Los indios más olvidados de México llegaron a la Cineteca de Tijuana para dar su testimonio de una lucha por sobrevivir a un relato oficial que los ha condenado a desaparecer
Texto y fotos: Gabriela Martínez
TIJUANA, BAJA CALIFORNIA.- Al fondo de la sala, una mujer de cabello largo y negro se levantó se su asiento, tomó el micrófono y antes que hablar del documental pidió perdón a los nativos por no saber que siguen vivos.
La mujer, una maestra jubilada, se dijo avergonzada, pero también dispuesta a ofrecer sus manos y su trabajo para ayudar a conservar y restaurar el legado de las comunidades nativas de la Baja California.
“¿Cómo puedo hacer para ayudar?”, preguntó con la voz temblorosa, para luego escuchar desde las sillas donde estaban representantes de las cinco tribus yumanas que aún quedan, que las puertas de sus comunidades están abiertas para cualquiera que quieran conocerlos, pero sobre todo para quienes buscan ayudar y correr la voz.
Este miércoles 27 fue un día histórico en Centro Cultural Tijuana (Cecut): aquí se encontraron la realidad y la versión ortodoxa de la historia oficial, cuando los sobrevivientes de las cinco etnias yumano-cochomíes que hay en el estado llegaron a la sala Carlos Monsiváis — la única representación de la Cineteca Nacional fuera de la capital del país — a dar testimonio de la lucha que mantienen desde sus comunidades contra el discurso oficial que los condena a la extinción
«Estos somos, no comemos gente», dijo el kiliwa Elías Espinoza.
Espinoza, junto con,su hija Alía (kiliwa-cucapá), Leandro Maytorell Espinoza, uno de los únicos tres hablantes que quedan del kiliwa, y familias de los cinco pueblos nativos del estado — kiliwa, kumiai, cucapá pa iPai y cochimí — viajaron desde sus comunidades para participar en la presentación del multimedia: “Yumanos: los indios más olvidados de México”.
Se trata de una producción realizada por el equipo de Pie de Página, que tardó un año en realizarse y forma parte de «El Color de la pobreza», una serie que busca visibilizar la cotidianidad de los pueblos originarios de México y que fue presentada en la capital del país en abril de este año.
Daniela Patrana, editora general de Pie de Página, y directora del proyecto multimedia, agradeció al equipo que realizó el trabajo audiovisual, formado por José Ignacio De Alba, Celia Guerrero, Ximena Natera, Antonio Aguilar y María Fernanda Ruiz, quien se encargó de la edición «y vió tantas veces los videos que siente que ya los conoce a todos, aunque no estuvo en la producción».
También hizo un reconocimiento especial a la periodista californiana Lorena Rosas, quien los acercó a los pueblos; a las antropólogas Alejandra Velasco y Alejandra Navarro Smith; y al Cecut, por abrir el espacio cultural más importante del norte del país.
Pero sobre todo, agradeció la confianza de los pueblos.
“Este trabajo no solo nos confrontó con nuestros propios prejuicios sino con nuestra ignorancia, porque a veces llegamos con nuestra soberbia y nuestra visión central con los grupos a quererles ‘ayudar’, pero sin preguntarles qué es lo que realmente necesitan”, dijo.
En el trabajo también participaron los editores gráficos Duilio Rodríguez, y Mónica González; Akire Huauhtli (mapas) Fernando Santillán y Adriana Tienda (diseño de información).
Frente al recorrido audiovisual estuvieron presentes los protagonistas y las familias de quienes abrieron las puertas de sus casas para dejar testimonio de su existencia y de la fuerza que emerge desde las montañas, el desierto y el golfo del estado, en donde se concentran estas comunidades, para evitar que su legado termine enterrado.
No solo se trató del mensaje que dieron los representantes y los realizadores del proyecto, quienes compartieron el espacio en una sesión de preguntas y respuestas cuando terminó la presentación de una serie de videos y podcast. También los espectadores expresaron su sentir.
“Esto es la geografía del ser humano”, dijo un maestro que tomó el micrófono.
El profesor de preparatoria estaba acompañado por algunos de sus alumnos a los que él mismo invitó. Explicó que su materia, geografía, no solo se trataba de enseñar los lugares sino también las personas, porque es la historia del mundo a través de sus sitios y su gente.
El maestro pidió a los representantes de los pueblos confianza para abrirles a él y a sus alumnos las puertas de sus casas. “Desde mi pequeña trinchera, sepan que cuentan conmigo”, les dijo después de explicar que su intención es llevar a sus estudiantes a las comunidades indígenas para crear arraigo por la historia local.
Otra joven también se sumó al reconocimiento de los pueblos nativos — que de acuerdo con los datos oficiales están en proceso acelerado de extinción— pero sobre todo de su lucha y de la resistencia, ante la apatía de un gobierno y una sociedad que se niegan a reconocer la autonomía de las etnias y que los entierra en medio del olvido hasta en sus libros de historia.
“No hay registro de los pueblos yumanos, no hay nada, no entendemos cuál es el motivo”, cuestionó Elias Espinoza al tomar el micrófono frente a los asistentes de la Cineteca.
«Hemos dado mucho de qué hablar pero aún así somos invisibles para ustedes”, insistió.
«No queremos desaparecer», dijo por su parte la kumiai Norma Meza, acompañada de su nieta Araceli. «Estamos trabajando con los mas jóvenes para que no se pierda nuestra lengua ni nuestras costumbres, pero necesitamos que esto se enseñe en las escuelas».
Lo mismo dijo Juanita Villa Poblano, una septentenaria cochimí que viajó 12 horas desde Guerrero Negro, solo para dar testimonio de que si existe su pueblo.
La universitaria Tamara Albañez, de la comunidad pa ipai de Santa Catarina, también formó — junto con su familia — parte de los testimonios que terminaron documentados en el trabajo multimedia, sin que todos los miembros hayan tenido la oportunidad de ver el resultado final.
“Mi padre no está pero nos deja la mayor herencia que nos pudo haber dejado, los cantos la historia y las tradiciones”, dijo a los asistentes, al recordar que durante la producción del proyecto, Amado Albañez aún vivía.
“Son muchos sentimientos porque mi padre ya no está aquí, es muy difícil aceptarlo, pero ya no está con nosotros”.
La nieta de Amado, María José, fue la última integrante de las comunidades en tomar el micrófono. Una niña de menos de 10 años que no dijo ni una palabra a los asistentes porque una canción pa ipai que cantaba con su abuelo tomó el lugar del discurso.
El Kuri Kuri arrancó los aplausos de la gente en la sala de la Cineteca para terminar la presentación.
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