Poner en el centro a las mujeres, comprender y sostener, son los principales méritos del acompañamiento feminista, no puede hacerse en lo individual. Ni aunque se intente, es insostenible. Tiene que hacerse en colectivo
Por Celia Guerrero / X: @celiawarrior
La primera vez que escuché el concepto “acompañamiento” fue en relación a las actividades de grupos feministas. Ellas, compañeras, sororas, comprometidas, acuerpaban, acompañaban a madres de víctimas de feminicidio en su búsqueda de justicia que, antes de ello, discursivamente era detectada como una lucha individual y, entonces, pasaba a ser una exigencia de varias. Destacaba la participación colectiva en la construcción de una memoria que resignificara el dolor —también colectivo— mano a mano con las familias.
Por supuesto que esta no era la única circunstancia en la que una o más personas se conectaban para compartir y caminar juntas en determinada lucha. Pero el término “acompañamiento”, además de poner por delante la colectividad, parecía aspirar a más que solo participar, unirse, ser compañera(o).
En otros espacios también se hablaba del acompañamiento a migrantes, a familiares de desaparecidos, a personas desplazadas forzadas; del acompañamiento psicosocial. El término se generalizó entre los movimientos sociales y era tan literal que no necesitaba de mayor definición: acompañar es “estar o ir en compañía de otra u otras personas”.
Un siguiente paso fue entender lo que significaba el acompañamiento feminista, que se popularizó muy ligado —aunque no exclusivamente— al ejercicio del aborto libre. Antes de tener el mote “acompañantas” fueron simplemente militantes de movimientos de izquierda, feministas, activistas por los derechos de las mujeres, aborteras. Luego, el rol “acompañantas de aborto” surgió con el avance de las luchas por los derechos sexuales y reproductivos, por la autonomía del cuerpo-territorio y el auge de las mareas verdes en los últimos 15 años en países latinoamericanos.
Ahora hablar de acompañantas de aborto es hablar de acompañamiento feminista. La esencia del rol es la ética feminista, ligada a la acción del asesoramiento para realizar el procedimiento.
Todo comienza como un ejercicio de compartición de información científica y precisa. Después, el acompañamiento feminista lo trasciende. Esto es importante señalarlo porque permite que en el centro discursivo, sin excepción, siempre estén las mujeres y otras personas que abortan.
Una acompañanta con perspectiva feminista, sí, asesora, pero también respeta sobre todas las cosas la autonomía y decisión de quien aborta. Ser congruente con esto significaría, por lo tanto, no abandonar a las mujeres cuando deciden contrario a las expectativas propias o ajenas.
Lo que las acompañantas me han compartido en este sentido habla del establecimiento de límites personales, al mismo tiempo que son conscientes y comprensivas de la complejidad y singularidad de cada experiencia, y del significado real de acompañar. La mayoría de ellas consideran que las mujeres pueden decidir interrumpir su embarazo en cualquier momento de la gestación. La integridad —y no solo la física— de las involucradas en el procedimiento es lo más importante.
Lo que se rescata hoy es que las acompañantas de aborto son una base social imprescindible, aun en estados donde las leyes caminan hacia la despenalización de la interrupción legal del embarazo. Esto se debe a que su rol tiene como eje esa ética feminista de la hablamos. Además de que el enfoque político les permite hacer un análisis profundo del contexto y tener en consideración la falta de despenalización social.
Otro aspecto que quizá sea el más significativo del acompañamiento feminista —no solo para el aborto, sino en varios aspectos, y que lo distingue del compañerismo militante de antaño— es que en estos procesos se recibe un sostén emocional que no se encuentra en cualquier espacio. Por eso muchas mujeres que son acompañadas durante sus abortos, por ejemplo, después se vuelven acompañantas. Tienen la conciencia y el compromiso que a veces solo da la experiencia. Hay reconocimiento del cuerpo como espacio autónomo. Luego, no hay carga moral sobre las decisiones. Luego, no hay regaño, maltrato o castigo ni físico ni psicológico.
Y precisamente porque poner en el centro a las mujeres, comprender y sostener, son los principales méritos del acompañamiento feminista, no puede hacerse en lo individual. Ni aunque se intente, es insostenible. Tiene que hacerse en colectivo.
Hace tiempo leí un reportaje que incluía la opinión de una acompañanta de aborto en Veracruz, Amanda Gonzalez, de REDefine Veracruz, que decía algo así como que siempre será necesario un andamiaje social y jurídico que acompañe a las mujeres. Recientemente, en un diálogo virtual sobre el rol de las acompañantas organizado por medio independiente Kaja Negra, las participantes llegaban a esa y otras reflexiones sobre el acompañamiento feminista: una urgencia en un mundo patriarcal.
Periodista
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