Mientras que la mitad de la población mexicana lanza a la atmósfera 1.9 toneladas del equivalente de CO2, hay un 1 por ciento de la población que contamina más de 40 veces eso. La responsabilidad es compartida, pero muy diferenciada
Twitter: eugeniofv
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicó su Informe sobre la Brecha de Emisiones 2022 con miras a la cumbre mundial sobre cambio climático que tendrá lugar en Egipto la semana que viene. En el documento confirma lo que tantas veces se ha repetido: las cosas como están, las temperaturas globales aumentarán 2.8 grados centígrados para finales de siglo, lo que supone un escenario catastrófico. Para actuar y remediar esta situación una de las primeras preguntas deberá ser si en verdad somos todos responsables de ella o solamente algunos.
Suele repetirse que los seres humanos destrozamos al planeta, pero eso no es del todo cierto: la verdad es que algunos seres humanos han destruido el planeta y lo siguen haciendo. Por una parte, apenas unos pocos países son responsables del grueso de los gases de efecto invernadero que se han acumulado desde la Revolución industrial, cuando empezó el problema del cambio climático. Estados Unidos, por ejemplo, que tiene una porción relativamente pequeña de la población global, ha emitido la cuarta parte de los gases de efecto invernadero que sobrecalientan el planeta y los países que conforman la Unión Europea son responsables de 22 por ciento de esas emisiones.
Esos mismos países, además, siguen siendo causantes del problema, aunque a ellos se han sumado actores emergentes en los últimos años. Entre China, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea suman más de la mitad de las emisiones globales presentes. Si a ellos se suman India, Brasil, Rusia, Indonesia, Irán y Canadá se verá que entre los diez países son responsables de casi la mitad de los gases de efecto invernadero lanzados a la atmósfera. México produce apenas 1.4 por ciento de las emisiones globales y se ubica en el lugar número doce.
Esta situación, sin embargo, está cambiando. Un informe publicado hace apenas unas semanas en la revista académica Nature y elaborado por Lucas Chancel, del Laboratorio Global de la Desigualdad (en el que colabora con Thomas Piketty) y de la Escuela de Economía de París, ha encontrado que las desigualdades en materia de emisiones se da cada vez menos entre países y cada vez más entre los peores emisores de los países —que suelen ser los más ricos— y el resto de la población. Chancel recuerda que a nivel global el 10 por ciento de la población es responsable de casi la mitad de las emisiones, mientras que la mitad de la población emite apenas algo más del 10 por ciento de los gases de efecto invernadero que sobrecalientan el planeta.
En México la desigualdad es igualmente impresionante. Mientras que la mitad de la población mexicana lanza a la atmósfera 1.9 toneladas de CO2e, hay un 1 por ciento de la población que contamina más de cuarenta veces eso. La responsabilidad, como se ve, quizá sea compartida, pero está muy evidentemente diferenciada.
Así las cosas, México tiene mucho margen de acción tanto al interior como al exterior de sus fronteras. Al interior debería tomar acciones urgentes para remediar las emisiones de efecto invernadero, pero con una óptica distinta que la asumida hasta ahora. Si en los últimos años se han considerado las emisiones como el objetivo principal y los demás logros de esas políticas como meros cobeneficios, el país debería emprender una ambiciosa política ambiental que, por ejemplo, reduzca la contaminación del aire provocada por vehículos automotores —sobre todo camiones y autobuses—, lo que salvaría miles de vidas al año y abatiría sustancialmente las emisiones. De igual forma, el país podría ponerse la meta de eliminar la deforestación y recuperar ecosistemas. Eso llevaría a salvar medios de vida, especies silvestres y servicios ambientales, y además reduciría nuestra contribución al cambio climático. Podría también mejorarse la aplicación y alcance del impuesto al carbono que hay en el país, porque su impacto ha sido muy limitado.
Hacia el exterior, por otra parte, el país podría asumir un nuevo liderazgo en la materia, haciendo que los responsables históricos del problema se hagan cargo de lo que han hecho. Esto implicaría voltear a ver al mundo con mayores ambiciones y con una visión clara de la política exterior.
Queda mucho por hacer, y casi todo lo que se puede hacer no solamente urge, sino que tendría impactos muy positivos en materia de desigualdad y de justicia. Ya sería hora de tomarnos en serio estos dos problemas y de transformar nuestra relación con el planeta.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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