Esta es la historia de Echar Montón, un mercado organizado por el Colectivo Amasijo y el Museo de Arte Carrillo Gil, que reproduce prácticas gastronómicas y de cultivo milenarias en la Alcaldía de Milpa Alta
Texto y fotos: Itzel Elizabeth Gómez Gurrola
CIUDAD DE MÉXICO.- He permanecido desde hace 20 mil años, cuando los primeros pobladores llegaron a la cuenca de México. Los chichimecas, me nombraron “nohpalli”, en náhuatl significa árbol que lleva tunas y a la llegada de los españoles lo transformaron en “nopal”. Junto con el maguey y el maíz fuimos los principales alimentos de los chichimecas. Ahora crezco principalmente en Milpa Alta, una de las 16 alcaldías de la Ciudad de México (CDMX). Soy un alimento típico de la gastronomía mexicana y del 80 por ciento del nopal que se consume en la CDMX proviene precisamente de ahí.
El 4 de septiembre me llevaron a “Echar Montón”, un mercado organizado por el Colectivo Amasijo y el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG). En México “se echa montón” cuando se trabaja en equipo para lograr un fin común. No iba solo: estaban ahí las hortalizas y verduras de traspatio, los elotes frutales, los coloridos y variados hongos, calabazas, chilacayotes, las flores de calabaza, los huitlacoches… También iban los tamales, las tortillas, los tlacoyos, así como las diversas y picosas salsas. Varios embutidos colgaban de un mostrador y los panes caseros exhibían su sabor sobre canastas de mimbre. ¡Ah! También pude ver algunos huipiles a la venta y vestimenta típica.
Nos reunieron a nosotros los alimentos y a las mujeres quienes nos producen en el patio del museo para que contáramos las historias de resistencia que han tenido los pobladores milpanecos. También fuimos allá para que existiera una venta sin intermediarios. Quien nos convocó fue el Colectivo Amasijo.
Somos un amasijo [porción de harina amasada para hacer pan; mezcla desordenada de cosas heterogéneas] de mujeres de diferentes edades y profesiones. Entendemos que con la cocina colectiva podemos cuidar el territorio, de las relaciones y de nosotras”, afirma Martina Manterola, una de las fundadoras del colectivo.
En una conversación que tuvo Martina con la directora del museo, Tatiana Cuevas, sobre alimentos, la ciudad y las interconexiones involucradas reconocieron la corresponsabilidad de cuidar la tierra. Fue así que surgió el Mercado MACG Milpa Alta: Echar Montón.
En él participan productoras como las Nopaleras, Cocina de nopal, Cocoleras, Temporaleras (mujeres oriundas de Milpa Alta que recolectan hongos comestibles entre mayo y agosto tiempo de lluvias, Chorizos del Pilar, La Remigia, Mujeres de la tierra, Sabor Rural, Textileras y libreras.
Según Manterola, decidieron poner atención a la zona de Milpa Alta debido “a la interdependencia que juega esta alcaldía con el centro de la ciudad, no sólo por el tema del agua sino por el de los alimentos y la resistencia que han tenido las comunidades”.
Porque Milpa Alta es una alcaldía particular…
En tiempos prehispánicos se le nombraba “Malacachtépec Momoxco”, lugar rodeado de cerros, constituido por 12 pueblos. Su topografía es alta y según la página de internet de este municipio es la segunda alcaldía más grande en extensión territorial y la primera dentro de la Ciudad de México con población (4.1 por ciento) que habla alguna lengua indígena. Además, es la alcaldía menos poblada; en 2020 de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) había 152 mil 685 habitantes.
Es también característica porque ha preservado su territorio resistiendo la rápida urbanización. Algunos estudios refieren que, a diferencia de otras alcaldías, Milpa Alta aún conserva superficie de bosque, propiedad ejidal y comunal, así como áreas verdes y de producción agrícola. También es una zona de recarga de acuíferos, así como uno de los últimos espacios verdes que quedan en la Ciudad de México.
Esta alcaldía ha conservado prácticas gastronómicas y de cultivo milenarias. De hecho, la producción y venta del nopal representa su principal fuente de ingresos económicos . Según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) en 2020 la producción de nopal rebasó las 205 toneladas, esto representa 2 mil 234 hectáreas para la siembra de este alimento.
Los milpaltenses se han resistido a preservar los modos de vida y la integridad de los pueblos, sus tradiciones y la relación de su vida con su entorno. “Milpa Alta ha sido un ejemplo del cuidado de la tierra comunal”, afirma Manterola. Pero Milpa Alta enfrenta más de un problema socio-ambiental.
Aquel sábado que nos llevaron a “Echar Montón” a mí y a otros alimentos, además de la venta de productos, hubo un conversatorio. En él participaron Angélica Palma, oriunda de Milpa Alta e integrante de la organización Calpulli Tecalco; y Mauricio de la Puente, ingeniero en alimentos y especialista en biotecnología de plantas.
Palma contó cómo es la vida desde la montaña: “hay una íntima relación con el horizonte, con el cielo y lo que queda del agua en la cuenca”. Milpa Alta se sitúa entre dos cuencas: la Xochimilco y La Compañía, lo cual propicia que sea un gran reservorio de alimentos. La producción de alimentos sigue siendo una de las principales actividades económicas de esta alcaldía pero, desafortunadamente ha habido una degradación territorial.
Una de las causas ha sido el crecimiento poblacional. La Comisión Nacional de Recursos Naturales (Corena) y la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT) estiman que el crecimiento de los asentamientos humanos genera la pérdida de aproximadamente 459 hectáreas de áreas boscosas cada año. Y con ello, una pérdida paralela en la biodiversidad que poseen.
Otro de los problemas que enfrenta esta alcaldía es el acceso al recurso hídrico. Con base en el INEGI, 91 por ciento de las viviendas están conectadas a la red de agua potable. De ellas, 35 por ciento tiene el recurso hídrico todos los días; 36 por ciento, cada tercer día; 22, una o dos veces a la semana y 8 de forma esporádica.
Estos problemas socioambientales van en aumento; hay testigos que pueden narrarlo. El Colectivo Amasijo propone “entender los alimentos como una forma de medir la degradación territorial a partir de las historias de quienes cuidan la vida y producen alimentos”.
Manterola ha trabajado muy de cerca con mujeres productoras de Milpa Alta. Dice que han construido una serie de indicadores para medir las condiciones de la tierra: degradación territorial, relaciones sociales, autocuidado y nutrición.
“Gracias a nuestras conversaciones con mujeres de Milpa Alta entendimos cómo la siembra del nopal fue una respuesta comunal para conservar la tierra”, se lee en una de las publicaciones de Colectivo Amasijo.
De acuerdo con el Colectivo, en Malacachtépec Momoxco se cultivaba desde tiempos prehispánicos maguey y milpa pero la prohibición del pulque (bebida alcohólica de origen prehispánico que se obtiene de las pencas del maguey), la caída del precio del maíz y la irrupción del mercado con maíz transgénico importado obligaron a abandonar el campo o a cambiar de siembra.
Fue entonces que “los locales decidieron optar por la defensa de la tierra y cambiaron sus prácticas milenarias de siembra”. En tiempos prehispánicos los cerros de Malacachtépec Momoxco se atiborraban de magueyes y milpas. A partir del año 2000, estos cerros se tiñen de verde espinoso con el cultivo del nopal. Ese cambio agrícola fue en respuesta a las condiciones en las que se encontraban los milpanecos.
Pero, ¿es posible tener un cuidado colectivo de un territorio?
La respuesta a ese cuestionamiento la ha trabajado por varios años a partir de observaciones y vivencias con distintos grupos humanos en varias regiones del país Mauricio De La Puente. Él propone que sí es posible tener un cuidado colectivo de un territorio si y sólo si nos volvemos a poner de acuerdo.
De la Puente pide al público que imaginen las cualidades de una cuenca hidrológica, estos espacios territoriales delimitados por las partes más altas de las montañas donde se concentran cuerpos de agua como ríos y arroyos que desembocan a un punto común, tal como es el territorio de Milpa Alta. Mencionó tres: la primera, es que al inicio los primeros asentamientos humanos eran nómadas; la segunda, la raíz de esa cuenca es el agua; y la tercera es que estaba habitada por las múltiples formas de vida. Desde el lago mismo, hierbas comestibles que viven bajo el agua, los axolotes, ranas, crustáceos, y otras formas de vida como los encinos, pastizales, entre otras. Esa cuenca hidrológica y humana la denomina casa.
Solicita imaginar el siguiente cuestionamiento: “¿qué necesitamos hacer como grupo humano para que todas esas formas de vida estuvieran en mejores condiciones, considerando que no tenemos alfabeto, que nuestra tecnología es mover piedra, madera, mover fibra, considerando que lo vamos a hacer caminando?”.
Explica que los antiguos humanos sí lo pudieron hacer. Se sabe gracias a la evidencia que se tiene hasta ahora: la evidencia en los códigos simbólicos, en el lenguaje y en la existencia de terrazas agrícolas (una práctica indígena característica de los primeros pobladores de Milpa Alta). Si ellos lo hicieron, ¿cómo fue que lo lograron?
La hipótesis de la Puente, con base en la evidencia que se tiene, es que si los actuales grupos humanos se vuelven a poner de acuerdo en el lenguaje, entonces será posible tener mejores condiciones de vida en los territorios.
Para lograrlo propone una idea innovadora: “los alimentos cuentan historias de lo que está sucediendo”. Es decir, cada uno de los alimentos es testigo de los acontecimientos de un territorio específico y ellos pueden relatar sus condiciones particulares, explicitar los peligros o amenazas que enfrentan y contar cómo es la interacción con el suelo y otras plantas.
La degradación del suelo, los ecosistemas, las distintas formas de vida y el agotamiento del agua son evidentes. “Si queremos recuperar las relaciones de confianza entonces tenemos que volver a saber cómo estamos nombrando las cosas”, afirma De La Puente.
En otras palabras, para que haya una comunicación exitosa, es necesario hablar un mismo lenguaje para que ese mensaje sea interpretado correctamente por todos.
Con base en su experiencia, trabajando en distintas organizaciones institucionales, grupos organizados, estructuras ejidales, grupos desorganizados e incluso trabajando con individuos se dio cuenta que “no es la misma realidad que la que cada quien tiene, ellos [con quienes ha trabajado] no se dan cuenta que no hay manera que se comuniquen porque la diversidad de significados que tiene el lenguaje no la están utilizando para tener una interpretación común”.
Pone un ejemplo: un proyecto. A la organización tal vez le signifique un ejercicio de planeación. A un individuo, la entrega de dinero para un papel. Para otra institución probablemente un plan de trabajo entonces para lograr un entendimiento común es necesario definir los códigos semióticos (conceptos que ayudan a que todos hablen el mismo lenguaje).
Esto lo está haciendo en colaboración con el Colectivo Amasijo, Manterola explica la propuesta: “volver a nombrar las formas de vida que queremos habitar para conservar la vida y la tierra. De esta manera, los productos que surjan de esa relación con la tierra son los que nos alimentan y resultado de esa unión será ubicar el origen de los alimentos. De tal manera que es preciso replantear cómo podemos reconstruir los entendimientos entre nosotros para un bien común y una tierra comunal”.
Finalmente, De La Puente hace una analogía para ayudar a entender la propuesta. “Los sistemas alimentarios requieren del sistema ecológico, si éste está fragmentado o degradado no se puede tener un sistema alimentario donde haya polinizadores o que el suelo sea fértil, entonces pasa lo mismo con los sistemas de confianza. Si no tienes un sistema de significados entonces no puede haber comunicación, no hay un entendimiento común, precisamente porque los significados de los términos que utilizamos son distintos. En consecuencia, tampoco puede haber confianza ni relaciones de cooperación. En otras palabras, así como se reconstruye un sistema ecológico, es vital reconstruir un sistema semiótico”, enfatiza De La Puente.
He podido ser testigo de cambios en las distintas expresiones de vida y seguiré contando esas historias mientras me lo permitan. Soy considerado un alimento legendario por mis orígenes y antecedentes sociales, históricos y culturales. Incluso estoy estampado en la bandera mexicana. Soy el nopal y tal vez esta propuesta pueda volver a poner de acuerdo a los humanos para que no sólo yo, sino los demás alimentos y especies estén en mejores condiciones de vida.
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