Acompañar en la desobediencia

11 mayo, 2022

Este 10 de mayo del 2022 se realizó la “XI Marcha de la Dignidad Nacional, Madres buscando a sus hijos e hijas”. Con su actuar y caminar las madres, hermanas, esposas, hijas nos convocan socialmente a desobedecer los mandatos de muerte, vengan del estado o de grupos criminales

Por Nayeli García Sánchez*

Para bordar una palabra sobre una manta se necesita paciencia y método. Primero hay que trazar la frase en la tela para guardar las proporciones. Trazar un primer fantasma de lo que las puntadas con hilo harán aparecer en la superficie. Después, se necesita tensar la manta con un bastidor y desplazarlo cada tanto para avanzar en la escritura. Así que la frase “Estamos resistiendo porque el mundo tiene cura” con diecisiete retratos de madres buscadoras alrededor debió tomarle varios días al colectivo Siemprevivas. Vinieron a la marcha del 10 de mayo convocada por las madres que buscan a sus hijos e hijas desaparecidos en México. Esta vez marchan junto a ochenta colectivos más que acudieron a la cita en el Monumento a la Madre para caminar hasta el Ángel de la Independencia, en donde se hará lectura de varios posicionamientos.

Apenas son las diez de la mañana y la inclemencia del sol va tiñendo la ropa con la oscuridad del sudor. Cada colectivo porta playeras de colores distintivos. Al frente, la cara de los desparecidos y sus señas particulares; a la espalda, las demandas de presentación con vida. Este año se cumplen once desde que se convocó esta marcha por primera vez. Ha habido tres cambios de gobierno y, sin embargo, la cifra de seres queridos que fueron arrebatados de sus familias aumenta en vez de reducirse.

Según la Organización de las Naciones Unidas, al 26 de noviembre de 2021 había 95 mil personas registradas oficialmente en México. Es de sentido común que los números reales deben por lo menos duplicar el conteo oficial. La cantidad de fosas comunes, por otro lado, todavía no ha podido evaluarse con certeza. Pasarán decenas de años para que los habitantes de los lugares donde hoy son enterrados de forma clandestina cientos de cuerpos puedan denunciar lo que saben. Algo como lo que ha empezado a ocurrir en las últimas décadas en España, a más de cuarenta años de la muerte de Franco. Entre el año 2000 y el 2019 lograron exhumarse 784 fosas comunes gracias a la colaboración entre familiares de personas desaparecidas y viejos habitantes de los pueblos en donde se cavaron los hoyos para esconder los cadáveres.

El avance por avenida Reforma es lento, vamos en una procesión. Mi madre y yo caminamos al lado de las familias y desde la banqueta acompañamos sus cantos. Casi no hay personas ajenas a los colectivos de familiares en el flujo central de la calle. Platicamos que lo más respetuoso es estar a su lado, pero no entre ellos. Su dolor es profundamente suyo. La condolencia es nuestra. Sus consignas nos acercan a sus cuerpos. Nos ponemos en sus zapatos lo que duran las palabras en el viento.

Hijo, escucha, tu madre está en la lucha.

¿Por qué los buscamos? Porque los amamos.

¿Dónde están, dónde están? ¿Nuestros hijos dónde están?

Cuando llegamos a la antigua glorieta de La Palma hacemos un alto. Madres de distintos puntos de la república rompen las filas para acercarse al pasto de la glorieta. En sus brazos cargan unos cuencos de vidrio que contienen un puñado de tierra y al centro una esfera de plástico. Adentro cada esfera está el retrato de un familiar desaparecido acompañado al reverso de un pensamiento. Los trabajadores que están terminando de retirar los restos de la famosa palmera que le dio nombre al sitio durante casi un siglo cesan sus labores. Observan desconcertados cómo las madres pegan fichas de identificación en los filos de cemento de la glorieta. Guardan silencio. Las madres piden que el nombre del lugar sea a partir de ahora “Glorieta de las Personas Desaparecidas” como un reconocimiento de la emergencia nacional. Como una señal de que la capital del país las escucha y, por extensión, el presidente también.

Calculo que somos alrededor de cinco mil personas. Imagino qué pasaría si nos desaparecieran a todas de golpe. La ropa vacía pero con la forma de nuestros cuerpos marcada por la repetición del movimiento. Rodillas desgastadas, axilas amarillentas, zapatos sin tapas. ¿Cuántas personas se necesitaría para hacernos desaparecer? Al menos dos por cabeza. ¿A quiénes les contarían sus acciones? ¿Cuántos testigos incidentales verían el forcejeo? No puede ser que haya más de 95 mil desaparecidos y nadie sepa en dónde están. Quiénes se los llevaron y a dónde. Para rehacer la escena tendrían que participar al menos tres veces más de individuos. Al menos una cuarta parte del país debe estar relacionada con una desaparición. Mucha gente se entretiene escuchando y repitiendo historias macabras. Alguien escuchó, vio o puso las manos en la desaparición de otro.

La manifestación continúa hasta el Ángel de la Independencia. Nos espera una carpa con mil sillas a la sombra. La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas reparte botellitas de agua y folletos en los que dicen que la CEAV “honra y respalda el incansable trabajo de las mujeres que ejercen su maternidad buscando justicia”. Dicen que se dedican a “garantizar los derechos de las víctimas”. Al pie vienen datos de contacto.

La fugaz esperanza de la recepción que nos hacen se rompe cuando empieza el mitin: “Estamos cerca de llegar a 100 mil personas desaparecidas. Eso debería parar el país”, dice la voz de una moderadora. Esta misma mañana las madres fueron a Palacio Nacional para externarle sus demandas al presidente de viva voz. No las dejaron pasar. ¿Acaso no saben que el 10 de mayo es día de fiesta? 

    Tres mujeres se turnan el micrófono para leer el posicionamiento de la marcha. “El gran fracaso del Estado mexicano es no encontrar a nuestros seres desaparecidos”. La primera mujer que lee habla de las abuelas y las madres, los abuelos y los padres que han muerto antes de encontrar a sus familiares y llegar a la verdad, a la justicia y a la reparación del daño. Sospechan que el Estado sólo busca cansarlos y pasar de una ventanilla a otra sus exigencias. Que su apuesta es maquiavélica: jugar con su dolor y no hacer nada por ellos. Denuncia que no han recibido una atención digna, que las han maltratado en las oficinas, en los trámites, en las eternas declaraciones de los hechos. Se dirige directamente al presidente Andrés Manuel López Obrador para decirle que este día quedará marcado en la historia nacional. Da los nombres completos de los que considera responsables, las cabezas administrativas que deberían atenderlas. Aclara que son más de 43 desaparecidos en el país, pide que no borren su dolor. La segunda mujer habla de la traición de confianza que cometieron los gobernantes al permitir las desapariciones, al desoír las voces de las mamás. Habla de los 52 mil cuerpos sin identificar que están en los Semefos. Su voz se quiebra cuando dice que ahí podrían estar sus hijos. La tercera mujer habla de las recomendaciones de la ONU sobre la dificultad de que el Estado se juzgue a sí mismo. Nombra la impunidad y la muerte que genera. “Nos crearon un Infierno en todo el país. La violencia se apodera sin sentido de cada rincón. […] No tenemos nada que celebrar.”

    Ellas no están dispuestas a rendirle respeto a un gobierno que las ignora o las engaña. Llaman a que sea el pueblo organizado quien responda a sus lamentos. Es decir que convocan a que los funcionarios públicos actúen fuera de sus funciones, como compañeros de a pie con ganas de ayudar. En el fondo, están invitándonos a la desobediencia de los mandatos de muerte y simulación de esta democracia fallida.

*La autora doctora en Literatura Hispánica por el Colmex.

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