El 4 de marzo, 32 jornaleros agrícolas del Valle de San Quintín emprendieron un camino hacia la capital del país para buscar respaldo de la federación a las condiciones de explotación en las que viven. Durante 13 días, cruzaron 7 estados y recorrieron 3 mil kilómetros para llegar hasta la Secretaría de Gobernación a presentar su demanda de “salario justo y vida digna” En el camino fueron recolectando aliados e historias de luchas similares. Este es un relato de un viaje que desnuda la cara más atrasada del México moderno, un aspecto irresuelto de la Revolución Mexicana
Texto y Fotos: Kau Sirenio / Trinchera.
Fotos: Damián Gómez
CIUDAD DE MÉXICO.- Cuando los jornaleros del Valle de San Quintín decidieron dejar los surcos para trasladar su exigencia de salarios justos a la capital del país, lo hicieron en un camión que bautizaron con el nombre de Dinosaurio. En él viajaron 32 adolescentes y adultos a los que las horas y los días convirtieron en una familia apretujada dentro de la lata rodante que recorrió más 3 mil kilómetros con una consigna: “salario justo y vida digna”
Nos encontramos en Tijuana, la última frontera del país, a un costado de la glorieta de Cuauhtémoc, último guerrero mexica. Allí, el secretario general del Sindicato Independiente Nacional Democrático de Jornaleros Agrícolas, Lorenzo Rodríguez Jiménez, me confió que viajaríamos en el camión 71, antes de iniciar con la marcha hacia la garita El Chaparral. Aún no conocía a quienes serían los acompañantes de la aventura que duró 14 días, entre reuniones y mítines en las principales ciudades donde pasó la Caravana Nacional de Jornaleros de San Quintín.
–Oye, sube tu maleta en el camión, más tarde nos acomodamos, porque hay dos, y uno se regresa a San Quintín – me dijo Lorenzo.
El domador del Dinosaurio se llamaba Melesio Vidales Evaristo. Era un hombre de 50 años que ha recorrido todo el país y conoce muy bien los surcos de San Quintín. Hace tres décadas dejó su natal Puebla para irse a Baja California y luego a los Estados Unidos. Sus ojos brillaban cuando oía las consignas de las organizaciones sociales que recibían la caravana: “¡Aquí y allá, los jornaleros vencerán!”
– Buenos días – saludó Melesio con una sonrisa que se repitió muchas veces durante el recorrido de la caravana por Baja California, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Estado de México y Ciudad de México.
La Caravana estuvo acompañada por organizaciones sociales –telefonistas del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, campesinos de la Central Campesina Cardenista (CCC) y de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) y maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cesados por la reforma educativa– que dieron a los jornaleros todo tipo de ayuda: colchonetas, cobijas, chamarras, suéteres, ropa y calcetines, tortas, tacos, burritos, refrescos y agua. Los caravaneros comían lo que se podía descomponer rápido, y lo demás lo guardaban como reserva.
El segundo día, después de mitin en la garita de El Chaparral, inició la travesía en el Dinosaurio, modelo 2002. Así se abrió la puerta del mundo a los cuatro adolescentes que también se montaron en el camión para decirle a la clase política que no los olviden.
El sereno aún goteaba en los cactus cuando el Dinosaurio se detuvo en el corazón del desierto de Sonora. En los asientos, los campesinos aún somnolientos estiraron los huesos que se les habían entumido por ir sentados de cuclillas. En el transporte de los pobres es difícil estirar la espalda.
– Creo que se le rompió la banda – dijo Alfredo, estirando los brazos.
Entre chascarrillos y bostezos, los jornaleros bajaron del camión. Luego sacaron sus banderines, y detuvieron un autobús que iba de Mexicali a Caborca, en el que se trepó el domador para ir a comprar la pieza dañada del Dinosaurio.
Ésa sería la primera lucha contra el olvido que Avelina Ramírez López experimentara en el desierto. A ella no le pesaba que la hubieran despedido cuando pidió permiso para acompañar a la caravana a la Ciudad de México. En las horas que esperamos a que el camión fuera reparado, me contó cómo se había incorporado al sindicato de jornaleros, donde ahora es secretaria de Equidad de Género, y cómo, apenas con primaria concluida y sin experiencia, pasó de ser una mujer de cocina a una mujer de acción.
– Yo digo que no debemos de bajar la guardia, porque si lo hacemos, ganan ellos (los patrones) – me dijo Avelina, quien ahora grita fuerte para denunciar el acoso en contra de las mujeres en los surcos.
Mientras platicamos, frente a unos arbustos que se niegan a crecer sobre la arena que el viento acarrea en las noches, otra jornalera de nombre Felipa bajó del camión desciende Felipa con un cerro de totopos (tortillas deshidratada) y los repartió entre los hambrientos viajeros. Luego, cada quien tomó por su lado. Unos se internaron entre los cactus en busca de un lugar para defecar; otros bajaron sus colchonetas y cobijas para echar unas siestecita. En la plática de las mujeres, se repetían preguntas quisquillosas y narraciones de la vida que no se olvida nunca.
– Trabajé como máquina sin la noción del tiempo, ni saber que estaba haciendo bien las cosas, a pesar que el mayordomo me enseñó cómo cortar las fresas– contó Avelina.
Casi a las 10 de la mañana llegó una camioneta con Melesio, acompañado de dos hombres que casi no hablaban. Eran activistas del Movimiento de Unificación de la Lucha Triqui (MULT) que le prestaron la camioneta para hacer la talacha. Uno de ellos, Bonifacio Martínez, salió de San Juan Copala hace 35 años, porque en su pueblo triqui no hay de otra que vivir en la miseria. Su paso por los surcos lo inició en Sinaloa, y de ahí a San Quintín, donde fundó la Alianza Nacional Estatal Municipal por la Justicia Social, al lado de Fidel Sánchez.
La primera banda que compraron no funcionó y tuvieron que volver por otra; cuando por fin lo lograron, la batería se había descargado, así que de nuevo los jornaleros tuvieron que sacar banderas y mantas para bloquear la carretera. La estrategia surtió efecto y 10 minutos después, un trailero detuvo su camión para pasarnos corriente. “Ese apoyo sí se ve… ese apoyo sí se ve”, se escuchó en la garganta del Dinosaurio.
Al mediodía, por fin, reanudamos el viaje.
Formados en dos líneas frente una cocina que exhala espirales de humo hacia el espacio, los obreros agrícolas reciben las primeras palabras de las mujeres que salieron a dar la bienvenida en Loma de Bacum, municipio de Cajeme, Sonora.
“Muchas gracias por visitarnos, por conocer nuestro pueblo que vive el embate de gobierno porque no queremos entregarles nuestro río”, dice una mujer de la comisión de bienvenida.
Esta región luce abandonada: las calles son de tierra y no tiene drenaje; la pobreza se ve en la ropa de los niños y ancianos. En cada rincón de Loma de Bacum se asoma la persecución y la represión en contra de la tribu yaqui.
“Aquí nos quieren exterminar porque no dejamos que nos quiten lo poco que nos queda: el agua. Ya es mucha la afrenta y no vemos cuándo va terminar; y no van a parar hasta que no nos exterminen”, dice el vocero del gobernador yaqui, Martín Valencia.
Faustino Maldonado Molina secunda: “Les ofrecemos una disculpa de corazón que no les demos la bienvenida protocolaria yaqui; es que estamos en cuarentena de cuaresma, por eso no podemos recibirlos en nuestro centro ceremonial. Pero acá en esta casa vamos a comer todos, porque es un aliciente para nosotros que ustedes vengan a contarnos de su lucha en los campos agrícolas”.
Después de la comida nos llevan al Centro de Desarrollo Comunitario Yaqui. Mientras los jornaleros juegan una cascarita de futbol, las jornaleras, maestras cesadas por la reforma educativa y mujeres yaquis se reúnen para intercambiar experiencias de lucha. La profesora Luz del Carmen Encinas Gastelum explica que en el país hay alrededor de 3 mil 700 maestros cesados, mientras que en Sonora, el gobierno federal cesó desde el 15 de abril de 2016 a 59 profesores, entre ellos 29 maestras.
“Nada tenemos que celebrar, nada que festejar; las mujeres jornaleras seguimos en los surcos, trabajamos más, pero no se reconoce lo que hacemos, a pesar de que hemos alzado la voz en foros nacionales e internacionales”, responde Avelina Ramírez.
Antes de llegar a Loma de Bacum, la caravana se reunió con organizaciones sociales, campesinos, indígenas de la tribu yaqui, en los municipios de Guaymas y Cajeme, Sonora. En Vicam, municipio de Guaymas, el gobernador tradicional de la tribu yaqui prometió a la Caravana que en su administración contribuirá para mejorar las condiciones laborales de los jornaleros que emigran de Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Puebla a trabajar en el Valle de Guaymas. “Somos los mismos; hablamos distintas lenguas, usamos distinta ropa, comemos otra hierba y grano, pero lo más importantes es que somos hermanos y luchamos por lo mismo, el respeto a los derechos humanos y el respeto a los derechos de los pueblos indígenas”, les dijo.
En Ciudad Obregón, municipio de Cajeme, los recolectores de basura contaron que fueron despedidos cuando el ayuntamiento de extracción priista decidió concesionar la limpieza e imagen urbana a una empresa privada, dejando a 120 trabajadores sin empleo. “Los tirabichis (recolectores de basura) vamos a luchar hasta las últimas consecuencias, porque es nuestro derecho. Ya basta de que en este país se abuse de los pobres, de los desempleados. Esta lucha es la misma demanda de los compañeros jornaleros, de los que van en la caravana nacional a la ciudad de México. Lo único que queremos es que nos devuelvan nuestro trabajo”, reclamó José Miguel Iribe.
Dejamos Sonora el jueves 9 de marzo. Los jornaleros se levantan a las 5 de la mañana, como lo hacen siempre, para doblar sus cobijas y colchonetas. Los que alcanzan a bañarse lo hacen, y los que no despiertan a tiempo tienen que viajar oliendo a sudor y a pies.
Antes de partir a Sinaloa, Lorenzo Rodríguez se despide de los yaquis: “Nos vamos, pero volveremos a este pueblo indomable”.
El diálogo con los reporteros en un café en el centro de Culiacán, Sinaloa, dura 40 minutos, tiempo suficiente para que los jornaleros expliquen las causas que los llevaron recorrer 7 estados del país. Después, los jornaleros se dirigen a un mitin en la plaza de la capital sinaloense, donde un cuarteto de maestros jubilados los recibe con un corrido de la revolución Carabina 30 30. Alrededor de la comitiva ondean banderas rojinegras y las consignas llegan de todos los flancos: “¡Gobierno y patrón, el mismo ladrón!”
Al mediodía, viajamos a Villa Juárez, en el municipio de Navolato. Después de cinco días de viaje me siento agotado y rendido de cansancio, me tiro en el asiento del autobús. El calor es sofocante. Junto a mí, dos muchachos discuten muy acalorados, porque uno acusa a otro de haberle quitado su torta de jamón. Alfredo Hernández Ferrer interviene en la discusión y aprovecha para reconvenir al acusado por el desorden de éste en su asiento.
– ¡Déjame en paz, Indio! –refunfuña Iván Martínez, el acusado.
– Trata de mantener limpio tu espacio si no quieres que te diga nada –le advierte Alfredo.
Alfredo nació en Costa Rica, municipio de Navolato, Sinaloa, hace 50 años. Estudió hasta tercero de primaria, y desde entonces ha recorrido los principales campos agrícolas en Sinaloa, Sonora y Valle de San Quintín. Se hace llamar indio para reivindicar su origen indígena yoreme.
La parte donde van Alfredo y los dos jóvenes está llena de cobijas y colchonetas que se caen cuando el camión pasa en un bache o tope. La incomodidad de los asientos hace que uno vaya sentado sin poder estirar las piernas. Entre asiento y asiento, apenas hay espacio de unos 30 centímetros. Muchas veces, el Indio ha tenido que acostarse en el pasillo para dormir… pero las cobijas le caen encima a cada rato.
María Fernández, de metro y medio de estatura, cuenta su propia historia de jornalera en Valle de San Quintín, expulsada de estas tierras sinaloenses por la inseguridad y desempleo. Aunque Toboloto, municipio de Navolato, Sinaloa, concentra el mayor número de jornaleros de los estados del sur, como Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Puebla, ella asegura que es mejor trabajar por temporada en San Quintín que en Sinaloa.
– Allá nos pagan 170 pesos en el empaque, y en el corte a 120 pesos al día – detalla.
María no sólo viaja a San Quintín, sino que se ha arriesgado más de la cuenta. En la última temporada trabajó en Vizcaíno, donde se quedó varada porque se descompuso el camión donde viajaban.
– Nos quedamos en la Rumorosa toda la noche y parte del día, hasta que llegó otro camión por nosotros.
Con un niño en el brazo, Celia entra en la conversación para contar su propia historia en los surcos de Sinaloa:
– Entramos a trabajar a la siete de la mañana y salimos a las cuatro de la tarde; por la jornada nos pagan 150 pesos. Acá no hay seguro ni permiso. Por si uno quiere ganar un poco más, entonces hay que trabajar en saliendo y pagando; pero ahí entramos a las cinco de la mañana y salimos a las siete de la noche, por 250 pesos –explica.
Mientras María cuenta su vivencia, del lado del parque sale un hombre resguardado por 10 policías municipales armados hasta los dientes; los oficiales se apostan en cada esquina de la cancha de la plaza. El hombre, de camisa lila, escucha atento a los jornaleros que denuncian la explotación en los campos agrícolas. Unos hombres con la ropa jaspeada de verde por las hojas de tomate, pasan por aquí, pero se siguen de largo cuando ven a los policías.
Cuando le pregunto a María por el hombre de camisa lila, que me saluda muy efusivo, ella responde tajante: “En boca cerrada no entran moscas”.
Después de preguntar a varias personas, un hombre por fin me dice quién es: “Es presidente municipal de Navolato, Rigoberto Valenzuela Medina; es priista”.
Abordamos el Dinosaurio apenas termina el mitin. Es la única vez que nos acomodamos en menos de cinco minutos. Melesio enciende el motor y se encamina a Mazatlán. Al pasar por las principales calles de Villa Juárez, se ven casas abandonadas, mientras patrullas de marinos y soldados recorren de un lado a otro este poblado donde la violencia se ha salido de control.
En Tepic, la Central Campesina Cardenista y la Coordinadora Nacional Plan de Ayala recibieron a la caravana con consignas de “Zapata vive, la lucha sigue”. Al día siguiente, la caravana llegó a Guadalajara, Jalisco, donde sindicatos y organizaciones sociales recibieron a los jornaleros con un mitin y un foro. Actividades que se repitieron en Morelia, Michoacán; Irapuato, Salamanca y Celaya, en Guanajuato; Querétaro y en la Universidad Autónoma de Chapingo, Estado de México.
“En México miles de jornaleros viven en condición extrema, sin salario justo y menos respeto a los derechos humanos. Por eso vamos en esta caravana hacia la ciudad de México para decirle al gobierno que no ha cumplido con la promesa que hicieron hace dos años en San Quintín”, insistió en cada foro Bonifacio Martínez.
El frío del viernes 17 en la Universidad Autónoma de Chapingo, congela los huesos. Los jornaleros sufren de nueva cuenta los estragos de los últimos días de invierno. Pero eso no parece importarles. Están a unos kilómetros de “tomar” la capital del país para gritar de nuevo, como lo hicieron hace dos años en el Valle de San Quintín: “Salario justo y una vida digna”.
A las seis de la mañana, el Dinosaurio arranca el último tramo del viaje rumbo a la Ciudad de México. El objetivo es llegar al primer Encuentro de Jornaleros Agrícolas en el Monumento a la Revolución.
Antes, hace una parada frente a la Procuraduría General de la República donde los jornaleros se encuentran con los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos por el Estado mexicano.
Se fusionan las demandas de ambos movimientos: la presentación con vida de los 43 estudiantes, por parte de los padres, y el cumplimiento del pliego petitorio hecho en 2015, por parte de los jornaleros de San Quintín, del cual solo de logró la toma de nota de su sindicato, “pero las restantes se quedaron ahí”, lamenta Lorenzo Rodríguez.
En el Monumento a la Revolución, el líder sindical afirma que el gobierno mexicano se olvidó de que existen los jornaleros del Valle de San Quintín.
“Por eso seguimos levantando la voz y por esa misma razón estamos aquí el día de hoy. Nos decían (las autoridades) que éramos unos cuantos los que seguíamos reclamando, porque ya habían cumplido la mayoría de los puntos, cuando es una total mentira”, insiste.
“Escuchamos a nuestros hermanos jornaleros que no sólo en el Valle de San Quintín hay condiciones de esclavitud moderna; hay partes en donde se paga 180 pesos la jornada. En ningún estado rebasan los 80 pesos con todas las prestaciones incluidas”.
Han pasado 13 días desde que 32 jornaleros y jornaleras salieron de San Quintín, Baja California, para traer a esta plaza de la capital del país su mensaje. Durante dos semanas recorrieron 7 estados y recabaron información sobre las condiciones de trabajo que viven otros miles de jornaleros del país. Lo que sigue son reuniones en la Secretaría de Gobernación con autoridades que parecen sordas al reclamo de los trabajadores más pobres del país. El camino por sus derechos sea aún largo.
Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente.
“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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