indígenas en diferentes partes del país han expresado su preocupación.
Según una crónica realizada por National Geographic en 2019, para el pueblo de los arhuacos, la Sierra Nevada de Santa Marta (Chundúa, por su nombre ancestral) es el centro de toda la vida.
«Para ellos, el macizo se trata de una persona completa con pies, cabello y pliegues íntimos como los de la cadera. Tiene senos, venas y, lo más importante, la facultad de pensamiento encerrada en su nieve y hielo”, se afirma.
Gena Steffens, antropóloga e investigadora de la revista, destaca que la pérdida del glaciar significa una ruptura importante en términos ancestrales para algunos integrantes de la comunidad.
Son muchas las personas que han conectado con los glaciares en Colombia y que hoy ven con nostalgia cómo desaparece su abrigo blanco.
Comunidades, científicos, montañistas, fotógrafos y caminantes se niegan a decir adiós a la sierra que despliega su falda sobre el mar Caribe, a los volcanes que acompañan el amanecer en Ibagué y Manizales, a la sierra de El Cocuy, donde cada caída de nieve es un grito de esperanza, o al del Huila, considerado uno de los más salvajes del mundo.
Este artículo se elaboró con el apoyo de Climate Tracker América Latina y fue publicado en IPS. Aquí puedes consultar la versión original.
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