El Día de Muertos es un poema a la dignidad, al amor y a la memoria. También, un relato colectivo. Estos días el país se vestirá de flores para honrar, amar y sanar de a poco. Lo necesitamos
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¿Qué se escribirá en los libros de historia, en la literatura, el cine, el arte, en la ciencia poscovid? ¿Qué historias prevalecerán? ¿Por fin se reconocerá la relevancia ética, económica y política de los cuidados y el trabajo de las mujeres para salir de esta crisis global? ¿Cómo reconstruiremos el mundo? ¿Cómo narrar las historias cotidianas?
Como lo compartí en mi columna del 2 de abril de 2020: volvemos a otro básico: el espacio privado como el LUGAR donde se gesta un tiempo y un cúmulo de saberes, emociones, disertaciones, acciones y escrituras de la vida.
Arribamos a nuestro segundo año pandémico sin procesar aún lo sucedido. Persisten duelos suspendidos, tristezas intermitentes, incertidumbre y llantos atorados en algún recoveco insospechado.
Esta crisis nos situó en un punto de no retorno y toca reconstruir(nos) poco a poco en medio de la prolongada incertidumbre.
Cierto es que en estos momentos se ha activado el semáforo verde en 20 entidades del país, sin embargo, algo cambió: no estamos en el mismo lugar. La frase: “volvemos a la nueva normalidad” me pone los pelos de punta. ¿Qué es eso de “la nueva normalidad”?, ¿a qué se refiere?, ¿qué es “lo normal”?, ¿cómo lidiar con la pérdida, el duelo y la tristeza en medio de esta crisis que aún no termina?
¿Recuerdan los primeros días de confinamiento? 20 de marzo, suspensión de clases presenciales, 23 de marzo, inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia. Con el confinamiento, surgieron nuevos rituales de limpieza, para miles de personas significó la pérdida del empleo o la reducción del salario y fue en este periodo que también se recrudeció la violencia al interior de los hogares.
Hubo una disolución de los límites entre lo público y lo privado. El trabajo y la escuela literalmente, se metieron a nuestra casa.
Si la pandemia fue global, nuestro estado general de salud necesariamente tendría que llevarnos a una reflexión colectiva.
Desde la pérdida, la tristeza y los duelos… nos urge un altar colectivo y una sanación social.
El Día de Muertos es un poema a la dignidad, al amor y a la memoria. También se trata de un relato colectivo, la oportunidad que nos regala esta tradición para hacer una pausa e ir al encuentro de nuestros seres queridos.
Como todos los años, iremos al mercado a comprar papel picado, veladoras, flores, flores de cempasúchil, los ingredientes para preparar mole, tamalitos o un buen caldo. El pan de muerto, un buen atolito, café o mezcal, no pueden faltar.
Reencontrarles en la comida que más les gustaba, en la luz de las veladoras, en el aroma de las flores de cempasúchil.
Agua, aire, tierra y fuego conforman la ofrenda, la cruz representa los cuatro puntos cardinales. Más allá de imágenes icónicas como La Catrina o La Llorona, el Día Muertos es umbral, danza sagrada y colorida.
Estos días el país se vestirá de flores para honrar, amar y sanar de a poco. Lo necesitamos.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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