Cantona

1 enero, 2022

Cantona fue una ciudad y una cultura aparentemente erigida en medio de la nada: en un semidesierto entre lo que ahora es Puebla y Veracruz. Sin agua suficiente,  ¿cómo es que esta cultura creó una sorprendente y enorme ciudad?

Lydiette Carrión

No sabemos cómo se llamaban a sí mismos. Al igual que con los olmecas, la palabra Cantona es un nombre que le dieron los pueblos nahuas. ¿Qué lengua hablaban? No lo sabemos. Algunos estudiosos se aventuran a decir que se trataba de una cultura olmeca xicallanca. Pero no hay evidencia como tal. Y es que –eso sí sabemos, Cantona  entró en declive antes de que los mexicas emergieran y se convirtieran en la cultura preponderante de Mesoamérica–. Cantona nació y murió antes de la invasión de los españoles. 

No tenemos memoria de ellos. Lo único que sabemos es que construyeron la ciudad más urbanizada y compleja de la época prehispánica: un laberinto hermoso de calzadas estrechas y largas; calles amuralladas, los infaltables juegos de pelota. Hay una idea arquitéctonica o urbanística. Las calzadas, las pirámides, emulan y se integran con este paisaje de transición: desierto-pinos. Desierto-pinos.  Al fondo, en la parte más alta, una pirámide tan alta que se puede dar el lujo de albergar una pequeña explanada a la mitad de su altura. Una pirámide que permite contemplar el desierto de árboles de Josué que se extiende hasta el horizonte, y ahí, en lo azulado, apenas ver el Pico de Orizaba. 

También sabemos cuál es el origen de su riqueza: la obsidiana. 

Cantona proveía de obsidiana a la mesoamérica que le tocó conocer. Cuchillos, agujas, orejeras.

El cuidador del museo explica que de la obsidiana se obtiene un filo tan especial –lo han revisado incluso al microscopio– que sus cortes prácticamente no duelen. La carne ni se entera cuando entra ese hermoso mineral. 

Pero es todo lo que se sabe. Algunos vinculan Cantona con Cacaxtla, en Tlaxcala. Pero hasta ahí. Sobre esta ignorancia, probablemente juega un papel importante el hecho de este pueblo haya entrado en declive antes los mexicas, y por ende, su historia no haya sido atrapada entre letras por los españoles. Pero también es real que a pesar de reportarse sobre la misteriosa ciudad desde el siglo XIX, fue hasta los años ochenta del siglo pasado que hubo un esfuerzo genuino por saber qué había ahí. 

Y no queda sino una reflexión, aderezada por comentarios que he escuchado a algunos amigos antropólogos: de los mayas y mexicas sabemos más porque la arqueología nacional, pero sobre todo internacional se ha volcado sobre estas dos culturas. Pero Aridoamérica, por contraste, ha despertado poco interés. Cantona no forma parte de Aridoamérica, pero aparentemente tampoco despertó el mismo apasionamiento que Teotihuacan o Tenochtitlan. A pesar de su sofisticación. No puedo asegurar que sea así, pero la ignorancia sobre nosotros mismos quizá no siempre se debe a falta de rastros para entender nuestro pasado; quizá  también es que no vemos lo que tenemos enfrente, no lo valoramos, a menos que llegue algún arqueólogo extranjero. 

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).