Luego de ser desalojadas del campamento que mantenían frente a Bellas Artes, mujeres triquis desplazadas de su comunidad fueron perseguidas y retenidas durante horas por policías para obligarlas a quedarse en un albergue que improvisó el Gobierno de la Ciudad de México
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Isabel Briseño y Arturo Contreras Camero
CIUDAD DE MÉXICO.- «¡Ayuda, la policía nos está secuestrando!», grita una mujer mientras corre con un bebé en brazos sobre avenida Reforma. Detrás de ella va un centenar de policías con equipo antimotines, que todas las personas identifican como el cuerpo de granaderos que la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum dijo que ya no existen.
Esa mujer y alrededor de otras 50 integrantes de la comunidad triqui en Ciudad de México, junto a algunos hombres y un grupo de niñas y niños, pasaron horas rodeadas de escudos y policías que las retuvieron por no aceptar permanecer en el albergue donde los obligó a ir el gobierno de la Ciudad de México durante la madrugada del lunes 25 de abril.
Este grupo de indígenas triquis, originarias de Tierra Blanca Copala, Oaxaca, llevaban más de un año y cinco meses acampando afuera del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. Demandan que alguna autoridad, la que sea, les ayude a volver a su tierra. Pero desde entonces nadie ha podido garantizarles un regreso seguro. Ni el gobierno federal, ni el de la Ciudad de México y mucho menos el de Oaxaca.
El gobierno de la Ciudad de México les desalojó del campamento que sostenían unas 50 personas. Se trata de una comitiva que representa a 143 familias desplazadas por un grupo que las expulsó con violencia de su comunidad en la mixteca oaxaqueña. Llegaron a Ciudad de México para pedir la intervención del gobierno federal, pero ante la falta de respuestas optaron por instalarse sobre el Eje central, donde serían más visibles.
El objetivo del desalojo, argumentó el gobierno de la Ciudad de México, era “mejorar la situación de seguridad de niñas y niños, así como las condiciones de salubridad reubicando el plantón en atención a una serie de observaciones dirigidas por la Comisión de Derechos Humanos (CDHCM) local a la administración capitalina”, reza en el comunicado del día del gobierno de la Ciudad. Esa es la última comunicación pública del gobierno al respecto.
Durante la madrugada del lunes, las autoridades les llevaron a un estacionamiento convertido en albergue en la calle de Rayas, en su esquina con el Circuito Interior, en la colonia Valle Gómez. El espacio, dijo el gobierno, consistía en un dormitorio equipado con catres y cobijas, regaderas, baño, una carpa de servicios médicos y otra donde se dará atención especial a los infantes.
El dormitorio, sin embargo, resultó sólo ser otra lona, una carpa más, como en la que las triquis han vivido durante todo este tiempo; pero con catres y en una colonia lejana del centro de la ciudad, sin la visibilidad que tenían frente a Bellas Artes.
“El lugar está muy solitario”, cuenta Venustiana López Ramírez, maestra de la comunidad e integrante del campamento. “La manera en la que vinieron a botar nuestras cosas es muy feo. No nos dieron ni tiempo de guardar las cosas o de levantarlas”.
“Como estaban pasando iban levantando nuestras cosas”, dice Venustiana mientras levanta los brazos como si volteara una mesa o como si de sopetón levantara una caja. “Algunos tenían cosas delicadas y no quisieron que las hicieran de esa manera, las quisieron agarrar; pero las personas, no sé qué eran, los de la ropa verde limón (empleados de limpia y mantenimiento urbano de la ciudad) no nos dejaron. Ellos iban levantando las cosas y así muchas de las cosas se perdieron. Desde dinero, hasta las pulseras que vendemos y los huipiles que vestimos”.
“Cuando vimos a los granaderos, nos dio mucho miedo, se siente en el corazón, como que lo apretaban. Nos dio la idea de que nos iban a hacer algo, porque también así se vistieron esos paramilitares al momento de atacarnos. Esto es como volver a revivir el momento que fuimos desplazados de la comunidad. Había muchos niños que estaban llorando y las señoras se veían asustadas”, cuenta.
Venustiana habla en el campamento reubicado. Entre lonas y colchonetas sucias, se miran pedazos de televisión, ollas con restos de sopa o atole, ropa, muchas botellas de plástico y algunos libros escolares.
Una niña en edad de primaria, parte del campamento, está preocupada. Dice que ahí no puede hacer su tarea, pues en Bellas Artes había internet (del que da gratuitamente el gobierno de la Ciudad); pero en el estacionamiento que el gobierno llama albergue no hay red pública. Contrario a lo que alega el gobierno de la ciudad a partir de las recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos, los infantes del campamento sí recibían educación, pues según dicen sus madres, estaban inscritos a una escuela de la Comisión Nacional de Fomento Educativo detrás de Bellas Artes.
Apuradas, las mujeres suben lo que pueden rescatar de sus pocas pertenencias a un camión. Encimados, van tanques de gas, lonas, trastos de cocina y sillas viejas. El camión lo prestó la sección 9 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. La idea era llevar las cosas de las triquis a las oficinas de ese gremio, donde permanecerían bajo resguardo y que las mujeres del campamento ocuparan la Casa del Estudiante, en el centro histórico, como una albergue temporal. Antes, querían dar una rueda de prensa frente a Bellas Artes. Pero fue imposible.
Cerca de las dos y media de la tarde, cuando las mujeres quisieron salir del albergue, se vieron cercadas por una centena de policías antimotines. Desesperadas, rompieron la cerca de malla que rodeaba el estacionamiento y salieron a Circuito Interior. Enojadas, decidieron cerrar los carriles centrales de esa avenida.
Como respuesta, los policías rápidamente rodearon a las triquis y las mantuvieron recluidas por horas. Al interior del cerco policiaco los ánimos no aminoraron. Consignas y cantos sonaban sin parar ante los oídos sordos de los policías. Incluso, algunos de quienes los acompañaban iniciaron juegos entre las niñas y niños presentes, para calmar los nervios, hasta que la lluvia abrió una ventana de oportunidad.
Después de un súbito tormentón, las filas de los policías flaquearon por un instante que fue aprovechado por las triquis. En ese momento ya estaban acompañadas por integrantes de la Sección 9 de la CNTE, de integrantes de la Caravana por el Agua y de activistas y estudiantes de la UNAM. Como pudieron, rompieron el cerco entre golpes y empujones y lograron salir.
Con un tropel de policías furiosos detrás, las triquis y compañía comenzaron a correr hacia el oeste, hacia avenida Ferrocarril Hidalgo. “Hasta el Zócalo, compañeras, no se paren y vámonos hasta el Zócalo”, gritaban algunas, mientras corrían y peleaban con los granaderos. Otros clamaban “Al metro, corran al metro antes de que nos vuelvan a encapsular”.
Al llegar a Ferrocarril Hidalgo, los policías comenzaron a flanquear por el lado izquierdo al grupo de triquis y amenazaban de nuevo con cerrarles el paso. El choque de los escudos de plástico de los uniformados contrastaba con los gritos desesperados de mujeres y niños que huían despavoridos.
Perseguidas, las triquis se internaron en las calles de la colonia Valle Gómez. “¡A la iglesia!”, decían unos mientras llegaban a un templo, pero las puertas se cerraron. Desde las ventanas y los zaguanes, vecinos conmocionados miraban a los triquis huir y correr. Algunos los invitaban a acercarse, a resguardarse, mientras que otras casas y vecindades cerraban sus puertas, fortalecidas por los cuerpos de los hombres jóvenes que las habitan.
Los zaguanes del refugio en un instante se llenaron de policías, que acorralaron a las triquis en pequeñas madrigueras. “Hasta parece que sí trabajan, ojalá que así se pusieran cuando pasan los rateros, pero cuando matan gente en la calle, ahí sí que se hacen bien pendejos”, dijo una de las vecinas, conmocionada y enojada.
Hasta el cierre de esta edición, tres grupos de personas permanecían encerrados por policías antimotines, resguardados dentro de viviendas en la colonia Valle Gómez. Las triquis, apoyadas también por integrantes de la comunidad otomí en Ciudad de México, buscaban ir a la Casa del Estudiante, mientras que personal de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México intentaba que volvieran al estacionamiento donde fueron obligadas a llegar la madrugada anterior.
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