Luchar por una política alimenticia incluyente, diversa y progresista es clave para salvar el planeta y la biodiversidad. Tenemos mucho que ganar
Twitter: eugeniofv
Nuestros sistemas alimenticios están cada vez más concentrados en unos pocos países y unas pocas empresas, que nos ofrecen cada vez menos alimentos reales y cada vez más alimentos procesados. Esto implica, por un lado, que todo sabe cada vez más parecido —cada vez más a aceite de palma, a conservadores, a azúcares y a soya— y, por otro, que se destruyen cada vez más bosques y selvas para cultivar esos pocos ingredientes que nos ofrecen. Así, un estudio liderado por Edward Ellis mostró que, hasta 2013, la deforestación en la península de Yucatán se ha dado sobre todo para abrirle paso al ganado y para sembrar soya. En los últimos años, además, la palma de aceite se ha convertido en una verdadera amenaza para las selvas de todo el mundo.
La ambición de la industria ha llegado a tales extremos que no solamente nos venden la soya como tal, sino que también nos engañan haciéndola pasar por otras cosas. Hace tres años, por ejemplo, la Procuraduría Federal de Protección al Consumidor documentó que muchas veces se vende como atún lo que no es más que soya.
Los engaños en materia de pescado van mucho más allá. La organización Océana ha mostrado que en casi la mitad de las ocasiones en que se sirve o vende pescado en muchas ciudades del país se dan unas especies por otras. Se vende como robalo lo que en realidad es tilapia, y se entrega como huachinango lo que no es sino bagre.
También se nos engaña con otro montón de cosas, como con el chocolate. Lo que se nos vende como tal en los supermercados no suele tener más de una quinta parte de cacao, y más bien son grasas vegetales y azúcares con un poco de sabor.
La solución a todo esto está en la lucha colectiva en defensa de sabores y saberes del mundo y de nuestro país y en el buscar esos mismos sabores en nuestra comida. Desde hace meses, por ejemplo, la chocolatería La Rifa y otros productores artesanales de cacao impulsan cambios a la norma oficial mexicana que determina qué se puede llamar chocolate para obligar a que sea más cacao que otra cosa. El camino es cuesta arriba y la Secretaría de Economía se ha mostrado muy reticente a las transformaciones que urgen y muy neoliberalmente dispuesta a ponerse del lado de los grandes industriales, pero la lucha está en camino.
Lo mismo pasa con los alimentos del mar. La organización Océana, reconociendo que “nada sustituye nuestra obligación de exigir a autoridades y corporaciones que regulen y mejoren sus prácticas para frenar la devastación de los océanos”, ofrece algunos consejos importantes para luchar por un mundo mejor con el tenedor en la mano que sirven para el mar lo mismo que para los productos de tierra: consumir productos nacionales, consumir en comercios establecidos y autorizados, consumir de acuerdo a las temporadas, aprovechar todo lo que se pueda de lo que compramos y diversificar nuestro paladar.
Luchar por una política alimenticia incluyente, diversa y progresista; apreciar la comida y disfrutar del mundo, son claves para salvar el planeta y la biodiversidad. Tenemos mucho que ganar, y poco que perder: podemos construir una vida plena, bella y diversa, o mantener este statu quo monótono, violento y gris.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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