“Chocamos contra un aparato altamente sofisticado que ha logrado convencernos de la resignación”: Buen Abad

27 febrero, 2023

La maquinaria ideológica del capitalismo nos ha sumido en la resignación. Aceptamos la dominación sin rebelarnos. Las demandas populares son ahora utilizadas por los grupos de poder. El filósofo Fernando Buen Abad explica las claves para entender y enfrentar esta ecuación:

Texto: Alejandro Ruiz

Fotos: Daliri Oropeza

CIUDAD DE MÉXICO. – Diseccionar la batalla por las ideas que vivimos no es una tarea sencilla. Las demandas sociales y políticas que han acompañado las luchas populares parecen haber cambiado de bando. Lo mismo la enarbolan los pobres, que aquellos que han provocado la crisis.

Un ejemplo de esto es la marcha del INE: bajo el pretexto de defender la democracia, la vieja elite que mantuvo durante décadas el poder salió este domingo a las calles, en oposición a un gobierno elegido por las mayorías; su discurso cala hondo en las resentidas necesidades del pueblo.

Esto no solo ocurre en México. En otras partes del continente, iglesias, políticos de derecha y empresarios han movilizado a millones para derrocar gobiernos que se asumen progresistas. A su lado, paradójicamente, marchan también grupos de esas mayorías que, en algún momento, paliaron el hambre y la desigualdad con las políticas de esos gobiernos.

¿Cómo entender estas movilizaciones? ¿Por qué los pobres salen junto a sus explotadores? La respuesta no es sencilla, pero es parte de una lucha a muerte entre dos visiones del mundo. Una disputa de las narrativas, pero también de la hegemonía, dice en entrevista con Pie de Página, el filósofo Fernando Buen Abad.

La disputa por el sentido

– ¿Cuál es tu lectura sobre esta disputa de la hegemonía y las narrativas, que parece repetir un patrón en toda la región?

– Siempre hay una necesidad de caracterizar el escenario en el que estamos viviendo, lo que yo insisto en priorizar como la disputa por el sentido. El capitalismo ha entrado en una fase de guerra acelerada en la que ellos (quienes tienen poder) entendieron que tenían que ejercer el control de la velocidad y la oblicuidad de los mensajes. Han desarrollado mucho la tecnología de sus armas de guerra ideológica, y han puesto mucho énfasis en las tecnologías de la comunicación, que en realidad son instrumentos de transmisión y de imposición de sentido, con muy alta capacidad de ubicación en el mundo, a una velocidad realmente sorprendente. Y han logrado, a contrapelo de lo que señalan los informes mundiales más destacados -como el McBride, que dice que este es un solo mundo con voces múltiples-, a contrapelo del respeto por las diversidades, la conformación de un mundo con discursos únicos; de estética única; de modelos de consumo estandarizados y modelos de enunciación estandarizados, estereotipados al calor del culto a la mercancía, de la acumulación de capital.

Una caracterización general de la situación nos lleva a una situación de incertidumbre, de desorientación, de muchas dudas frente a la pregunta de qué hacemos ante el proyecto que unifica y que multiplica estrategias de publicidad por los medios digitales, por las redes sociales. Esto también debería ser obediente a las preguntas de ¿qué queremos?, ¿qué buscamos?, ¿en qué tradición humanística, o humana, filosófica, política nos inscribimos? Y ver ¿dónde quedó el archivo histórico de las luchas emancipadoras de la humanidad?, ¿dónde la búsqueda por la libertad de los pueblos, por sus identidades?, ¿dónde la historia de las luchas por la justicia social?

¿Algo nuevo qué decir?

Nos planteamos el problema de por dónde encontrar un hilo conductor ante esta maraña compleja que nos ha impuesto la dominación mediática y cultural en el mundo. Una primera respuesta es que, para poder pisar algún territorio en la disputa por el sentido, deberíamos también interpelarnos, interrogarnos de manera autocrítica, sobre nuestra capacidad de relato, de la producción de un relato nuestro, de si estamos a la altura de las circunstancias, si realmente tenemos algo nuevo dicho de manera nueva. Si tenemos algo para contestar en la batalla simbólica, en la disputa por el sentido, que cumpla con un proyecto de sentido nuevo, de actualización de las importantes herencias y tradiciones al respecto.

Este es un campo de trabajo complejo, en el que nosotros clavamos ahí discusiones, trabamos litigio teórico, político, académico, científico, sobre la revisión de la producción de relato, de discurso, de narrativa en el presente. Pero ¿qué está pasando con el relato nuevo, con el relato nuestro, a diferencia de con el relato hegemónico? ¿Qué tanto esas voces (de personas que luchan) también han sido infiltradas por los estereotipos hegemónicos?

No estamos liderando una corriente fuerte de narrativas nuevas, o de narrativas emancipadas y a su vez emancipadoras. Entonces, estamos en esa discusión, entre otras muchas, al respecto de interpelar nuestra capacidad narrativa contrahegemónica, o antihegemóica, o emancipadora o humanista, o como quiera llamársele, frente al modelo mercantil del discurso único y a la noción única del mundo.

Semiótica para la emancipación

Hoy, en el escenario de América Latina, la gran discusión que tenemos es ¿por qué tenemos la incapacidad histórica de la unidad? ¿por qué no es posible que nos sentemos a conformar un frente único en el que participemos con nuestras diferencias de objetivos comunes? ¿Por qué no somos capaces de construir una gran fuerza de acción y de organización, siendo que somos la inmensa brutal mayoría del continente, los que tenemos las condiciones más adversas, pero además las condiciones más humanistas?

Estamos chocando contra un aparato altamente sofisticado de manejo psicosocial, psicoeconómico, una maquinaria semiótica que ha logrado convencernos de la resignación. Esta derrota ya nos convenció de que, como no es suficiente tener la derrota militar, como no es suficiente tener la bota de los militares en el cuello, encima quieren convencernos de que nosotros pensemos de que ellos siempre han tenido la razón de tratarnos así, de reprimirnos, porque somos peligrosos, porque somos maleducados. Pero, además, hay sectores convencidos de que eso hay que agradecerlo, y encima eso hay que considerarlo como la mejor herencia para nuestros hijos. Enseñar a los hijos a ser resignados, dóciles, mansitos: a avenirse a lo que hay de manera resignada.

La guerra ideológica ha sido muy eficiente, y nosotros no logramos tener metodologías suficientes, ni laboratorios de lucha semiótica. No estamos construyendo nosotros una corriente continental de semiótica para la emancipación. Una corriente de semiótica emancipada de sus propios lastres ideológicos turbios para poder acceder a un instrumental emancipado y, al mismo tiempo, emancipador.

Desarmar la bomba

– Pareciera que estamos viendo en el mundo que las viejas narrativas cada vez se están actualizando con los mecanismos de difusión, pero siguen siendo los mismos conceptos, mitos, relatos desde hace más de un siglo…

– Es una pregunta compleja. Primero necesitamos hacer un estudio a fondo de eso que llamamos los viejos relatos. Algunos de ellos fueron muy exitosos para los intereses para los que sirvieron y a los que sirven. ¿En qué se fundamenta el éxito de corrientes narrativas como algunas que se presentan en el campo de la música, del cine, o en el campo de las teleseries, que ahora son como un furor en todo el planeta?, ¿por qué y cómo esa estrategia del relato llamada serie tiene lo que tiene, en términos de éxito narrativo y de construcción de sentido? Netflix mismo debería ser un objeto de estudio, de laboratorio de investigación, cuanto que se sustenta, por ejemplo, en un filoni ideológico tan antipolítico. No he visto hasta ahora una serie de Netflix que no sea antipolítica furibunda. Entonces, el concepto de éxito narrativo necesita un trabajo de fondo que nos permita ver la bomba, qué contiene, y ser capaces de desarmarla y analizar los contenidos. Porque atrás de esos relatos hay expertos en diseño de estrategias comunicacionales, no tengo ninguna duda de que hay laboratorios, lo que llaman think thanks, que asesoran, dirigen, proponen las orientaciones narrativas. Porque para ellos es de vida o muerte en sus negocios, en sus imperios mediáticos, esta cosa que llaman el éxito.

Está claro que el éxito de ellos, en nosotros significa debilidad, en más de un sentido. Y sí que me parece interesante ver que en los discursos que son contrahegemónicos también encontramos propuestas narrativas nuevas, algunas que abrevan de tradiciones muy importantes. En la literatura, por ejemplo, hoy hay corrientes de ensayistas que están trabajando en herencias del ensayo literario, del ensayo periodístico, y que han tenido mucha capacidad de llegada y multiplicación, no solamente por los medios, sino principalmente por los contenidos.

Habría qué indagar, en ese otro sentido, ¿cuáles son las puntas que nos orientan en los éxitos que hay, por ejemplo, en el mundo de la artes plásticas? Sí que los hay, también en la poesía y la novela, desde luego también en las experiencias de Tik Tok, o en las experiencias de Facebook o Twitter, ahí es donde hay ingredientes y componentes contrahegemónicos básicamente anticapitalistas, o antiimperialistas, que de alguna forma u otra proponen pensar un mundo diferente sin la dictadura del capital.

El mapa de las subjetividades

Ese trabajo no lo estamos haciendo. Nosotros estamos bocetando aquí en el Instituto (se refiere al Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad de Lanus, en Argentina) lo que entendemos como un mapa de las subjetividades en América Latina. Lo que tratamos de ver es qué relatos predominan en toda la región. Por ejemplo, la capa más fuerte, más gruesa y más compleja que vemos es que tenemos un continente tapizado de iglesias, todas las que podamos imaginar de cabo a rabo, de la viejas a las nuevas, tienen presencia, tienen dominio, tienen hegemonía y control territorial, y hoy mismo están decidiendo cuestiones políticas de envergadura significativa como en Brasil. Ahí hay un campo ideológico que ha tenido experiencias comunicacionales: desde los predicadores con las canciones, con las reuniones, desde las estrategias de dominación sobre las asambleas sociales de base, hasta la edición de películas. Ese es un campo de subjetividad que nos interesa mucho.

Tenemos pueblos originarios en todo el continente con diversidad de visiones, con cosmovisiones totalmente distintas, con lenguas que tienen campos semánticos y sintácticos muy diversos. También deberíamos tener nosotros a la vista ese campo de complejidad expresiva, para poder entonces, con una mediana nitidez, atinar a bocetar algunos rasgos de por dónde tendría que caminar el relato nuevo, o el relato renovado.

Escuchar las agendas de las luchas

La pista más fuerte que tenemos hasta ahora la dedujimos, más que por la evidencia, por la ausencia. En los relatos dominantes, o predominantes, tanto del mundo mercantil como de la política, predominan las figuras del individualismo o del empirismo o el pragmatismo, hablando siempre en función de la interpretación individualista de la realidad, el mundo, y la definición de la vida. Lo que no se ve, dicho de manera general y amplia, es el relato que están proponiendo los pueblos en lucha, la agenda de las luchas sociales.

Desde una huelga, por ejemplo, de trabajadores metalúrgicos en Venezuela que encontraron en una obra de teatro la manera de contar la batalla que están dando en el campo simbólico en el que están metidos; hasta algunas de las experiencias de los mapuches en el sur de Argentina; o la de algunos compañeros que en el norte de Canadá, en Toronto, que están dando una batalla interesante sobre el problema de la inflación, que hoy por hoy es un concepto que está en la cabeza de toda la clase trabajadora de todo el continente porque le pega directamente al poder adquisitivo, a los ingresos y a la calidad de la vida de las personas. Es un tema del sentido sobre una base semántica muy poderosa.

Hay una clave que nos parece digna de considerar: las luchas en el campo de la artes. El arte vinculado a la sociedad parece que se está quedando en un callejón sin salida, y ahí hay batallas muy interesantes donde salen voces, donde salen enunciados, donde salen consignas, proclamas de la propia organización de los trabajadores y de los frentes, donde veo que hay un caldo de cultivo muy rico para abrevar en esto que estamos suponiendo que es como el alma mater de donde tiene que salir o emerger la construcción de los relatos nuevos.

El trabajo que hay qué hacer es acercarse a escuchar las agendas de las luchas sociales y las bases; porque ahí está saliendo, ahí se está construyendo o ahí está sembrado el germen de ese relato que, yo creo que en el muy corto plazo, será el que renueve nuestras capacidades narrativas.

La artillería del pensamiento.

– En estos ejemplos que enuncias hay una especie de tendencia donde el discurso siempre se sitúa en oposición a algo. Anticolonial, antipatriarcal, anticapitalista; pero que en algunos momentos pareciera carente de un horizonte hacia dónde caminar. ¿Cómo lees este fenómeno de una ausencia de horizontes emancipatorios?

– Nos importa muchísimo esto que planteas, porque también es histórico. Cuando se produjo el proceso de independencia en México, Venezuela, Argentina, a los independentistas la primera cosa que se les ocurrió fue rápidamente construir un periódico, un diario, una prensa de la independencia, porque sabían muy bien que la fuerza de la oposición a la dominación española era una postura importantísima. Se salía a luchar, se ponía la vida. Pero la construcción del pensamiento de los hombres libres, esa sí era otra historia más compleja.

En Venezuela, por ejemplo, Bolívar fue y se robó una imprenta y fundó lo que se llamó el correo del Orinoco. Él le llamaba a eso la artillería del pensamiento, porque sabía que había que librar una batalla como las mismas batallas en los campos de lucha de guerra de independencia, en otro campo había que librar la batalla contra la ignorancia.

¿Qué cosa significa entonces ser hombres libres? Podía significar nada para la inmensa mayoría de las personas a las que se les dificultaba muchísimo imaginarse sin someter su vida a las decisiones de alguien que no fuera el terrateniente, el dueño, el amo, o el señor feudal. Sí que es uno de los grandes dilemas: ¿Cómo imaginamos el conjunto de las relaciones humanas sin la hegemonía de otra fuerza esta vez determinándote las pautas de la vida cotidiana? Ese es un gran reto que ahora mismo tenemos nosotros.

En Ecuador, por ejemplo, hay un movimiento interesantísimo de teoría y política que hizo el planteamiento de luchar por el buen vivir. Chávez le llamaba a eso la vida buena: necesitamos vivir viviendo, no vivir sobreviviendo. Pero cuando tú sales a hacer una encuesta, así a población abierta en las condiciones actuales, y preguntas qué cosa es vivir bien, o buen vivir, te vas a llevar sorpresas muy contradictorias. Yo vi de cerca uno de estos intentos de sondeos de opinión general, y decían algunos que vivir bien era tener un yate, o vivir en la playa, tener un coche caro, que vivir bien era una casota con perros y con rubias, tomando whisky.

Hay como un arsenal ideológico de figuraciones o de ilusiones que, precisamente porque hemos sido derrotados en el campo de la producción de sentido, nos imponen el sentido de las cosas.

El escepticismo pequeñoburgués

– En ese sentido, y recordando fenómenos como las primaveras árabes, o cómo se han nutrido la oposición a los procesos de Venezuela o Cuba, donde muchos de los discursos están siendo anti patriarcales, anti coloniales, anti capitalistas, pero dejando a un lado una lectura política sobre el avance del capitalismo a nivel global ¿Cómo transformar el sentido de estas narrativas para que no despoliticen o desmovilicen a los grupos sociales?

–A mi la frase que me orienta mucho es que la ideología de la clase dominante es la ideología dominante de una época. No tengo duda que eso se verifica incluso en los procesos de dominación avanzada sobre los pueblos.

Tú te puedes dar cuenta de que algunas de las reacciones más alérgicas a procesos de socialización a veces provienen de los propios grupos de las bases. Lo vi en Venezuela, con el proyecto Misión Vivienda, que es una gran revolución, pero que en los primeros caminos de eso había gente de las bases que se oponía a que otra gente se le entregara su casa en las condiciones en que se les estaba entregando. Esas disputas internas nos dicen que, efectivamente, uno de los grandes faltantes históricos que tenemos en las formaciones de pensamientos o de prácticas emancipadoras, o progresistas, es que el imaginario necesita una metodología.

El proceso de construcción de proyectos, el programa, necesita una metodología que sea capaz de consensuar sus propias vertientes, su propia lógica interna; y luego saber contrastarlas con las lógicas que son específicamente desviaciones.

Si hoy tenemos compañeros en las redes, que son personas honestas, honradas, que no quieren tranzar a nadie, a los que tú les haces una proposición sobre avanzar en esto, te dicen ‘no bueno es que hay que ser cuidadoso.

Hay una especie de proclividad a actualizar el escepticismo pequeñoburgués, y entonces de ser escépticos hasta de nosotros mismos, hasta de pobres contra pobres, desconfiar de los movimientos obreros y campesinos. Pensar que todo está podrido, que todo está mal, es parte del producto de esta lógica del escepticismo pequeñoburgués, que surte gran efecto porque el interés supremo no es solamente deprimirnos y desmoralizarnos, sino fundamentalmente desorganizarnos. En eso ellos han cumplido muy bien su tarea.

Hoy la inflación es una de las herramientas políticas más devastadoras, porque es la desmoralización inducida, sistemáticamente en todos los países, por eso hay que politizar la inflación en todo el continente, porque no es un asunto de un dios griego que aparece por allá, y es muy malo y nos castiga. Acá hay nombres y apellidos en un escenario donde Latinoamérica está dominada por 600 grandes terratenientes, todo mundo sabe quiénes son y dónde están los que fijan precios para los granos y las cosas básicas, sabemos quiénes son y dónde están los principales industriales del continente, quiénes son las mineras. La clase hegemónica se puede caracterizar con gran precisión, por lo tanto, sabemos muy bien de qué manera y quiénes financian las estrategias de desmovilización social.

Reinventar la emancipación: construir el pro

Parir la idea, que nazca una forma distinta de pensarnos todos entre todos para vivir bien todos juntos, no solamente con igualdad de oportunidades, sino con igualdad de condiciones, exige la construcción de un imaginario nuevo. Y ese imaginario va a necesitar vocabularios nuevos también.

Se requiere un proceso emancipatorio hasta de los diccionarios, para que vivir bien ahora pase a significar pues derecho a la salud para todos, derechos a la educación para todos, derecho a la buena alimentación, derecho a al vivienda, a un montón de cosas que deberían ser colectivas, comunes o parejas. Ciertamente que estas cosas dichas así, muy simplemente, no son las que predominan en el imaginario colectivo cuando se plantea qué cosa es vivir bien, o qué sería, o cómo debería ser ese vivir bien. Este es uno de los núcleos más duros; de cómo construir algo más allá de lo anti: el pro.

Cómo, además de estar en contra del capitalismo, cómo estamos imaginando una forma de relacionarnos distinta a eso, y que contenga justicia, igualdad, respeto, dignidad. Estamos en una bisagra histórica donde incluso pensarnos como hombres libres es un problemón grande para los imaginarios sociales.

Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.

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