En este colectivo las mujeres se acompañan y trabajan juntas para combatir los abusos machistas que sufrieron durante años. Pero más allá de las experiencias personales esta comunidad lucha por sus derechos en un proyecto de país en el que no fueron incluidas
Texto: Lorena Ríos
Fotos y video: Lorena Ríos y Hiba Dlewati
EL SALVADOR.- La sala de juntas en La Casa de las Ideas, un centro comunitario en el área céntrica de San Salvador, está lleno de mujeres un caluroso sábado por la mañana a mediados de mayo. A simple vista no hay nada inusual, excepto que las mujeres allí reunidas hayan podido escaparse de sus deberes familiares. Pero mirando con más detenimiento, uno empieza a preguntarse sobre el motivo de la reunión: el grupo de unas veinte mujeres es variado. Hay quienes rondan los ochenta años y hay otras veinteañeras a las que solo se les permitió cursar hasta la preparatoria. La mayoría de los rostros son de rasgos indígenas y piel morena quemada por el campo. Hay quienes hablan bajito, casi en suspiros, y lanzan sonrisas tímidas. También hay rostros imponentes que no tienen miedo de opinar y dirigirse a las otras mujeres como “compañeras”.
Estas son las alumnas de la escuela feminista.
El Salvador es un país violentado. Uno de cada tres embarazos es de una madre adolescente y el aborto es penalizado con hasta treinta años de cárcel. El grado de violencia a nivel cultural e institucional ha hecho que el suicidio ya perfile como una causa de muerte materna. En este país de postguerra, la violencia sexual no se denuncia por miedo a los agresores o la falta de confianza en las autoridades. De las denuncias, pocos casos se judicializan y aún menos tienen sentencia condenatoria para el agresor.
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El taller empieza con un desayuno tradicional de frijoles, rebanadas de queso fresco y tortillas gruesas de maíz que ofrecen las organizadoras. A las ocho de la mañana ya están las mujeres conversando sobre la semana que acaba de terminar. Muchas vienen de lejos en transporte público y les toca madrugar. Varias se conocen porque son parte de la misma organización en su comunidad. Las emprendedoras traen consigo productos para vender hechos por ellas, como jabones orgánicos, cosméticos naturales y gorritos tejidos.
El ambiente se siente cargado de emoción y grandes expectativas. Las mujeres se encuentran ansiosas por “aprender sobre los derechos y hacerlos valer”, “aprender más,”, “aprender de todas”, y con “todas las ganas de aprender”. Para ellas el derecho a la educación todavía resulta un privilegio. Un total de 33 mil 753 niñas y adolescentes abandonaron la escuela en 2017. Según datos del Ministerio de Educación, el 33.4 por ciento de las deserciones están relacionadas con ambientes que pusieron en riesgo la vida y la seguridad de las niñas. Tres de cada cuatro adolescentes embarazadas abandonan sus estudios con un promedio de escolaridad de entre cinco a siete años.
La Escuela Feminista es un programa de formación para mujeres organizadas en sus comunidades; lo lidera La Colectiva Feminista para el Desarrollo Local, una organización que desde 2004 ha sido clave en la lucha por los derechos de la mujer en El Salvador; en particular respecto a la despenalización del aborto.
Las estudiantes proceden de territorios rurales y colonias en cascos urbanos de la zona central del país. Este año participan veinte mujeres y conforman la segunda escuela feminista.
“Cuando llegamos a las comunidades y hablábamos sobre el tema de la despenalización del aborto con estas mujeres que ya tenían años de estar organizadas, el feminismo era un tabú,” explica Claudia García, parte del equipo de La Colectiva en San Salvador. Las mujeres conocían sus derechos, hacían incidencia política, denunciaban la violencia de género, criticaban la ideología machista pero en el tema del aborto volvían a sus creencias religiosas. “Para ellas estar a favor o en contra del aborto es lo que marca si eres o no eres feminista aunque hagan todo lo demás”. Así fue como La Colectiva comenzó sus cursos de capacitación en teoría feminista, tanto por su apuesta a la despenalización del aborto como la de cambiar el pensar de la gente para ir construyendo transformaciones profundas. Formar a mujeres para que se proclamen feministas.
En la escuela se abordan los derechos humanos, los derechos de las mujeres, las corrientes feministas y cómo surgieron. Se habla de todo tipo de violencia y las leyes del Estado que, en teoría, deben protegerlas, de los derechos sexuales y reproductivos, la diversidad sexual, y de la importancia de organizarse. Los temas no se abordan únicamente desde la teoría, sino a través de las mismas vivencias de las mujeres y las de aquellas que las rodean.
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Para comenzar la reunión de este sábado, Zuleima Araúz, la facilitadora, abre la jornada con una dinámica de presentaciones; un comienzo “ligero” al tema que se trataría más adelante: los derechos sexuales y reproductivos.
Así que pide a las mujeres que digan su nombre y contesten una pregunta clave: ¿Qué son los derechos sexuales y reproductivos?
Las mujeres dan respuestas simples y contundentes. “Decidir si quiero o no quiero tener sexo con mi pareja”, dice una mujer de 64 años de la colonia San Jacinto en San Salvador. Ella asiste a la escuela porque asegura que nació machista.
“Decidir cuántos hijos queremos tener”, añade otra mujer recién separada de su marido. “Yo decido con quién me acuesto y con quién no”, señala la más mayor del grupo a sus 77 años, desatando risas explosivas de sus compañeras.
El ambiente festivo no dura. Cuando le toca el turno a la siguiente mujer, ésta baja la mirada y decide no contestar. El cuarto se sumerge en silencio y antes de que Araúz continúe con la siguiente mujer, aquélla se arma de valor y conteniendo las lágrimas dice:
–Esa palabra, “sexual”, me trae muchos malos recuerdos.
A sus sesenta y pico de años todavía recuerda con nitidez la noche en que el hombre con quien se casó por obligación, la violó. Tenía quince años. “Esa palabra la fui a aprender yo hasta ahora”, dice. “Yo tengo una hija ahora amargada que no acepta y me reclama que quizá no fue hija deseada. Me ha costado salir de eso. Es un trauma. Le agradezco al movimiento de mujeres porque estoy aprendiendo a olvidar y sacar eso de mi mente y mi corazón”.
Este testimonio frena el ritmo de las presentaciones. Poco a poco las mujeres se abren y relatan casos de abuso, violaciones, y agresiones. La violencia que han vivido las mujeres en el grupo es un reflejo de los paradigmas que enfrenta El Salvador como Estado. Morena Herrera, una feminista eminente y cofundadora de La Colectiva, explica que en El Salvador “se considera un problema menor”, ya que la violencia de género se esconde bajo la violencia estructural. “No siempre mata, así que no lo ven como importante.” Según Herrera, como la violencia no siempre termina en un feminicidio, los diputados no la ponen en primer plano en la agenda nacional, aunque El Salvador registró tasas de feminicidios por encima de lo considerado una epidemia a nivel internacional.
Pero, como lo demuestran en la escuela feminista, la violencia a la que se enfrentan las salvadoreñas penetra en cada aspecto de sus vidas y daña las fibras del tejido social. La violencia violenta su derecho a la libertad cuando hay mujeres en la cárcel condenas por homicidio en caso de un aborto. Limita su acceso al estudio cuando los padres las sacan por miedo a que “salgan embarazadas” o porque “al cabo se van a acompañar”. Frustra su acceso a la justicia. En 2017 se iniciaron 4 mil 621 casos de agresión sexual a menores de 18 años. De estos se judicializaron 1 mil 552 casos y solo 997 casos han tenido solución judicial.
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Una hora y media después iniciado el taller, las mujeres todavía no acaban con su ronda de presentaciones. Poco a poco se abren heridas que usualmente no se hablan. El grado de dolor se manifiesta en lo cotidiano donde la violencia se esconde al punto de volverse casi imperceptible; natural. Discuten casos y cuentan sus experiencias:
“En mi cantón no se puede caminar después de las seis de la tarde”, se lamenta una. “A mi hija casi me la violan”, confiesa otra. “La vecinita tuvo que dejar de estudiar porque salió embarazada”, agrega otra voz. “Mi primera hija fue deseada, no por mí, sino por su papá”, revela una de las facilitadoras, “ninguno de mis hijos fueron planificados. Las hijas que él deseó las abandonó”, continúa. “Los hombres deciden qué hacer con su vida y a las mujeres nos dejan amoladas”.
Cada testimonio pone en evidencia la normalización de la violencia con la que se vive en El Salvador. Por eso al pronunciarla, al hacerle frente, muchas de las mujeres no pueden contener la emoción. Las palabras de aliento no tardan en acogerlas a todas. Tampoco fallan las miradas empáticas de aquellas mujeres que prefirieron guardarse el dolor. Entre más comparten, más se repiten las unas a las otras que lo que han vivido no es normal.
“El objetivo de la escuela es que las mujeres defiendan sus propios derechos, identifiquen los de las otras y los defiendan juntas”, agrega Herrera, quien fue guerrillera para el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), durante la guerra civil de El Salvador. Con el fin de la guerra y los acuerdos de paz de 1992 nació el movimiento feminista. Herrera y otras mujeres guerrilleras son de las primeras en sumarse. Ellas lucharon en el conflicto armado por un mundo más justo a la par de los hombres y les tocó presenciar a esos mismos compañeros omitir los derechos de la mujer en el nuevo proyecto de nación. Desde entonces ellas luchan.
La Colectiva cree en que la transformación social tiene que venir primero de abajo. Por ello ofrece procesos de formación como la escuela feminista en territorios a lo largo del país. “Queremos que se apropien del movimiento feminista”, advierte Herrera. “Lo importante es que muchas estemos convencidas de la necesidad de luchar por todas.”
En esta escuela feminista se encuentran líderes comunitarias activas que compartirán la información con otras mujeres. Al cuestionar los paradigmas que conforman su vida, las mujeres buscan romper los círculos de violencia y empezar con lo más básico.
Una maestra de San Salvador exige que se le reconozca su derecho a vestir como ella quiere, porque hay hombres que hasta la ropa interior le compran a sus parejas para asegurarse de que no sean deshonestas. Una joven de 33 años con dos hijos se rehúsa a tener que ir por la sal a la hora de la comida. Otras deconstruyen los mitos de la planificación: que si las mujeres “son putas por planificar”, egoístas y malas madres. En los barrios de donde proceden las mujeres de esta escuela, si después de seis meses de casada “no se le ve la pancita, a las mujeres se les llama machorras”. No hay acción que sea insignificante.
Tras siete horas de conversación, las anécdotas no se han agotado, pero llega el momento de partir. Terminada la clase viene la tarea más difícil; poner en práctica la teoría. Araúz no esperaba que el taller fuese a ser tan desgarrador para las mujeres pero no le sorprende.
“Cuando una pasa por estos procesos aprende a poner límites y decir ‘esto no está bien’”, señaló después de la clase. Son estos talleres los que sirven para despertar conciencias e inspirar valentía.
Las palabras de una mujer tímida, nueva en estos procesos, son muestra del claro efecto que la escuela feminista quiere tener en las mujeres.
“Yo pasé maltrato verbal de mi esposo y ahora ya digo: ¡momento!”. Con lágrimas en los ojos agradece a las mujeres en el grupo por enseñarle a quererse y valorarse. “Sí se puede salir adelante”.
Este reportaje se realizó con el apoyo de International Women’s Media Foundation’s Reproductive Health, Rights and Justice in the Americas.
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