19 diciembre, 2022
Víctima del delito de sustracción de sus dos hijas por parte de su expareja, Ángela se ha mantenido en la búsqueda de ellas durante 12 años, en medio de una batalla legal para obtener el derecho a identificarse con un nombre y un género acorde con ella
Texto: Marco Antonio López / La Verdad
Fotos: Rey R. Jáuregui
CIUDAD JUÁREZ, CHIHUAHUA.- Cuando Ángela tenía seis años no se llamaba así, pero eso poco o nada importa en esta historia. Era 1984 y las pantallas de los cines de todo el mundo estrenaban una película esperada con cierta impaciencia colectiva. El escritor alemán Michel Ende era una figura internacional de la literatura gracias a su última novela Die unendliche Geschichte que se tradujo en Latinoamérica como La Historia Sin Fin.
La historia de Bastian, un chico de 10 años que a través de un libro se convierte en Atheyu, un niño que lucha contra La Nada para salvar el reino de Fantasía, era ya un fenómeno para niños y adultos.
La Historia Sin Fin es, pues, la historia de dos niños que en realidad son uno solo, pero divididos por una frontera que mantiene a uno en la realidad y a otro en fantasía, hasta que la lectura disuelve la barrera.
Por esos días Ángela tenía un nombre de niño y ropa de niño y juguetes de niño que no le gustaban para nada. Prefería entonces correr el riesgo de un regaño de sus padres para pasar las tardes jugando con las muñecas de su hermana.
Recuerda uno de esos días en que estaba sola en casa y se puso un vestido y los zapatos de su hermana. Se olvidó de pronto el peligro que eso implicaba y se sentó en el marco de la puerta de la vieja casa del Barrio Alto para ver un perro que pasaba por la calle. Una niña la vio, la señaló y comenzó a reírse. Se siguió burlando mucho tiempo por eso. Y Ángela supo que no debía salir así a la calle. Aprendió a sentir vergüenza y a esconder a la mujer que sentía dentro. Supo que eso estaba mejor del marco de la puerta hacia adentro, lo más adentro posible.
Pero la mujer estaba ahí. El sueño recurrente de que un día iba a despertar siendo niña y que todos la iban a reconocer como tal, estaba ahí.
La Historia Sin Fin se convirtió en la película favorita de Ángela. La idea de una Nada que va consumiendo lugares y personas estuvo ahí desde pequeña. El sentimiento de que le arrebatan el tiempo, el tiempo para ser una niña, también estaba ahí, oculto entre la ropa que su madre vendía y que ella tomaba para probarse, entre el maquillaje y los zapatos de taco alto de su clóset, el clóset real y el clóset simbólico que se impuso para sobrevivir y en el que fue creciendo.
Entonces Ciudad Juárez, que es una ciudad sumamente violenta con las disidencias sexuales, especialmente con la comunidad transgénero, lo era aún más.
—Yo me fui de aquí de Ciudad Juárez porque yo entendía mi condición de género desde que era chica, sin embargo la sociedad no entendía esto. —Explica Ángela sentada en algún café de la ciudad a la que vuelve de vez en cuando ya con su cabello largo y teñido, sus ojos claros y por supuesto su ropa de mujer, su blusa rosa o su vestido de mezclilla, sus labios pintados y su voz tranquila, y sobre todo con su nombre, el nombre que le eligieron sus padres una segunda y última vez, el correcto— Yo lo veía como que iba a terminar en la prostitución, o de estilista o en la calle o muerta y yo quería una vida en la que pudiera ir a la escuela, y esas oportunidades desafortunadamente no estaban tan dadas para las personas que teníamos una divergencia sexual y todavía no están.
Ángela ahora tiene un nombre –Ángela Suzette de la Mora Menchaca– y un género acordes con ella en su acta de nacimiento, en su credencial de elector y en el acta de nacimiento de sus hijas. Pero no siempre fue así y la falta de ese derecho, del derecho a identificarse así, la ha mantenido buscando a sus hijas durante 12 años.
En 1999 Ángela se fue a vivir a Estados Unidos, decidió dejar en México una parte de sí. Empezó un trabajo. Conoció personas. Recuerda especialmente a Vivianna, una chica trans que trabajaba en un call center de Dallas. Le fascinaba la idea de lograr lo que ella. Vivir como mujer y comunicarse con su familia como alguien que ya no era. Pero el miedo la paralizó.
Decidió que quizá era algo que se le iba a pasar en algún momento. Que quizá conociendo a alguien, a la persona indicada, esa idea desaparecería. Se dejó una barba recortada debajo de la que trataba de mantener su identidad a salvo. Y decidió enterrar, aunque de manera fallida, a Ángela, es decir, a sí misma.
Mantuvo, a pesar de la distancia, un apego por México que la llevó de manera recurrente a Monterrey, la parte más cercana que tenía de este país. Y en Monterrey conoció a Liliana.
Y como llegan estas cosas, sin notificaciones ni notas previas, se enamoró de Liliana. Y como suceden las cosas entre enamorados, sin contemplaciones ni pausas, se fueron a vivir juntos ese mismo año a Ciudad Juárez. El amor sin frenos, ni reparos, se mantuvo apenas unos meses, enero, febrero, marzo y abril.
En mayo Ángela tuvo que regresar para trabajar a Estados Unidos. Liliana se quedó en Juárez. Pero algo rompió la distancia. O algo que no habían visto pareció emerger entre ellas. Y terminaron.
Ángela descubrió que no era el amor de otra persona la solución a su problema. Y descubrió también que en realidad su problema no era un problema sino una condición de género. Supo que no lo podía enterrar ni esconder ni cambiar más tiempo. Así que lejos de Liliana, suponiendo que esa historia se había terminado, Ángela inició su proceso de transición.
Por eso la sorprendió tanto cuando Liliana la llamó ya desde su casa en Monterrey para decirle que estaba embarazada, que estaban esperando una hija. Ángela se sinceró con Liliana, ella fue la primera persona en escuchar sobre la transición, claro, a parte de los médicos y la psicóloga de Ángela.
La idea de tener una hija, la posibilidad de una familia, un extraño sentido de anteponer el deseo de Liliana, la exigencia, la llevó a detener la ingesta de hormonas y a suspender el tratamiento de electrólisis para suprimir el vello facial. Ángela regresó a Monterrey, en donde nació su primera hija, Leslie Javanny, en noviembre de 2004.
—Fue un choque completo, y lo entiendo, eso lo puedo entender, la parte que no entiendo es que me dijo de plano ‘si tú sigues con esto yo me voy a desaparecer y nunca vas a conocer al bebé’. Fue un estira y afloja durante semanas. Hasta que cedí, pensé que mi prioridad no era yo sino el bebé que íbamos a tener, entonces, después de cuatro meses en tratamiento lo dejé de tomar.
Pero las cosas a pesar todo el esfuerzo ya no iban muy bien entre ellas. El tiempo que todo lo aplaca las sumergió en una rutina funcional en la que se veían solo algunos meses del año. Ángela se iba a trabajar a Estados Unidos para juntar dinero en su trabajo como fotógrafa de bienes raíces y regresaba a México con Liliana y sus hijas para pasar el tiempo que ese dinero le permitiera.
Sin embargo, la distancia quizá favorecía la contención de problemas en la relación. Se mantenía un ambiente hasta cierto punto tranquilo que permitió a cada una suceder los días sin mayor complejidad. De tal forma que para 2007 esperaban una segunda hija. Michelle Alhelí nació en septiembre de ese año en Ciudad Juárez.
A pesar de eso la relación se erosionaba cada vez más.
—Parte de mi disforia de género es que no me gustaba cumplir un rol masculino con ella ni me veía así y era mucho conflicto interno para a mí y yo me imagino que aunque uno no quiera pues de alguna manera se externaliza y yo creo que eso hizo que ella se desenamorara de mí y se enamorara de otra persona.
Hasta que Liliana le dijo a Ángela que no quería seguir más con la relación.
Separada de nuevo de Liliana y de sus hijas, Ángela decidió empezar otra vez y por última, su proceso de transición. Y así lo hizo.
A pesar de los altibajos de la relación, Ángela mantuvo su contacto con Liliana y con las niñas, así como su responsabilidad económica. Y para 2010, cuando Leslie estaba por cumplir seis años y Michelle tres, Ángela y Liliana decidieron intentarlo otra vez.
Solo que esta vez Ángela ya había terminado su transición. No es necesario aclararlo pero Ángela pide subrayar que la parte más complicada de su identidad era que a pesar de estar segura que se sentía una mujer, siempre sintió atracción por las mujeres. Lo que la hacía sentir incluso distinta de las mujeres trans que conocía.
Por lo tanto, Ángela no dejó de sentirse atraída por Liliana y tampoco dejó de quererla. Y Liliana aceptó el cambio de Ángela.
—Fue un periodo de medio año en el que estuvimos platicando con mis hijas, era una cuestión de irles explicando poco a poquito. El tiempo que compartimos esos meses, son los meses más bonitos de mi vida. Si pienso en el tiempo al que me gustaría volver del pasado me gustaría mucho volver a vivir eso porque fue muy bonito, porque ella le quiso echar ganas, empezamos a salir, teníamos una relación de pareja, completamente como una pareja.
—Salíamos tomadas de la mano como una familia, y yo sí recuerdo que la gente se me quedaba viendo sobre todo a mí, porque estaba en ese proceso de transición pero pues a mí me valía, yo era feliz. En ese periodo cumplieron años nuestras dos hijas. Yo vivía con ellas en la casa de Monterrey. Como relación fueron momentos muy bonitos para mí porque yo ya no necesitaba fingir nada, ni con mis hijas, ni con ella, ni con mi familia, ni la familia de ella. Incluso la familia nos daba consejos, nos decía que teníamos mucho valor y yo siempre recuerdo eso.
Pero el tiempo de Ángela para estar en México siempre está contado. Así que en enero volvió a Estados Unidos para trabajar y preguntar lo necesario para dar inicio al trámite legal para pedir la residencia a Liliana y sus hijas. No supo en ese momento que esa era la última Navidad que pasaría con sus hijas en por lo menos los próximos 12 años.
En Estados Unidos Ángela estuvo trabajando en Florida. Terminó todo su proceso legal para cambiar su nombre e identidad de género allá. Se preparaba para regresar a México pero Liliana le daba largas, recuerda. Le decía que iban a salir de la ciudad, que tenía mucho trabajo, que no era buen momento, que no se sentía bien. Hasta que un día le dijo algo que Ángela no olvida. Le dijo que no la querían volver a ver, ni ella ni las niñas, que desapareciera y no las volviera a buscar nunca más. La bloqueó de todos los canales de comunicación y desapareció.
Entonces Ángela terminó de arreglar sus asuntos en Florida para viajar a Monterrey. Llegó para el cumpleaños de Michelle, en septiembre, a la casa de los abuelos de Liliana, donde vivían. Llevaba regalos y arreglos para adornar la casa y que Michelle la encontrara de sorpresa una vez que volviera del colegio.
Pero la sorpresa se la llevó ella cuando los abuelos le dijeron que Liliana y las niñas ya no vivían ahí y que no les dijeron para dónde se iban. Siguió preguntando a cada familiar que conocía y ninguno supo decirle a dónde se habían llevado a sus hijas. Así que decidió interponer una denuncia en el Ministerio Público de Monterrey.
Cuando llegó le dijeron que se trataba de un caso de sustracción de menores. Ángela llevaba su credencial de elector, su acta de nacimiento y la de las niñas. El ministerio público revisó los documentos y dijo que sí, que todo correspondía, excepto que la apariencia física de la persona que veía en la credencial de elector y la que estaba interponiendo la denuncia no correspondía.
Ángela le explicó que es una mujer transgénero, le mostró sus identificaciones de Estados Unidos, su licencia los de los trámites para hacer el cambio, pero nada.
—Quizá usted tiene derechos en Estados Unidos, pero aquí no —escuchó con impotencia que le decían.
Entonces vio con cierta incredulidad, cómo la rechazaban de uno y otro despacho de abogados, cada uno con distinta respuesta. Que no estaban preparados, que nunca habían visto un caso así e incluso que no tenía ninguna posibilidad de ganar. Y ganar en este caso solo era que aceptaran su denuncia, que aceptaran que una mujer transgénero puede ser víctima de un delito, de sustracción de menores.
Muchas veces intentó Ángela convencer al Ministerio Público de que interpusiera su denuncia, todas salió decepcionada de la justicia mexicana. Contrató un abogado que la estafó y después la amenazó, contrató a unos detectives privados de los que no supo nada una vez les pagó, suplicó a la familia una respuesta. Todo alrededor de sus hijas se volvió silencio, una nada que le fue creciendo adentro, que la consumía.
—Me fue de la peor forma en que me pudo haber ido. Quizá como una de las peores maneras que a cualquier ser humano le pueda ir en esta vida, el hecho de que me arrancaron a mis hijas de mi vida así de esa manera, yo creo que hay pocas cosas en la vida que le pueden hacer más daño a un ser humano, es una de las más… yo por ejemplo comparo lo que yo sentía antes de mi transición, las dudas que yo tenía, una especie de dolor que sentía por haber nacido como había nacido, yo pensaba que la vida era injusta.
—Cuando estaba chiquilla yo pensaba que un día me iba a dormir y que al siguiente iba a despertar ya como niña y que nadie iba a recordar cómo había sido yo antes y que todo mundo iba a saber que yo siempre había sido niña, eran cosas infantiles pero siempre estaba consciente de que eso era lo que yo sentía.
—Pero esto que me hicieron, porque no es algo que me pasó porque sí, no fue un accidente, es algo que hasta la fecha sigue y lo sigo viviendo y lo sigo pasando —dice Ángela tratando de contener unas lágrimas que inevitablemente se desploman en su rostro.
Sin embargo, en su familia encontró la fuerza para no dejarse morir. Inició una licenciatura y después una maestría, que dice, le ayudaron a mantener la mente ocupada.
Luego de muchos trámites burocráticos Ángela pudo cambiar su nombre y su género en su credencial de elector y en su acta de nacimiento y en el acta de nacimiento de sus hijas y con esto último logró por fin, el 19 de agosto de 2022 a las 14:18 minutos, interponer su denuncia en la Fiscalía General del Estado de Nuevo León, con la el apoyo de la organización El Clóset LGBT A.C., que la acompaña legal y emocionalmente en este proceso.
Y apenas este año la Fiscalía reconoció que era verdad, que Ángela fue víctima de un delito desde hace doce años e inició la carpeta de investigación 4176/2022, por sustracción de menores.
Ángela no puede retroceder el tiempo, no cree en la frase “recuperar el tiempo perdido”, pero siente que ganar esta batalla es darle apenas una mordida a esa nada que la ha ido comiendo por dentro.
La Fiscalía de Nuevo León busca en todo el país a Michelle Alhelí de la Mora González, de ahora 15 años y a Leslie Javanny de la Mora González, de 18 años, así como a su madre Liliana Guadalupe González González, de 40 años, por el delito de sustracción de menores cometido desde 2011.
—Van a ser doce años que yo no veo a mis hijas, y se dice fácil pero siento exactamente lo mismo que hace doce años, este amor que no sé qué hacer con ello. Siempre me pregunto por qué yo, por qué tuve que vivir esta situación y no logro darle sentido a nada, el hecho de mi condición de género hubiera sido una cosa y ya, eso se resolvió hace una década, pero tratando de darle un sentido a mi vida es presentar mi historia para que si alguien más la lee, la tomen como una cuestión de precaución, que si son personas trans sepan que tienen derechos y que no permitan que les pase, que si son personas que tienen el poder de decidir sobre los derechos de la gente que los hagan crecer y no los reduzcan porque los daños pueden ser irreversibles.
Dice Ángela, que en una de las paredes de su recámara tiene cuatro cuadros colgados, tres con fotos de Leslie y de Michelle, y otro que no tiene nada. Ese cuarto cuadro representa justo esa nada que pasó en estos doce años, el gran vacío de las niñas. Y que un día espera vencer, poner ahí una foto en la que aparezca ella con sus hijas una vez que las encuentre otra vez.
*Esta nota fue publicada por LA VERDAD, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leerla.
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