31 octubre, 2023
La localización de las personas desaparecidas, y la recuperación de los cuerpos de quienes murieron a causa del huracán Otis, ha sido un calvario para las familias, donde las autoridades, pese a la tragedia, siguen funcionando con burocracia
Texto y fotos: Margena de la O y Marlen Castro/ Amapola Periodismo
ACAPULCO, GUERRERO. – El inglés Neil Marshall tenía una casa en Acapulco, donde podía ver el mar y una piscina para nadar. El sueño de toda su vida de trabajo lo hizo realidad este año que se mudó por completo a la avenida Cerro de los Cañones.
Con su sueño consumado, Neil dejó aquí su último aliento.
Él fue una de las víctimas mortales por el paso del huracán Otis en Acapulco. De acuerdo con la secretaria de Salud, Aidé Ibárez Castro, hasta las 10 de la mañana de este domingo habían contabilizado 43 decesos. Esta mañana la última actualización de datos que dio la gobernadora Evelyn Salgado Pineda fue de 45 decesos y 47 desaparecidos; esta última cifra creció con 11 casos las últimas 24 horas.
Los datos de Neil Marshall los compartió su hija Cath McKinney vía mensaje de redes, porque ella sigue del otro lado del mundo en espera de recuperar el cadáver de su padre. El primer contacto lo hizo ella, porque escribió a los medios de comunicación locales y a los grupos de ayuda disponibles para que le colaboraran en ubicar a su padre y a la familia de éste.
Buscaba también a Alexander, un menor de edad, y a Paulina, de quienes se reservó mayores datos. Se entiende que eran la familia de Neil en Acapulco. Supo que los dos estaban bien, aunque seguía sin comunicarse con ellos.
Las personas fallecidas y desaparecidas después del huracán es un tema grave que no ha sido dimensionado en Acapulco; desde el principio, lo más visto, fue la devastación de la zona turística.
En el levantamiento de los cadáveres participan personal de la Fiscalía General del Estado (FGE) y de la Secretaría de Salud, porque el Servicio Médico Forense (Semefo) depende de esta última área. El procedimiento de entrega de los cadáveres es tardado y si, a esto le suman, la incomunicación y la falta de servicios básicos por los daños del huracán, el problema resulta mayor.
Es probable que las víctimas sean mayores por el desastre, el caos después de la tormenta y la lentitud gubernamental. El número de decesos proporcionada por la secretaria vía telefónica es la tercera cifra actualizada.La búsqueda y la confirmación
La hija de Neil ha vivido de manera directa, primero, la incertidumbre de no saber qué pasa con una persona no localizada en medio del desastre y, segundo, recuperar el cadáver de una persona fallecida.
Para la primera etapa ella logró información particularmente por los grupos locales de redes sociales, y después el consulado de su país se lo confirmó.
Horas después de que el huracán tocó tierra, en redes sociales circuló la imagen del rostro de un cadáver tirado en lo que parece un camellón. Era un hombre de test blanca y sin pelo.
La imagen explícita del cadáver circuló con el propósito de que alguien lo identificara. La persona fallecida era Neil, a quien lo buscaba su hija.
Cath se puso en contacto con quien hizo la publicación y esa persona le dijo que el cadáver estuvo abandonado dos días bajo el sol.
Hasta este sábado que fue la comunicación con ella no sabía cómo murió, porque tampoco tenía contacto con la familia de su padre.
La información la ha reunido a retazos. Vio en un video de noticias a Paulina. Unas personas que le pidieron no identificar, le dijeron que su padre murió camino al hospital y que su cadáver estaba en la calle, cerca de una estatua de hojalata, al parecer la de la Diana cazadora.
También contó que, en Inglaterra, mientras ella estaba en el trabajo, la policía apareció en su casa para informarle que su padre estaba muerto. La embajada de su país obtuvo la información por una amiga de Paulina.
No es el primer caso que se conoce que el cadáver de una víctima estuvo abandonado en la calle. En el perfil de Facebook “Desaparecidos en Chilpancingo” fue reportada la muerte de Laura Martínez, de 24 años, que estudiaba en el puerto y que vivía sola en la colonia Colosio. El reporte lo hizo una compañera de su escuela que no sabía quiénes eran sus familiares; sólo que Laura tenía familia en Chilpancingo.
“(…) Quisiéramos que reclamen el cuerpo, lo tenían en una carretilla, porque no hay dónde llevarlos, ya pasó mucho tiempo (…)”, es un fragmento extraído del mensaje.
El administrador de esa página de Facebook informó que lograron hacer contacto con la madre de la joven quien, al parecer, viajó desde Estados Unidos hasta Guerrero para recuperar su cadáver.
El problema estriba en eso, la recuperación, y eso se confirma afuera de las instalaciones del Semefo en Acapulco, ubicadas en El Quemado.
La tarde de este domingo el olor fétido que sale del Semefo en Acapulco es más intenso que hace unos días antes del huracán. La razón, al parecer, porque llegaban cadáveres de las víctimas del huracán, muchos de ellos, en estado de descomposición.
Después del huracán, los servicios básicos quedaron suspendidos en el puerto, incluida la energía eléctrica, indispensable para el almacenamiento de cadáveres, pero hay una planta de luz afuera y personal de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Eso no aminora el olor.
Los familiares y conocidos de las víctimas esperaban afuera para buscar a desaparecidos o reconocer a un familiar fallecido. Hasta ahí llegó la madre de Carlos Miguel, quien entró a que le tomaran una muestra de sangre para comparar su ADN con los cadáveres apilados. Su hijo salió de casa al día siguiente del huracán y hasta el momento no sabe nada de él.
En otro punto estaba Rubén, un ingeniero que hace unos años trabajó en el yate turístico ACAREY, esperaba a su esposa que acompañaba a la familia de José Andrés Soberano Mellado, quien era el actual piloto de esta embarcación turística.
Él es el joven de quien circuló una ficha de búsqueda en redes sociales con esta información: “José Andrés Soberano Mellado, originario de Puebla, 27 años, se encontraba de guardia en el yate ACAREY. El yate se encontraba emboyado en la bahía de Santa Lucía de Acapulco. Su último contacto fue 11:54 pm, vía WhatsApp, iba a bordo con el dueño del barco, el capitán, un motorista, él (piloto oficial), y una persona más. Su dirección es avenida La Suiza 804, Pharos de Santa Lucía, edificio B, departamento 204”.
Después, a través de las mismas redes sociales, la familia reportó que lo hallaron muerto.
Rubén contó que José Andrés tenía apenas dos días de que lo habían contratado como piloto. Toda la tripulación se quedó en la embarcación el día del huracán para cuidarla. Ahí falleció el joven originario de Puebla.
El ingeniero compartió que de los otros tripulantes no tienen información; desconocen su paradero. Sabe que eran seis en total, entre ellos Felipe y Eric, sus amigos.
Con claridad expuso que el caso de los fallecidos por el huracán es más caótico de lo que reportan las autoridades. El jueves pasado él estuvo por el muelle de las embarcaciones turísticas y dijo que vio ahí al menos ocho cadáveres tirados descompuestos.
La familia de José Andrés vino de Puebla, de donde son originarios, para llevarse el cadáver. Contactaron a Rubén y a su esposa, entre el caos y la incomunicación de las horas inmediatas, para pedirles ayuda con los trámites en lo que llevan horas, porque siguen en espera de un documento –se entiende que el oficio de las causas de fallecimiento–, necesario para el acta de defunción, porque, les dijeron, el personal es insuficiente y ha trabajado las 24 horas.
“Es un relajo. Hay que esperar a que ellos hagan el acta de defunción y todo eso, sino no lo entregan”, comenta.
Ni la catástrofe ha podido con la burocracia.
A Yenny Reyes Marcial le flaquean las piernas y su ansiedad aumenta cuando está a punto de llegar a su objetivo.
–Tengo mucho miedo, –confiesa a Próspero Barrera, su esposo.
–Debes estar tranquila. Todos van a estar bien, –la reconforta.
La ansiedad de Yenny tiene mucho sentido. Es viernes 27 de octubre. Tiene tres días sin noticia de su hermana, desde el martes en la noche, cuando el huracán Otis entró a Acapulco, dejó de tener comunicación con Yulissa, debido a que se cayeron las señales de teléfono, internet y la ciudad completa se quedó sin energía eléctrica. Para el viernes, el gobierno tenía confirmadas 39 personas fallecidas y 10 desaparecidas.
Su hermana es madre de dos menores, una niña de 10 años y un bebé de 12 meses. El jueves y el viernes comenzaron a circular en las redes fotografías de personas desaparecidas y fallecidas durante el huracán. Algunas personas posteaban la foto de alguien y preguntaban si lo habían visto y otras avisaban de personas fallecidas sin identificar.
El jueves, Yenny y Próspero intentaron llegar a la casa de Yulissa por primera vez. Escucharon que los tramos de la Autopista del Sol y de la carretera federal que sucumbieron por las lluvias de Otis, ya habían sido habilitados. No lo pensaron, sólo tomaron su auto y salieron a buscar a su familia.
Yenny y Próspero llenaron la cajuela con algo de despensa, jugos, aguas, galletas, sardinas, atún, papel higiénico. Desde el miércoles comenzaron a llegar noticias de que las tiendas departamentales y las de conveniencia, como Oxxo, 3B y Netos, después de la destrucción de Otis, fueron saqueadas, así que se previnieron con algo de víveres para Yulissa, su esposo, su sobrina y su sobrino.
Salieron de Chilpancingo como a las doce y a las 12:40 llegaron a la entrada de Acapulco. “La Autopista ya estaba en buenas condiciones, no tuvimos problemas para llegar”, contó Próspero.
El problema comenzó en La Venta, la comunidad pegada al puerto. Desde ahí, la circulación fue lenta. De La Venta a la Zapata hicieron cinco horas. Como Yenny y Próspero, mucha gente se fue a Acapulco a buscar a su familia y otra tanta, después de los daños que dejó el huracán, quería salir del puerto. En la Zapata la situación se complicó aún más. Ahí estuvieron como una hora y media totalmente varados.
Cuando estaba a punto de dar las siete de la noche en el mismo punto, Yenny y Próspero tomaron la decisión de regresar. Acapulco era un caos y, sin luz, se sumió en una oscuridad profunda.
El viernes 27 de octubre, la Estrella de Oro reanudó las salidas a Acapulco. Yenny y Próspero decidieron intentarlo de nuevo, ahora en el transporte público. Se sumó Alberto, el abuelo paterno de Valentina, la niña de 10 años. Llegaron temprano a la terminal. No eran los únicos con la misma idea. La Estrella de Oro estaba llena de gente que quería llegar a Acapulco a saber de algún familiar. Lograron salir a las 09:45 de la mañana.
El autobús llegó al punto conocido como Paso Limonero alrededor de las 11:20.
“A partir de aquí el camino está muy complicado, quienes quieran bajarse, adelante”, indicó el operador del autobús. Una hora después varados en el mismo punto, la mayoría decidió bajarse.
Yenny, Próspero y don Beto se bajaron para moverse en el transporte local. El taxi estaba descartado, el día anterior, la pareja vio esa posibilidad. El chófer quería cobrar 1,500 pesos por acercarlos hasta donde las condiciones de las calles se lo permitieran.
El viernes corrieron con suerte, al cabo de unos 30 minutos de caminata, espacio en el que vieron a gente ir y venir con mercancías de diferente índole, hallaron un autobús. Esta no era su ruta y tampoco sabían qué camino iba a tomar. El mismo conductor, lo desconocía.
–Vamos a llegar hasta donde topemos. Son 20 pesos, –advertía al pasaje, el que sin pensarlo mucho se subió.
Una cuadra, dos cuadras, las que fueran eran buenas. El calor abrazaba y un polvo fino se pegaba a los rostros sudorosos.
La suerte jugaba de su lado. La ruta por donde circuló el autobús fue lo más cercana a su destino. Paró por completo en el puente de Ejido. De ahí, a caminar. El recorrido a pie acrecentaba los temores de Yenny. Las barrancas llevaban todavía aguas bravas. Las tiendas destrozadas. Las casas sin azoteas. Vidrios rotos. Las estructuras de estas casas en la calle. Árboles caídos. Carros varados. Mucho lodo.
La avenida Ejido seguía interminable en tales condiciones. En varias de las calles paralelas no pudieron subir por los árboles atravesados. Finalmente, la Calle 7, de la colonia Bella Vista, parecía despejada. Por ahí subieron. En la calle Santa Cruz doblaron a la izquierda.
Ahí, a pocos pasos del domicilio de Yulissa, alrededor de las dos de la tarde, Yenny flaqueó.
–Tienes que llegar. Ten fe, –aconsejó Próspero que parecía calmado.
Pero cuando dieron la vuelta, fue Próspero el que soltó un silbido alto, descontrolado. Al parecer, era costumbre avisar a la cuñada y los sobrinos de esta forma que llegaban.
Fueron unos segundos largos y unos silbidos para ensordecer.
Entonces, en el cuarto piso de un edificio blanco, se asomó Yulissa. Los vio y soltó una sonrisa de felicidad.
–¿Están bien?, –preguntaron todos desde abajo. -Sí, suban, –indicó Yulissa con entusiasmo.
Aparte del techo que se voló, los muebles que se mojaron, la comida que se le echó a perder por falta de refrigeración. Yulissa y sus hijos estaban bien. El abuelo pidió que Valentina se viniera con él a Chilpancingo para hacer más fácil la situación a Yulissa.
El retorno era lo que seguía. El último autobús salía de la terminal a las cuatro de la tarde. No había taxis, por lo menos no accesibles. Caminar rápido era la única opción. Desde este lugar estaban como a una hora de la terminal de autobuses.
Llegaron a las cuatro en punto, como si el tiempo se hubiera acomodado a la medida de sus necesidades, pero ya no hallaron boletos. Volvieron a caminar hasta hallar un taxi disponible que los llevó a la entrada. Ahí estuvieron cuatro horas parados, hasta que un autobús los subió, alrededor de las doce de la noche llegaron a Chilpancingo. Cansados, sudados con las piernas temblando por el esfuerzo. Felices. La desgracia, a ellos, no los tocó.
Esta nota fue publicada originalmente en AMAPOLA, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes ver la publicación original.
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