La pérdida ambigua

16 enero, 2022

La gran mayoría ha perdido algún eslabón durante los últimos 20 meses: a veces la pérdida fue un empleo, a veces salud, la libertad, a veces una pareja,un amigo o ser querido. Un sinnúmero de cosas se han movido de lugar dejando una fractura que nos recuerda que somos vulnerables y perecederos

Por Elena Portas*

Cuando era niña mi abuelo solía llevarnos a una playa en Acapulco llamada “El Revolcadero”, tardé muchos años en comprender la finalidad de ir y terminar raspada por la gruesa arena y el oleaje súper intenso. En mi inocencia infantil me costaba trabajo comprender que, habiendo otras playas mucho más bondadosas y bellas a unos cuantos pasos, una vez más los adultos perfilaban el vehículo hacia esa aventura conocida que seguramente nos haría salir maltrechos.

Como éramos muchos pequeños y yo era de las medianas, nos arremolinábamos en la orilla y los grandes podían confiarme tomar de la mano a alguien más pequeño en lo que un adulto u otro de los primos mayores tomaba el polo opuesto generando así una gran cadena humana en la que cada quien aportaba sus recursos para proteger a los más débiles ante la impetuosa naturaleza que, haciendo gala al nombre de la playa, nos revolcaba una y otra vez sobre la gruesa arena que rallaba nuestra piel y nos obligaba a apoyarnos o jalarnos unos a otros para volver a levantarnos
nuevamente.

Con el paso de los años y la llegada de los inevitables problemas que trae la vida adulta consigo, solía regresar a mi mente la imagen de la cadena humana llena de cariño y la frase apresurada “levántate que ahí viene la otra ola” al igual que el apretón de manos que me aseguraba que los que me amaban no me soltarían y estaba segura viniera lo que viniera.

Nada mejor para ejemplificar la sensación que hoy veo en quienes me consultan, de espaldas a la impredecible naturaleza, la gente se pregunta ¿de qué tamaño es la próxima embestida? y… en la gran mayoría de los casos, se percibe cansancio, tristeza, frustración … la cadena no está tan firme como hace dos años y la gran mayoría siente el vacío, ya que ha perdido algún eslabón durante los últimos 20 meses: a veces la pérdida fue un empleo, a veces salud, a veces una pareja que no sobrevivió a los problemas y convivencia demasiado estrecha, la pérdida también pudo haber sido un amigo o ser querido, a veces fue la libertad o un sin número de cosas que se han movido de lugar dejando una fractura que nos recuerda a cada momento que somos vulnerables y perecederos.

Hoy quisiéramos sentir como antaño las manos entrelazadas protegiéndonos unos a otros pero lamentablemente la convivencia a distancia y el abuso de la tecnología está pasando la factura generando un mar de soledad acompañada donde las personas pasan el día completo enlazados con otros y pocos minutos (si es que tienen la fortuna)
conversando íntimamente con seres queridos, hoy los grandes son incapaces de voltear a ver a quienes están vulnerables en una cadena de productividad en la que los jefes sienten el derecho de buscar a los empleados a media noche o por la mañana para que resuelvan lo que, la tecnología nos ha hecho sentir es algo impostergable al horario laboral.

¿Qué hacía que voluntariamente mi abuelo Don Juan se enfrentara una y otra vez a una experiencia que le obligaba a sentir la fortaleza de su descendencia e introdujera a los más pequeños el coraje para levantarse una y otra vez ante la adversidad? Seguramente no era la falta de problemas, ya que la larga prole día a día ponía a prueba en él y mi abuela
su resiliencia y creatividad.

Resulta obvio comprender que, como en aquel entonces la gran mayoría de los movimientos son tan naturales, como impredecibles e incontrolables. Mirados a la distancia pareciéramos tan pequeños e indefensos en relación con la naturaleza que parece tener su propio plan que mantiene aún en gran parte secreto. Lo que nos diferencia de aquellos tiempos es la fuerza humana, la tolerancia, la capacidad de comunicarnos, de compartir y luchar por una misma causa.

Hoy, las grandes instituciones, que parecían inamovibles, están tambaleando, generando huecos en las familias con una enorme cantidad de nuevos retos para sobrellevar: violencia y separación; vacíos en la educación que cada vez está más llena de pequeños con enormes vacíos académicos o emocionales y, especialmente en la salud en donde las personas se
arremolinan afuera de los grandes hospitales para poder ser atendidas de aquellas dolencias que han sido postergadas más de 20 meses a causa de la contingencia sin que hoy haya capacidad para poder darles respuesta una vez más por lo que los hospitales trabajan sin medicamentos, reactivos para análisis, servicios de radiología ni personal médico. Hoy parece que la solución para la población está en dejar de confiar en lo que funcionó en el pasado y activarse buscar nuevos recursos que le permitan a como dé lugar, salir adelante.

En mi práctica profesional quisiera hoy ayudar a quienes me consultan a hallar respuestas que en el cansancio les parecen inalcanzables; en mi labor de madre quisiera darles a mis hijos (como algún día me fueron otorgadas) certezas acerca de las oportunidades que están en su futuro si hacen lo que les corresponde; en mi vida de pareja quisiera ofrecerle a mi
compañero de vida la posibilidad de compartir muchos años de calidad de vida juntos si ambos enfocamos nuestros cuidados a la salud y búsqueda de estabilidad económica.

Sin embargo, hoy sólo puedo remitirme al concepto de “pérdida ambigua” de Pauline Boss**, conformarme con pensar que todos podemos levantarnos las veces necesarias y confiar en que habrá una solución satisfactoria a todo aquello que parece tan impredecible.

Como hace 45 años, he de aceptar la falta de certeza, tomar fuertemente a los más vulnerables y asirme de aquellos que me sostienen con su amor esperando que el oleaje se calme una vez más.

*Elena Portas es psicóloga, especializada en terapia familiar sistémica

** Es aquella pérdida que ocurre sin un cierre o comprensión de la misma, resultando a menudo en un duelo sin resolver. Esto afecta gravemente el bienestar psicológico de las familias, incluidas aquellas que no eran previamente vulnerables.

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