20 febrero, 2021
En la Patagonia chilena, se encuentra un lugar fundamental para la reproducción y alimentación de la ballena azul. Sin embargo, el tráfico marítimo es tan intenso, debido al cultivo de salmón, que pone en peligro a los pocos cientos de ballenas azules que todavía surcan los océanos.
Texto: Michelle Carrere/Mongabay
Fotos: Especial Mongabay
CHILE.- Por primera vez científicos lograron demostrar con una imagen los impactos que tiene el tránsito marítimo sobre las ballenas en la Patagonia Norte de Chile.
La visualización, que ha sido altamente difundida por redes sociales, muestra una semana en la vida de una ballena azul (Balaenoptera musculus), mientras intenta alimentarse en medio del asedio de cientos de embarcaciones que transitan por el Golfo de Ancud. Dicha imagen, sin embargo, es solo una parte de un hallazgo mayor.
Hace algunos años, la ciencia logró identificar que la Patagonia Norte de Chile (PNC) es la zona más importante de alimentación y de cría para la ballena azul del Pacífico Sur Oriental durante el verano austral. Y el estudio publicado en la revista Scientific Report ha logrado precisar, dentro de este gran espacio, las cuatro áreas que utilizan preferentemente las ballenas para alimentarse.
Para ello, los científicos instalaron un sistema de rastreo satelital en 14 ballenas para observar sus movimientos y, paralelamente, construyeron un mapa con los trayectos de las embarcaciones a partir de su información satelital.
Lo que encontraron al superponer la información, tanto de los movimientos de los animales como de los barcos, es que esos espacios que las ballenas ocupan para alimentarse tienen un intenso tráfico marítimo lo que podría poner en riesgo la recuperación de estas ballenas azules, una población que es única en el mundo, compuesta sólo por unos cientos de individuos y que está en peligro de extinción.
La Patagonia norte chilena se caracteriza por una quebrada geografía repleta de recovecos, archipiélagos, canales y fiordos. Allí, el mar es particularmente rico en nutrientes debido a la mezcla de aguas subantárticas, con abundantes entradas de agua dulce provenientes de las descargas de los ríos, las fuertes lluvias y el deshielo de los glaciares.
La Patagonia chilena es un sistema archipelágico de más de 40 mil islas y 103 mil kilómetros de costa, con una gran riqueza ecológica y cultural que abarca más de un tercio del territorio nacional. Archipiélago de los Chonos. Crédito: Nicolás Muñoz, Centro Ballena Azul – Universidad Austral de Chile.
La riqueza del mar patagónico es tal que, de hecho, “se han descrito varias microcuencas, algunas de las cuales tienen una producción primaria —es decir, de fitoplancton, las diminutas algas que son la base de toda la cadena trófica en el océano— particularmente alta”, dice el estudio. Por ello, este lugar es la zona de alimentación más importante de la ballena azul del Pacífico Sur Oriental, una población que la científica Susannah Buchan descubrió que tiene un canto único, distinto a todas las demás poblaciones de ballenas azules del mundo y por eso, también recibe el sobrenombre de ballena chilena.
Sin embargo, este importante ecosistema alberga también la segunda industria acuícola de salmón más grande del mundo después de Noruega. De hecho, según datos del 2020 de la Subsecretaría de Pesca, son 1357 las concesiones que existen en el país y que están distribuidas en las tres regiones más australes.
En 2004, los científicos del Centro Ballena Azul comenzaron a instalar en algunas ballenas sistemas de rastreo satelital para poder saber por dónde se desplazan. El objetivo era proponer espacios de protección para asegurar que la población se recupere de la caza que durante los siglos XIX y XX la llevó al borde de la extinción.
Ese 2004, los científicos lograron marcar cuatro ballenas en aguas del Golfo de Corcovado. Sin embargo, después de esa primera experiencia pasaron nueve años para que los investigadores lograran reunir los fondos necesarios para seguir instalando transmisores satelitales, ya que “cada uno cuesta 4000 dólares”, precisa el biólogo marino Rodrigo Hucke, presidente del Centro Ballena Azul y coautor del estudio. En 2013 lograron marcar, en el mar interior de la isla de Chiloé, otras dos ballenas. En 2015 sumaron tres ballenas más, en 2016 añadieron dos y en 2019 cuatro.
Aunque es probable que todas las ballenas marcadas pertenezcan a la población del Pacífico Sur Oriental, debido a que es la más abundante en la zona, los científicos no descartan que entre ellas se encuentre alguna ballena azul Antártica (Balaenoptera musculus Intermedia), pues también se han registrado en el área algunas vocalizaciones de esa población. Según explican los científicos, esta posibilidad se mantiene, considerando que a simple vista las ballenas no tienen diferencias entre una población y otra, y solo se pueden diferenciar realizando exámenes genéticos.
Desde el 2013 a la fecha, y gracias a esa técnica de implantación de transmisores satelitales, “hemos descubierto cosas maravillosas como el vínculo entre Patagonia y Galápagos”, cuenta Hucke. En efecto, mientras dura la primavera y el verano austral, las ballenas azules del Pacífico Sur Oriental se alimentan en la Patagonia, pero cuando llega el invierno, la gran mayoría migra y lo que los investigadores han podido observar es que mientras algunas van hacia el oeste, hacia aguas abiertas del Pacífico, otras van hasta Galápagos. ¿Qué hacen allí? Aún es un misterio, pero se cree que se reproducen.
Según Luis Bedriñana, autor principal de la investigación, a la información satelital que arrojaban los transmisores instalados en los animales, sumaron los datos reunidos en las expediciones donde la técnica es observar el mar, “contar las ballenas y ver dónde hay más y dónde menos”, dice. “Toda esa información se integró en un modelo para obtener finalmente un mapa que indica dónde están las mayores probabilidades de encontrar los animales”, explica el científico.
Luego, lo que hicieron los científicos fue superponer a ese mapa un segundo, pero esta vez con las trayectorias de los barcos. Los investigadores pudieron acceder fácilmente a esa información y de manera gratuita, ya que desde 2019 el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) actualiza diariamente los datos de navegación que arrojan los sistemas de localización satelital que tienen los barcos de cuatro flotas: la pesquera industrial, la pesquera artesanal, la acuícola y la de transporte. El objetivo de superponer ambos mapas era “realmente ver con lo que tiene que lidiar el animal más grande del mundo”, dice Hucke.
Lo que pudieron comprobar los investigadores fue que de esas cuatro flotas la acuícola es la que tiene mayor presencia en el mar. Según precisa el estudio, el número de embarcaciones activas por día fue de entre 602 y 729 para la flota acuícola seguida de la flota pesquera artesanal con un rango de entre 37 y 76 embarcaciones activas por día. Luego, en menor medida, las embarcaciones de transporte y de pesquería industrial mostraron un rango de entre 6 y 57, y las pesqueras industriales de 1 a 13.
“Con hasta 729 embarcaciones activas operando por día (83 % del total)… la flota de acuicultura corresponde a la flota más grande y más densamente distribuida en el Norte de la Patagonia Chilena”, señala el estudio y precisa que si bien todas las flotas tienen una alta probabilidad de que el barco se encuentre con una ballena en esta zona, “es posible que la flota acuícola represente el principal impulsor de las interacciones negativas entre barcos y ballenas”.
Hucke precisa que aunque los datos no están separados por tipo de acuicultura, “sin duda la salmonicultura es la industria más grande en la zona”. Esto indicaría, por lo tanto, que la mayoría de esas embarcaciones acuícolas corresponderían a esta industria que ha sido ampliamente criticada por científicos y conservacionistas debido a los impactos que provoca en los ecosistemas marinos.
Las embarcaciones que cumplen diversas funciones como el transporte de los salmones desde los centros de cultivo hasta las plantas de procesamiento, el transporte de alimento, de insumos y de personal, entre otras, recorren una ruta principal que une la región de Aysén con Puerto Montt y que luego, según precisa Bedriñana, se ramifica creando una verdadera “red neuronal entre los centros de cultivo (de salmones)”.
Por otra parte, el mapa de movimientos de ballenas indica que los animales se reúnen principalmente en cuatro lugares para alimentarse: el golfo de Ancud, la costa occidental de la isla de Chiloé, el norte del canal de Moraleda y bahía Adventure. Por lo mismo, estas cuatro áreas son zonas prioritarias para resguardar la alimentación de los animales.
En estas áreas, precisa el estudio, “se necesitan con urgencia acciones de gestión”, debido a los distintos impactos que las embarcaciones podrían estar teniendo sobre las ballenas, que van desde las colisiones hasta la contaminación acústica.
Según Rodrigo Hucke, “existe evidencia de diferentes embarcaciones que han chocado con ballenas azules y las han matado”. Sin embargo, precisa que es difícil estimar la cantidad de accidentes que ocurren por colisión. Ello debido a que no siempre se declaran, pero también a que muchas veces las ballenas que mueren en el choque se pierden mar adentro, o se hunden, o no mueren instantáneamente sino días después.
“El 99 por ciento de los casos no es registrado”, dice Hucke. “En muy pocas ocasiones llega el buque que no sabe por qué ya no puede andar a la velocidad que iba normalmente y se da cuenta al final, cuando llega a puerto, que tenía una ballena en la proa”, explica el científico y agrega que “otras veces (los barcos) chocan con algo, no se dan cuenta y ese animal muy posiblemente muera. En definitiva, si (la ballena) no llega a la costa, nunca se registra”.
Además, tal como señala la publicación científica, aunque se han realizado algunos estudios empíricos sobre el tema en el hemisferio norte, son pocos los esfuerzos de investigación que se han realizado en América del Sur. Aun así, la oceanógrafa Susannah Buchan contó a Mongabay Latam que en California, Estados Unidos, se han construido modelos poblacionales a partir de los cuales “se cree que la tasa de crecimiento de ballenas debería ser mucho mayor a la actual y que una de las causas es que están muriendo muchas más ballenas al año por colisiones de lo que está registrado”.
Lo grave de este impacto, dice Hucke, es que según cálculos realizados por Bedriñana, si muere una sola de estas ballenas cada dos años por alguna causa antropogénica, la población tendrá problemas para recuperarse. “Y en el caso que sea una hembra, peor todavía”, agrega.
Un segundo impacto, y no menos importante, es la contaminación acústica provocada por el tráfico marítimo.
Una investigación científica publicada hace pocos días en la revista Science, explica que “el sonido es la señal sensorial que viaja más lejos a través del océano y se usa por animales marinos, desde invertebrados a las grandes ballenas, para interpretar y explorar el ambiente marino e interactuar dentro y entre especies”.
El ruido que producen las embarcaciones puede interferir con esas señales, lo que interrumpe “los viajes, la búsqueda de comida, la socialización, la comunicación, el descanso y otros comportamientos en mamíferos marinos”, señala el estudio.
De hecho, los barcos producen ruidos a las mismas frecuencias que las vocalizaciones de las ballenas, aseguró Buchan, lo que tiene el efecto de “enmascarar” las señales que emiten estos animales.
Además, explica Bedriñana, “hay que pensar que estos animales en la zona no vienen de vacaciones. Su misión es consumir grandes cantidades de energía para poder emigrar a Galápagos”, dice el científico. Si el espacio y el momento en que se alimentan es perturbado, ello podría tener consecuencias en la conservación de la especie. ¿De qué manera?
Bedriñana asegura que, por ejemplo, en la Antártica hay años en que la productividad es baja y las ballenas no tienen suficiente comida para alimentarse. “Se ha visto —agrega el científico— que las hembras pueden elegir no migrar, no reproducirse ese año porque no fueron capaces de obtener suficiente energía. Si lo llevamos esto a nuestra zona de estudio, pero en lugar de la baja productividad, que también puede ocurrir de año en año, lo llevamos al ruido y la molestia de tener que estar esquivando embarcaciones todo el día, eso es un gasto energético, no solamente en sí mismo, sino que evita que el animal se alimente”, explica el experto.
Eso puede llevar a que la ballena no adquiera la suficiente energía que necesita para realizar el viaje hacia su lugar de reproducción, agrega Bedriñana y “eso tiene un impacto directo sobre la población que se está recuperando”, precisa.
A pesar de todas estas consecuencias, los proyectos de acuicultura no consideran en sus líneas base estos impactos. “Recién la Subsecretaría de Pesca está dando por finalizado un proyecto a través del Fondo de Investigación Pesquera y de Acuicultura (FIPA) que por fin incorpora a los mamíferos marinos dentro de los estudios línea base”, dice Hucke. “Desde años atrás estamos tratando de hacer algo al respecto. Lastimosamente vamos muy retrasados. La ciencia va muy retrasada respecto del desarrollo de la industria”, agrega el científico.
¿Cómo ordenar la red neuronal de conexiones a la que se refiere Bedriñana para describir el intenso tráfico marítimo protagonizado por la flota acuícola? “Requiere que le pongamos cabeza a cómo intentar resolver esto, porque no es sencillo”, dice Hucke.
Según el presidente del Centro Ballena Azul, “hay prácticas que han sido efectivas en el Canal de Panamá, que es una de las zonas por excelencia con más tráfico marítimo en la tierra, y también hay otros ejercicios en Costa Rica”. Lo primero, señala el estudio, es priorizar las cuatro áreas que fueron identificadas como de mayor importancia para las ballenas. “Por ahora, la forma más eficaz de reducir el riesgo de colisión es mantener a las ballenas y los barcos separados, ya sea en el espacio o en el tiempo”, dice la investigación, la misma que menciona además la aplicación de otras medidas como la regulación de la velocidad.
Ballena azul. Foto: Centro de Conservación Cetacea.
“Nadie quiere impedir que nadie más navegue. No se trata de eso, sino de hacerlo bien”, dice Hucke y para ello es necesario “establecer rutas, bajar velocidades, en ciertas zonas tener más precaución, desviar ciertas rutas establecidas con el objeto de que no se sobrepongan tanto con los lugares más importantes para las ballena y si hay ballenas correrse”, señala el científico.
Además, añade el investigador, es necesario establecer medidas dependiendo del momento del día, pues “durante la noche es precisamente cuando las ballenas están más en superficie porque su alimento está más en superficie también, y la ballena cuando come se olvida del mundo. Lo único que quiere es comer”, dice el científico.
Aunque las variaciones que tiene el tráfico marítimo a lo largo del día no fueron consideradas en este estudio, es algo que los científicos esperan abordar próximamente. “Quisimos enfocar primero la variación espacial y por flota, además de todos los modelos de las ballenas”, dice Bedriñana, pero “sin duda nuestro siguiente paso ahora es justamente evaluar eso. La variación temporal no solamente entre día y noche, sino que también estacional”, agrega y precisa que también aspiran a aplicar este modelo de investigación en delfines.
Por ahora los científicos esperan que los importantes resultados de esta investigación impulsen “un trabajo mancomunado entre científicos y tomadores de decisión incluyendo la Armada, la Subsecretaría de Pesca, Sernapesca, Ministro de Medio Ambiente y empecemos a hablar sobre cuáles son las opciones que tenemos para realmente aplicarlas”, concluye Hucke.
*Este texto se publicó originalmente en Mongabay Latam. Aquí puedes consultar la publicación original.
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