23 enero, 2020

En un país como México, caminar se ha convertido en una de las proezas más grandes. Migrantes, sufragistas, jóvenes estudiantes, humanas y humanos de todos los tiempos han hecho del caminar un acto político, un transitar poético, una acción de libertad

@tuyteresa

Caminar, andar, peregrinar, recorrer el mundo y sus maravillas. También sus irremediables laberintos. Quienes somos caminantes sabemos que el mundo se mira distinto cuando andamos a pie. 

En el mundo hay espacios geográficos dedicados al caminar: la Ruta Hayduke en Arizona; el Camino Laugavegur, en Islandia; la gran Ruta del Himalaya en Nepal y el famoso Camino de Santiago en España. En México, están las Barrancas del Cobre, en Chihuahua, y las Pinturas Rupestres de la Sierra de San Francisco, en Baja California Sur. 

Para muchos, caminar, no es un deporte -aunque se requieran habilidades y cierta condición física para ello-, tampoco es competencia o moda. Caminar es una forma de conocerse a sí mismo y a otras personas, de acompañarnos unos a otros, de transitar el mundo. 

Andar como un acto de fe: una de las peregrinaciones más reconocidas en el mundo, es la que cada 12 de diciembre se realiza hacia la Basílica de Guadalupe. Millones de personas de México, América Latina y otras partes del mundo visitan a La Guadalupana. Este acontecimiento va más allá de la religión católica. Se trata de un símbolo transfronterizo que convoca a comunidades diversas. Es un acto de fe, de identidad. 

Para algunos, caminar se convierte en un desafío a la línea divisoria, a la geografía política, a la imposición de una frontera. Andar, entonces, se transforma en un acto político. 

Así fue cuando grupos de mujeres salieron de sus casas y tomaron plazas públicas para exigir el derecho al voto, o cuando miles de personas, en el verano de 1963, realizaron la marcha sobre Whashington hasta llegar al Monumento a Lincoln para escuchar aquel memorable discurso de Martin Luther King: “I have a dream”. 

Casi dos décadas más tarde, el acto político del caminar llegaría a uno de sus niveles más insospechados con las manifestaciones en las plazas Tiananmen en China y Alexanderplatz en Berlín. Miles de personas en marcha por un cambio de régimen. 

Para el poeta Paul Verlaine, su amado Rimbaud era “el hombre de las suelas de viento”. Rimbaud, también poeta, caminó toda su vida; se refería a sí mismo como “un peatón, nada más”.

El libro Andar, una filosofía, de Frédéric Gros, da cuenta del caminar en los procesos creativos de escritores y filósofos como Rimbaud, Rousseau, o Nietzsche. Es cierto que escribir requiere silencio y espacio, para algunos, también movimiento, dar largos paseos, solo o en compañía para germinar ideas. 

En un país como México, caminar se ha convertido en una de las proezas más grandes. Atraviesan el país migrantes en busca de un lugar seguro, de un futuro mejor, han huido de la violencia y la muerte. Encuentran ríos, asfalto, barreras, muros humanos… Hallan la incertidumbre en una geografía sitiada. 

Luego de varios años de caminatas que han atravesado el país entero, nuevamente, el andar se transforma en protesta ante la imparable violencia.

Hoy llega a la Ciudad de México la “Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz”. Inició este 23 de enero en Morelos, habrá un evento cultural el sábado y un acto que culminará el domingo frente a Palacio Nacional.

Migrantes, sufragistas, jóvenes estudiantes, humanas y humanos de todos los tiempos han hecho del caminar un acto político, un transitar poético, una acción de libertad. Andemos pues con los que desean buscan dar voz y nombre a las personas que han sufridos los aterradores efectos de las violencias en este país.

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Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.