El Tren Maya va dirigido a consolidar un mercado que ya sirve para acumular capital a costa de las poblaciones locales. ¿Por qué podría pensarse que un proyecto así es progresista?
Twitter: @eugeniofv
Ahora que el Tren Maya ha vuelto a ocupar espacios en todas partes, desde las mañaneras hasta las redes sociales de las celebridades nacionales, urge devolver el debate a la realidad y pensar en cuáles serán sus impactos reales, para saber si realmente vale la pena el proyecto. En materia ambiental, los impactos directos del tramo 5 del megaproyecto lo convierten en un desastre sin paliativos, con impactos indirectos también muy importantes, y en eso no importa quién lo denuncie. Por otra parte, el impacto social y económico del megaproyecto es tan grande y contribuirá tanto a consolidar las tendencias actuales de concentración de la riqueza que cuesta entender por qué se lo considera parte de un proyecto “transformador”.
El paso del Tren Maya por la costa de Quintana Roo es desastroso porque implica destruir una red hídrica muy compleja, compuesta por cenotes y por ríos y arroyos subterráneos que no podemos conocer y cuya salud depende en gran medida de su interacción con el mar. El jefe del centro coordinador del megaproyecto, general Raúl Manzano Vélez, lo explicó al aclarar por qué no se hará un tramo elevado en el paso por Playa del Carmen. En entrevista con La Jornada afirmó que se encontraron con un “panal de cenotes” que hace imposible instalar las columnas que lo sostendrían. Ese mismo sistema, sin embargo, es el que se encontrarán tierra adentro, y los impactos que tendrá el trazo del tren siguen siendo muy importantes.
La situación se agrava porque el proyecto del Tren Maya no está obligado a entregar una manifestación de impacto ambiental mínimamente seria por la publicación del acuerdazo sobre infraestructura, seguridad y utilidad pública. Eso implica que ni siquiera ellos mismos sabrán los daños que pueden hacer. Los efectos que todo esto tendrá serán en gran medida irreparables y dañarán con fuerza a la población local y a la industria turística, que en esa zona vive de atractivos naturales que hoy están en riesgo por el tren.
Los daños que el Tren Maya ocasionará al medio ambiente son también indirectos. El trazo mismo del proyecto y las inversiones que se han prometido amenazan con reducir la población de las selvas y de los municipios del interior de la península, lo que implicará que esos ecosistemas pierdan a sus más grandes y empecinados defensores, en un contexto en el que las autoridades ambientales pierden personal, presupuesto y capacidad de acción. En esto el Tren Maya no transforma nada: mantiene dinámicas de las últimas décadas. Como han documentado Gustavo Gordillo y Thibaut Plassot, entre 1995 y 2015 —y probablemente hasta la fecha— se ha dado un fuerte proceso migratorio desde el interior de la península hacia las costas, provocando una despoblación paulatina que ahora amenaza con acelerarse.
A esto hay que añadir la enorme migración desde otros estados de la República hacia esa misma región: el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reporta que entre 2015 y 2020 llegaron casi 200 mil personas a Quintana Roo, y ese aumento de población ha compensado lo que podría haberse ganado de alivio a la pobreza. A pesar de las enormes inversiones que se han hecho en carreteras y en infraestructura turística en Quintana Roo, la población en pobreza en ese estado aumentó entre 2008 y 2018, como muestra el Consejo Nacional de Evaluacion de la Politica de Desarrollo Social.
Además de todo esto, hay que recordar lo que con tanto candor explicó el hoy extitular de Fonatur, Rogelio Jiménez Pons: éste es un proyecto inmobiliario y turístico, que va dirigido a aumentar el valor de la tierra, favorecer el crecimiento de ciertas ciudades y a aumentar el flujo de capitales hacia la región. ¿Quién recibirá esos capitales? Los grandes empresarios hoteleros. Es decir, que el Tren Maya va dirigido a consolidar un mercado que ya sirve para acumular capital a costa de las poblaciones locales, como ha demostrado, por ejemplo, David Harvey, y a impulsar a una industria como la turística, caracterizada por la alta temporalidad de los empleos y una muy pronunciada concentración de capital en pocas manos.
¿Por qué podría pensarse que un proyecto así es progresista? Concentra la riqueza hoy, destruye la naturaleza y con ello hipoteca el mañana y provoca cambios en las dinámicas de población que serán también muy dañinos. Es hora de bajarse de ese tren.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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