6 junio, 2022
Para que el paso de los huracanes no sea una sucesión de desastres, hay que fortalecer la política forestal, impulsar la organización campesina democrática, favorecer la agricultura de reforestación y conservación
Twitter: @eugeniofv
Los últimos días de mayo la tormenta tropical Agatha dio un brusco giro hacia el norte y embistió la costa y la sierra del sur de Oaxaca. Aunque sus vientos no eran especialmente fuertes, sí traía una enorme cantidad de agua que vertió sobre las montañas que miran hacia el Pacífico. Los deslaves y avenidas provocaron media docena de muertes, pero sobre todo dejaron decenas de comunidades destruidas, incomunicadas y sin agua ni comida. Por desgracia, esto será cada vez más frecuente, conforme la crisis climática provoque huracanes siempre más fuertes. La respuesta tiene que ser mucho más contundente y mirar más a largo plazo: para adaptarnos, hay que fortalecer la política forestal, impulsar la agricultura de regeneración y trabajar desde abajo, acompañando y fortaleciendo a las comunidades de las selvas y los bosques y no imponiendo recetas desde arriba.
En realidad, las aportaciones de las selvas frente a los huracanes son muy evidentes y muy mecánicas. Lo que desde debajo de los árboles es sombra, para la lluvia es un amortiguador que reduce la velocidad y la fuerza de su caída y retarda su golpe contra el suelo. Al mismo tiempo, la mera presencia de los árboles, de sus raíces, de las hierbas y arbustos hace que el agua fluya más lento, de tal forma que los ríos se desbordan menos y los cerros no se deslavan. Esas mismas raíces y troncos retienen el suelo, de tal forma que no se pierden esos nutrientes en los cerros y no se tapan las alcantarillas cuenca abajo. Si se pierden las selvas, se pierden esos servicios ambientales.
Por desgracia, las selvas del sur de México están entre las zonas con mayores tasas de deforestación del país desde hace algunos años, y esto es todavía más grave en el caso de las selvas secas, como las que bordean el litoral del Pacífico mexicano. Con una política de conservación raquítica tanto de los gobiernos neoliberales como del gobierno actual y con una política agropecuaria centrada desde hace tres cuartos de siglo en el impulso de la agricultura industrial y el uso de agroquímicos, la degradación ambiental se ha hecho la norma, y eso nos ha hecho mucho más vulnerables a los fenómenos climáticos.
La clave para resolver este problema no está solamente —aunque también— en hacer valer la ley, que en México prohíbe el desmonte, fortaleciendo a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente. Sobre todo, está en hacer que sea más fácil vivir de la selva. Para lograrlo una de las acciones más urgentes está en reinventar la política agropecuaria para ajustarla mejor a las economías campesinas y a los esfuerzos de regeneración que las comunidades que habitan esas montañas han mantenido desde hace siglos. Eso pasa por impulsar cultivos como el café o el cacao, que agradecen vivir bajo la sombra de otros árboles y hacen que conservar las selvas sea una forma de ganarse la vida.
Esto es un esfuerzo que debe ir mucho más allá de lo que se hace con Sembrando vida, por ejemplo. Ese programa donde funciona bien impulsa la siembra de frutales y, en muchos sitios, de cacao, y eso está bien, pero se lo tiene que acompañar con un impulso a la organización de los productores; con un esfuerzo consciente, de largo aliento y muy ambicioso de construcción de mercados para sus productos; con una perspectiva de acompañamiento a los esfuerzos locales y no de imposición de recetas desde lo federal. Ésas tareas están todas pendientes.
También se tendría que acompañar esa tarea con el fortalecimiento y multiplicación a todos los niveles de programas de pago por servicios ambientales, en los que México fue pionero pero que hoy están francamente abandonados. Se trata de pagos a quienes conservan los bosques y selvas por el hecho de conservarlos. Hemos visto que por sí mismos no bastan, pero que sí tienen contribuciones muy importantes.
Para que el paso de los huracanes no sea una sucesión de desastres está ahí lo que sigue está claro: fortalecer la política forestal, impulsar la organización campesina democrática, favorecer la agricultura de reforestación y conservación. En los hechos, puede ser hasta más barato que el pago de subsidios a los muy ricos, pero implica algo que parece costar mucho a los gobernantes: mirar hacia abajo y trabajar para los más.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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