La protesta de los estudiantes de la Universidad de Guanajuato contra la violencia sexual hacia las alumnas y la inseguridad marca un antes y un después para la comunidad. Los alumnos confrontaron en un mismo espacio al rector, el presidente municipal y el gobernador para exigirles resultados
Texto: Verónica Espinosa / PopLab
Fotos: Staff Pop Lab
“Si el día de mañana nos pasa algo ya sabemos que la comunidad universitaria va a hablar por nosotros… que unidos somos más fuertes”.
Ésta, dicen integrantes del movimiento estudiantil en la Universidad de Guanajuato, fue una de las experiencias adquiridas al participar en la organización y despliegue de la más amplia y prolongada protesta que se haya realizado en la historia de esta institución.
En la mirada retrospectiva que en entrevistas ofrecieron tres participantes del movimiento –para las que pidieron reservar su identidad- hay un antes y un después en su cotidianidad como alumnos de la UG. “Aquí nos dimos cuenta de que todos somos familia, miembros de la misma colmena, fuimos más solidarios, más empáticos, más unidos”.
Pero también fueron sorprendidos por la realidad que encontraron al dialogar en lo interno con las distintas sedes de la UG, “pues no imaginamos que fuera tan grave” especialmente en dos ámbitos: la falta de atención psicológica especializada para el alumnado en todos los niveles, y el acoso sexual por parte de profesores hacia alumnas.
Sobre todo, se muestran alarmados por el acoso del que se enteraron y conocieron por decenas de denuncias de alumnas de las preparatorias –las escuelas del Nivel Medio Superior-, “en todas”. La mayoría de estas jóvenes son menores de edad.
“Llegaron señoras desde San Luis de la Paz a pegar sus denuncias” en el muro del acoso que se habilitó de manera espontánea durante el paro en las tablas de madera que cubrían el pie de la escalinata del auditorio general de la Universidad (por obras de reparación), muro que fue resguardado por la comunidad, literalmente a piedra y lodo.
Los nombres allí anotados (unos 40 sólo del nivel Medio Superior) serán entregados formalmente a las autoridades universitarias para demandar una investigación, con prioridad en las escuelas del Nivel Medio Superior.
Fue el feminicidio de Ana Daniela Vega González, de 24 años, egresada de Biología Experimental en la sede Noria Alta de la Universidad de Guanajuato (asesinada en la madrugada del 30 de noviembre en su casa ubicada cerca de dicha sede) la gota que derramó el vaso de la paciencia estudiantil en la capital del estado, una “Ciudad Universitaria”, dice el monumento colocado en la entrada principal.
“No era el primer caso de estudiantes asesinados. Aunque al principio no se dijo que era un homicidio, en los pasillos de la Universidad comenzaron a levantarse las voces que decían que ya no podíamos permitir esto, que ya estábamos cansados, que sentíamos miedo porque no estábamos seguros, que nos exponíamos demasiado”, narró un alumno a la reportera, poco después de que se declarara el fin del paro en la ciudad de Guanajuato.
En León, la comunidad estudiantil decidiría exigir sus propias condiciones y levantaría la protesta varios días después.
Un mensaje por la aplicación WhatsApp a través de los teléfonos celulares comenzó a distribuirse a toda velocidad, y las y los estudiantes pasaron de la indignación a la organización.
“Fue algo muy rápido. En el WhatsApp comenzamos a ver quiénes éramos de cuáles carreras y nos fuimos poniendo de acuerdo según nuestra facultad y división. Queríamos dejar en claro que no sólo era por Daniela, pues al principio no sabíamos si había sido un suicidio –una versión que surgió cuando fue encontrada muerta- y sabemos que la UG no cuenta con una asesoría psicológica especializada, no tiene protocolos de acción para estos casos, realmente este aspecto es muy ineficiente y queríamos hacer algo por eso”.
El lunes, jóvenes universitarias y mujeres de movimientos feministas salieron a protestar por el asesinato de Daniela en Guanajuato y en otras ciudades como León. Al día siguiente, en la plaza de San Roque, se convocó a una asamblea a la que llegaron más de 300 estudiantes, y donde se decidió comenzar el paro el miércoles 4 muy temprano.
En esa asamblea, dice el estudiante entrevistado, “estuvimos todos los que queríamos participar. Fue difícil ponernos de acuerdo, todos con ideas distintas; fue una asamblea que duró cerca de cuatro horas. Allí se conformaron comités de limpieza, de seguridad, para la difusión, de ecología… hubo mucha aceptación y así llegamos a las 5 de la mañana del miércoles al edificio central” de la UG, en el centro de la capital del estado.
Fueron pocos los que llegaron a esa hora de la mañana. “Pero al pasar de las horas iban llegando y comenzamos a recibir comentarios de la gente apoyándonos. Otros nos decían que nos pusiéramos a estudiar, que éramos personas sin quehacer”.
Una de las brigadas que más movilización debió tener fue la encargada de la seguridad, pues en el comienzo del paro, hubo muchos empleados y funcionarios de la universidad que intentaron entrar al edificio central, sede de la Rectoría general y de la División de Derecho.
También debieron resguardar a sus compañeras de la brigada femenil que a su vez cuidaban el denominado “muro de los acosadores”, puesto que, según contó una de las integrantes de la brigada, “por la noche llegaban maestros y alumnos que querían arrancar del muro sus nombres, o supimos de maestros que mandaban a alumnos a quitarlos; nos amenazaron y sí tuvimos miedo”.
“Muchas personas al principio nos decían que eran difamaciones. Y luego se dieron cuenta de que muchas llegaron con pruebas: conversaciones, llamadas, fotos que los maestros les mandaban. El segundo día ya las compañeras no querían estar. Pero luego llegaron hasta señoras desde San Luis de la Paz a poner los casos de sus hijas, las chicas de prepa. Y sentimos que hicimos lo correcto”.
También vieron llegar a jóvenes que “no podían ni escribir el nombre del acosador; muchas lo tienen que ver todos los días en clases y tratan de no sentir nada. Otras no pueden con eso”. Sus compañeros de la facultad de Psicología se hicieron presentes y ofrecieron apoyo.
El objetivo inicial era tomar el edificio central. “Pero los ánimos eran muchos igual que los compañeros, así que fuimos por otras sedes”.
No pasaron muchas horas del primer día de paro para que quedara de manifiesta la solidaridad con el movimiento. “A la hora de la comida empezó a llegar gente de la sociedad a traernos comida, agua, refrescos, donaron dinero en efectivo”.
En los días posteriores, los alimentos no faltaron por parte de decenas de personas de la capital que llegaban sobre todo por las noches hasta con pozole, como tampoco negocios cercanos que ofrecieron a los integrantes del movimiento desde baños hasta espacios para que descansaran, comieran o cargaran sus teléfonos.
Otras muestras de solidaridad se integraron al día a día del paro, porque el cansancio y el estrés comenzaba a afectar a los participantes. A la aparición de integrantes de la Orquesta Sinfónica de la propia UG para ofrecerles un concierto al pie de la escalinata, le siguió toda una agenda de actividades diarias que incluyó a sus compañeros de Artes, Letras, Diseño, pero también a personas de la sociedad que llegaban ofreciendo clases de zumba, yoga, tejido.
“Hubo personas que nos trajeron a sus perros para que nos ayudaran con el estrés, o venían a darnos abrazos. Pero también vinieron psicólogos a hablar con nosotros”.
También profesores y trabajadores de la institución les expresaron su respaldo con mensajes o en especie. “Aunque muchos no se pararon aquí, entendemos que arriesgaban su salario, su trabajo e incluso su seguridad, pero nos mandaron dinero, insumos, mensajes de aliento, nos decían que estaban muy orgullosos de nosotros”.
Ese día se organizó la primera marcha, que sólo pretendía llegar a la Plaza de la Paz, a unos metros del edificio central. “pero allí se desbordaron los ánimos y no pudimos controlar a la gente. Avanzamos hasta Ayuntamiento y se comenzó a gritar ‘¡que salga Navarro!’ (el alcalde Alejandro Navarro Saldaña) lo que no esperábamos, y cuando salió eso nos despertó más”.
Fue por eso que Navarro Saldaña fue el primero en recibir en sus manos el pliego petitorio del alumnado, que en resumen requería de un compromiso tanto de las autoridades de la propia universidad, como del gobierno del estado y de la capital para fortalecer las medidas de seguridad dentro y fuera de las sedes de la UG; un acompañamiento psicológico profesional en todas las sedes, revisar las condiciones de transporte y movilidad de la comunidad estudiantil y que se tomaran medidas mucho más determinantes para frenar el acoso sexual.
Para llegar a un consenso en la redacción del pliego, se realizaron asambleas con una participación horizontal de las y los estudiantes. “Se elaboró con mucha discreción, éramos pocos los que lo conocíamos”, fue redactado por estudiantes de Derecho, Ciencias Políticas y Administración Pública.
La comunidad sabía que era necesario ampliar la esfera de sus demandas a otras autoridades, además del rector general Luis Felipe Guerrero Agripino, y acordó que reclamaría la presencia del gobernador Diego Sinhue Rodríguez, del fiscal Carlos Zamarripa Aguirre y del propio alcalde Alejandro Navarro para exigir compromisos a los cuatro, citándolos en el Teatro Principal la mañana del jueves 5.
Los estudiantes coinciden en agradecer la disposición del personal de Protección Civil del municipio. “Citamos a la gente en el Teatro Principal, pero nuestros compañeros del comité de seguridad no tenían la preparación (para manejar el evento) y los de PC nos dijeron: ‘jóvenes, estamos con ustedes para lo que necesiten’. Su ayuda fue enorme”.
Cuando llegó el día de la reunión y llegaron todos, menos el fiscal Carlos Zamarripa, “a muchos nos dio mucha impotencia que no llegara, que no nos tomara en serio; nos dio a entender que realmente no le importábamos. Pero decidimos seguir fuertes hasta que llegaran los 4, comenzamos a bautizar el Teatro Principal como el teatro de la vergüenza porque los dejamos callados, y el teatro de los estudiantes porque nos apropiamos del espacio.
“Dimos un ejemplo de lo que es la soberanía popular, porque aquí mandábamos nosotros, las exigencias eran nuestras y eso fue lo que queríamos que cumplieran”.
Fue entonces que decidieron comprometer a las autoridades a la firma de un convenio que pudiera ser vinculatorio para responder con acciones a sus demandas. El documento contó con la participación de abogados egresados de la propia universidad.
Los alumnos entrevistados coincidieron en que uno de los puntos que más les importa del pliego y del convenio firmado por las autoridades es el apoyo psicológico especializado, tanto para los estudiantes en general como para el acompañamiento de alumnas y maestras víctimas de acoso sexual, porque en ambos casos “está rebasado, la atención es de nivel primario, no se profundiza y en el primero de los casos, la lista de espera es larga”.
El convenio incluyó como una de las condiciones la destitución de dos personas en la UG, la directora de UGénero y el académico Julio César Kala, del programa de posgrado en derechos humanos, contra quien pesó una denuncia por acoso sexual que no prosperó y fue exonerado.
“UGénero es un módulo que no sirve y muchos casos se quedan en carpeta sin que se procedan o con sanciones risibles y sin reparar el daño. Esperamos que eso cambie. Y sobre (Julio César) Kala porque su caso fue emblemático, muy sonado. Y porque es amigo del rector Guerrero Agripino. Por eso decidimos comenzar por ambos”.
Alumno de Universidad de Guanajuato
Finalmente, se dieron las renuncias de ambos y se publicó el convenio firmado por las autoridades, junto con los actos de disculpa a cargo del rector Guerrero Agripino y del gobernador, ninguna de las cuales dejaron plenamente conformes a los integrantes de la comunidad estudiantil en el paro y provocaron nuevas asambleas donde se debatió si aceptarlas o no.
“A muchos no nos gustaron sus discursos, a fin de cuentas son políticos. Teníamos muchos conflictos internos porque somos muchos y con muchas ideas, pero al mismo tiempo eso nutrió mucho al movimiento, escucharnos, escuchar las ideas y respetarlos a todos. Como organización horizontal, por mayoría se decidió aceptar”.
En la noche del lunes 9, la comunidad publicó su conformidad y el paro terminó con música, tambores y los gritos de “¡Sí se pudo, sí se pudo!”.
“Nos dimos cuenta de que unidos somos más fuertes. Esto representa un antes y un después, porque aunque tenemos fisuras dentro de la comunidad o las carreras, todos teníamos un sentimiento que no habíamos expresado y nos dimos apoyo unos a otros”, coinciden las y los estudiantes que dieron su testimonio.
Ahora analizan la conformación de una estructura con voceros, “no con líderes” que pueda ser enlace para una comunicación con el rector general.
“Lo hicimos para que el día de mañana, si nos llega a pasar algo, la comunidad estudiantil hable por nosotros”, dice una estudiante.
“Fue, como se ha dicho, una declaración de solidaridad nunca vista, real –comenta otro de los alumnos-. Y eso se lo vamos a agradecer a las autoridades. Con sus deficiencias nos unieron”.
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