La película nominada al Ariel ¿Qué les pasó a las abejas?, abre de nuevo el debate sobre si las fotografías, notas periodísticas y las investigaciones académicas deberían establecer coautoría y copropiedad entre protagonistas, realizadores y productores
@Leonardotoledo
Revisé una y otra vez la denuncia hecha por el Colectivo de Comunidades Mayas de Los Chenes sobre la película “¿Qué les pasó a las abejas?”; revisé una y otra vez la respuesta de la productora, así como la postura de una parte del equipo de producción; pregunté la opinión de colegas metidos en el mundo del cine; cuestioné a personas cercanas a IMCINE sobre su silencio respecto al caso; intercambié audios de whatsapp con personas que han estudiado y participado de disputas sobre propiedad intelectual. Luego de escucharles no queda claro de qué lado se inclina la balanza, por lo que más bien comparto una líneas de reflexión al respecto.
Hace ya casi 20 años, el Colectivo Tragameluz (entonces llamado Colectivo Fotógrafos Independientes) de San Cristóbal de Las Casas comenzó a plantear —al menos a nivel local, aunque seguramente ya se estaba discutiendo en otras geografías— la idea de “extractivismo de imágenes”, luego de una década en que las fotografías de Chiapas ocuparon diferentes espacios en los medios del mundo pero que la gran mayoría jamás habían sido vistas por quienes aparecían en ellas o habitaban sus paisajes. Aunque no insistimos lo suficiente hacia afuera, la idea se trabajó bastante con las y los integrantes del colectivo: compañeros que dependían económicamente de la venta de postales con “motivos indígenas” las fueron retirando de sus tirajes, otros retiraron de sus portafolios fotografías de personas en situaciones de intimidad, de exotismo, de humillación. Algunos no lo hicieron pero se fue volviendo práctica común integrar a su discurso el nombre de las personas que aparecían en sus fotos y resaltar que seguían siendo grandes amigos, sin embargo más de una vez se presentó el caso en que los “personajes” se presentaban y demandaban sus regalías y ahí se acababa la tan vanagloriada amistad. La discusión se mantuvo aunque fue rebasada por otras peleas más mundanas.
Menciono lo anterior a modo de disclaimer y porque fue en el contexto del festival fotográfico organizado anualmente por ese colectivo fotográfico que conocí en el 2006 a Robin Canul, codirector de la película, quien entonces tenía el proyecto de Combi Collective, literalmente un colectivo de jóvenes artistas que recorrían el sureste de México en una combi cargada de piezas artísticas (fotografías, pinturas, dibujos) que conformaba una exposición que iban montando de pueblo en pueblo, y que se nutría en cada parada con contribuciones de los artistas locales. No sé si estoy siendo indiscreto, pero es que ese proyecto me gustaba y emocionaba mucho, vale la pena mencionarlo una y otra vez.
Vuelvo a la película:
“¿Qué les pasó a las abejas?” es una película documental mexicana que se agrega a una ya considerable lista de productos audiovisuales sobre la relación entre abejas, apicultores, biodiversidad, mercantilización, fraudes, transgénicos y pesticidas (estos dos últimos vinculados con la empresa Bayer-Monsanto, que siempre viene acompañada de un equipo legal y de relaciones públicas que inciden en medios, en la academia, en funcionarios de gobierno y en empresas que son sucursales pero niegan tener relación). Desde el capítulo “Abogados, armas y abejas” de la serie Rotten (Netflix, 2018); el reportaje “Bayer and the bees” de la Deutsche Welle (2020); los documentales “Queen of the Sun: What are the bees telling us?” (Siegel, 2012), la miniserie “La verdad sobre las abejas” (Red Sky, 2020); “Vanishing of the bees” (Langworthy y Henein, 2009); “More than Honey” (Imhoof, 2012) además de varias películas de ficción encabezadas por “Bee Movie” (Smith y Hickner, 2007) y The Happening (Shyamalan, 2008).
La lucha de las y los apicultores de las comunidades mayas de Campeche ha sido registrada en reportajes, tesis, artículos académicos y documentales con menor capacidad de producción y distribución. Es decir, ni es la primera película sobre el tema en general, ni es el primer producto sobre esta lucha en particular, sin embargo es la primera vez que un producto audiovisual que retrata las condiciones de apicultores reivindica derechos de coautoría y reclama participación en la distribución y exhibición.
En cuanto supe de la denuncia del Colectivo de Comunidades Mayas de Los Chenes lo primero que vino a mi memoria —por ser un antecedente de disputa entre protagonistas y cineastas, aclarando una y mil veces que los protagonistas de ambas películas no podrían ser más diferentes tanto en estilo de vida como en las motivaciones del reclamo— fue aquella ocasión en que “Carrizos”, protagonista de la película “Los Ladrones Viejos” (González, 2007) declaró a la prensa que no había recibido regalías por su participación en la película. El director del documental aclaró una y otra vez que no había tal deuda y que las condiciones del acuerdo habían sido claras. Pero quedó la anécdota y decenas de notas periodísticas para que futuros cineastas no olvidaran hacer firmar la cesión de derechos a cada una de las personas que aparecen en sus películas, documentales o de ficción (eso y no volver a hacer documentales de ladrones).
Es por ello que estoy casi 100 por ciento seguro que existen documentos legales donde los dirigentes del Colectivo de Comunidades Mayas de Los Chenes firmaron y cedieron sus derechos sobre la producción, distribución y comercialización de la película. Lo resalto porque la productora no los ha mencionado en ninguna de sus declaraciones, lo cual me parece un acierto, porque más allá de que la actual batalla no llegaría a tribunales, han mantenido la conversación desde la base de la palabra, en busca (quiero creer) de una reconstrucción de acuerdos que no pase por legalismos y abogados. Ellas, al igual que los dirigentes del Colectivo de Comunidades Mayas de Los Chenes, saben bien que las letras chiquitas de los contratos han sido la base de muchos despojos en el campo mexicano.
Ahora bien ¿de quién es la película? ¿Es de Imcine, que puso el dinero necesario para su realización? ¿Es de la directora y el director, que pusieron la creatividad y las ideas para hacerla un producto audiovisual atractivo y premiable? ¿Es del cinefotógrafo, que captura momentos y paisajes irrepetibles? ¿Es de Leydi Pech y de Eduardo Huchin, cuyas personalidades, carisma y liderazgo le dan fuerza y sentido a la narración? ¿o es de la productora, quien consiguió y guarda las firmas de todos los anteriores? ¿Es de los pueblos que la protagonizan y le otorgaron representatividad a Leydi y a Eduardo? ¿Es del Estado, que la hizo financieramente posible? ¿es del pueblo mexicano que sostiene al Estado? ¿es de las abejas? ¿es de las futuras generaciones? No es sorna, es que realmente me parece complicado establecer los límites de un posible acuerdo de coproducción.
Otra cosa es quién debería distribuirlo y exhibirlo. Al ser un tema de interés público (y de la humanidad toda) pienso que el principal responsable de su distribución debería ser el Estado y sus instituciones, no solamente Imcine, sino la Semarnat, la Sader (sería una maravillosa ironía ver a Villalobos presentándola y promoviéndola), las secretarías de cultura de todos los estados de la república, el Conacyt, la conferencia mañanera… en general pienso que la principal actividad de Imcine debería de ser la promoción, distribución y exhibición de todo el cine producido con recursos públicos, pero lamentablemente esos recursos son limitados y la comunidad cinematográfica está convencida que es más importante destinarlos a la producción, aún cuando no exista una infraestructura que garantice su exhibición ante ese pueblo que las paga. También pienso que al ser financiadas con recursos públicos, su distribución debería ser libre y de acceso abierto, para que quien así lo quiera pueda proyectarla donde quiera, pero esa idea tampoco es muy popular entre esa misma comunidad cinematográfica (y menos entre la familia michoacana Ramírez y sus allegados).
Algo que no tenemos que pasar por alto es que la película “¿Qué les pasó a las abejas?” es, si no la más, sin duda es una de las más exhibidas a nivel local y comunitario en todo el país. En términos de la industria cinematográfica esta acción es una pérdida de tiempo y dinero, un esfuerzo extra que no alcanza a retribuir en taquilla lo que cuesta exhibirla. Además no suma puntos para la cosecha de premios y reconocimientos, pues su presencia en lugares apartados señala la ausencia y el desinterés del resto de las producciones mexicanas y sus distribuidoras.
La discusión puede y debe continuar. Discutir, por ejemplo, qué es eso del cine comunitario, y si el cine producido y financiado por el Estado puede ser catalogado como cine comunitario. También se puede discutir si las fotografías, notas periodísticas y las investigaciones académicas donde las y los integrantes del Colectivo de Comunidades Mayas de Los Chenes son protagonistas deberían establecer coautoría y copropiedad. También se puede discutir si era estratégicamente conveniente para la lucha por la tierra y en defensa de las abejas de Hopelchén hacer la denuncia precisamente ahora que la película se encuentra en la pelea por el Ariel (y qué decidirán las y los integrantes de la Academia, si decidir su voto por la película tomando en cuenta su calidad cinematográfica, por el respaldo a la lucha de las comunidades mayas o en sanción con la productora por sentar un precedente negativo), pero ambas cosas son especulaciones, lo estratégico de la lucha es y debe ser definido por las y los integrantes del colectivo, y el voto de las y los académicos pues es de cada unx de ellxs y tampoco tienen por qué darnos explicaciones.
El punto es que en ese diálogo entre derecho mercantil y derecho consuetudinario, con el derecho de autor jugando de comodín, las reglas no son claras para nadie. Es necesario reparadigmarlas, escuchando a las partes, sin soberbias ni condescendencias, con las cartas abiertas y reconociendo que de un lado y del otro estamos aprendiendo, aprendiendo a reconocer que del otro lado hay personas con agencia, voluntad, egos e intereses, que no siempre se enuncian pero que son válidos y legítimos de ambos lados (y hay que saber que en ambos lados serán inevitables los fundamentalismos). Es una discusión en la que ya estaban los textiles y la fotografía, al fin llega el cine a la fiesta.
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Leonardo Toledo Garibaldi creció y reside en Los Altos de Chiapas. Estudió la licenciatura en comunicación social por la UAM-X y la maestría en antropología social por la ENAH. Actualmente trabaja como editor de la revista “Sociedad y Ambiente”, de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) y colabora con el proyecto Kinoki Media. Formó parte del Colectivo Frecuencia Libre (radio comunitaria de San Cristóbal de Las Casas) y del colectivo fotográfico Tragameluz. Es colaborador de Chiapas Paralelo y docente en la Maestría en Educación y Comunicación Ambiental Participativas de la Universidad Moxviquil, además de participar en el Consejo del proyecto “Bat’si Lab, fotografía y comunidad”.
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