Quedan muchas dudas sobre el impacto ambiental que tendrá el nuevo aeropuerto de Santa Lucía. Muchas de las cuestiones quedan referidas en los documentos disponibles como algo por aclararse en un futuro
Twitter: @eugeniofv
La inauguración, este lunes, del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles es en gran medida un alivio, porque la solución a la creciente presión sobre el viejo aeropuerto de la Ciudad de México ocurrió sin que viéramos el peor de los escenarios ambientales, el que encarnaba el aeropuerto que se había proyectado en Texcoco. Sin embargo, la gestión ambiental del aeropuerto a partir de ahora está llena de interrogantes y podría ser desastrosa. Quizá no sea así, pero urgiría que las autoridades lo aclararan y, si no lo tienen todavía resuelto, que las soluciones que ideen miren hacia el futuro y no repitan esquemas del pasado.
La inauguración de la terminal aérea de Santa Lucía es un alivio porque el aeropuerto de Texcoco no sólo no aportaba soluciones ambientales a la Ciudad de México, sino que cancelaba definitivamente caminos urgentes para dejar en mejores condiciones a la capital. De entrada, eliminaba definitivamente la posibilidad de recuperar como humedal y como espacio ecológico miles de hectáreas al oriente de la enorme urbe. Hoy eso ha cambiado y ya están en marcha —aunque parece ser que con mucha lentitud— las obras para convertir las viejas instalaciones del aeropuerto y el área circundante en un enorme parque ecológico que contará con grandes humedales.
Eso no solamente brindará a los habitantes del Valle de México un espacio verde y azul lleno de biodiversidad en el que poder recrearse en forma sana y permitirá abonar, aunque sea un poco, a construir una nueva relación con la naturaleza. El nuevo parque también podrá servir como reserva de agua para la zona metropolitana del Valle de México y ayudará a refrescar el ambiente. La iniciativa texcocana podría, además, servir como punta de lanza para la recuperación de todos los ecosistemas de esta cuenca.
Ahora bien, quedan muchas dudas sobre el impacto que tendrá el nuevo aeropuerto. Muchas de las cuestiones ambientales quedan referidas en la manifestación de impacto ambiental y en los documentos disponibles como algo por aclararse en un futuro. Es el caso, por ejemplo, de los residuos sólidos que se generen en sus instalaciones. Lo único que se sabe es que las autoridades prometen cumplir la ley y que habrá instalaciones para procesarlos. Lo mismo ocurre con las aguas residuales que expulse el aeropuerto. En una página fechada hace apenas unos meses, se explica que se tratarán todas las aguas grises y que se usará el agua de lluvia para la recarga del acuífero, y poco más. El resto de la información ofrecida es solamente la promesa de que se le dará a las aguas sucias de las instalaciones “diversos usos”.
Ojalá que esas políticas estén diseñadas, y si no lo están, que se las diseñe con urgencia. Al hacerlo habría que subir mucho la ambición de la gestión del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y apostar por que su operación no solamente haga pocos daños, sino que contribuya a remediar un entorno ambiental duramente degradado por una historia de abandono, colonización con especies exóticas e invasoras —desde borregos hasta casuarinas— y sobreexplotación de los recursos hídricos de la zona. No debería bastar con haber salvado Texcoco si a cambio de eso se deja sin agua al valle del Mezquital, por ejemplo: habría que remediarlos ambos.
Parece que durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador los logros —que no siempre son patentes ni son tan abundantes como afirman los partidarios de la 4T— consisten todos en frenar de una u otra forma la espiral de deterioro en que los otros gobiernos neoliberales habían sumido al país. Eso, sin embargo, no basta: habría que pasar a la ofensiva y diseñar y ejercer políticas públicas restaurativas, realmente diferentes y novedosas, que construyan una mejor relación entre los ciudadanos y de estos con el medio ambiente.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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