La Comisión Nacional de Pesca (Conapesca) haría bien en mirar más hacia abajo y menos hacia los grandes capitales del mar, y haría bien en fortalecer las alianzas con las organizaciones de la sociedad civil
Twitter: @eugeniofv
Por todo el mundo, grandes capitales asuelan los océanos y depredan las especies que los animan y les dan vida. Por fortuna, también por todo el mundo hay comunidades que les hacen frente, respondiendo al extractivismo global y gigante con organizaciones locales y articulando lo pequeño en grandes redes. Es el caso de las pesquerías del pepino de mar en lugares tan distintos como el sudeste asiático y el caribe mexicano.
El pepino de mar siempre ha tenido una demanda importante en Asia, principalmente en China, donde se le consume como alimento y como un elemento de la medicina tradicional. A pesar de ser un producto que se conoce y extrae desde hace al menos un milenio, su demanda es hoy trece veces mayor que a mediados del siglo XX, y ha pasado de apenas unas dos mil toneladas a más de treinta mil. Esto ha provocado una incursión creciente en nuevas pesquerías —como la caribeña— y la intensificación de la explotación de las viejas —como las de Micronesia—, y en ambas el producto estuvo a punto de colapsarse por completo.
El hecho de que quienes alimentan e impulsan este enorme negocio a nivel global busquen ganancias rápidas sin importar sus consecuencias, para luego pasar al siguiente negocio, ha llevado a expertos y activistas a considerar este fenómeno un extractivismo pesquero, por comparación con el extractivismo minero. Igual que en el caso de la minería, quienes lo practican han provocado una sucesión de booms económicos y extractivos seguidos de colapsos no solamente de las ecologías locales, sino también de los medios de vida de las comunidades que viven junto a ellas.
Los únicos sitios donde ese ciclo tan destructivo ha logrado evitarse son donde las comunidades locales se han organizado para hacerles frente. Un estudio publicado hace un par de años y firmado por Abigail Bennett y Xavier Basurto comparó las muy distintas reacciones de los pescadores en río Lagartos y Celestún, dos comunidades de la península de Yucatán. En la segunda los pescadores suelen trabajar para terceros y estos patrones no quisieron o no pudieron organizarse para lidiar en forma sustentable con la enorme demanda por pepino de mar, lo que llevó a un notorio declive de la pesquería. En río Lagartos, en cambio, las poblaciones locales son las dueñas de la flota a través de cooperativas y lograron construir reglas de extracción y de respeto por los demás que han llevado a evitar los peligros que acechan a esa especie. La organización local permitió defender esa especie y, con ella, a las comunidades que viven del mar.
Algo similar, pero de mayor escala, ocurrió en Micronesia. Ahí, según han documentado Caroline E. Ferguson y su equipo, tras la aparición en escena de los extractivistas marinos las poblaciones locales se organizaron, con el apoyo de organizaciones no gubernamentales y de funcionarios públicos, para plantar cara a los depredadores. El éxito rotundo se puede ver en el estado de las pesquerías que manejan y que siguen florecientes.
Según Ferguson y sus colegas, hubo tres factores que hicieron posible confrontar con éxito a los depredadores. En primer lugar, la identidad colectiva compartida de los pescadores facilitó el trabajo conjunto. En segundo lugar, las redes construidas entre esos pescadores y las organizaciones de la sociedad civil hicieron posible emprender batallas más costosas, como las legales. Por último, el trabajo de servidores públicos y legisladores para alinear las prácticas locales con la legislación fue clave.
Las lecciones para México son evidentes: hay que apoyar a las comunidades locales, buscando que se apropien de cada vez más eslabones en el proceso productivo, invirtiendo en sus capacidades tanto técnicas como organizativas. Además, la Comisión Nacional de Pesca (Conapesca) haría bien en mirar más hacia abajo y menos hacia los grandes capitales del mar, y haría bien en fortalecer las alianzas con las organizaciones de la sociedad civil. Hay un mar de beneficios para todos en hacerlo.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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