Lo que algunos buscamos en torno al Tren Maya es una mirada crítica, mas no cínica, que es la que hasta hoy parece predominar, producto de una arraigada cultura de cinismo que se aviva en momentos de elevada polarización en el círculo rojo, redes sociales y medios de comunicación
Twitter: @etiennista
El proyecto Tren Maya es tan vasto y ambicioso y sus repercusiones tan profundas y de tan largo plazo que estará bajo la observación de muchos en México y en el mundo en los años por venir. Tiene ya la mirada de todos los mexicanos, así sea superficial e influenciada por el entorno mediático de nuestros días, contaminado a su vez por el antagonismo y la animadversión de ciertos sectores de la población hacia el proyecto de país del presidente Andrés Manuel López Obrador. También está la de muchas personas que, al respaldar a este gobierno (como a ningún otro que los presentes hayamos vivido), confían a ciegas en que el proyecto es todo bondad, que no es para nada problemático y que la crítica solo proviene de adversarios al gobierno, desestimando o minimizando cuestionamientos y resistencias.
Tal vez las miradas que más nos debieran importar son las locales y estas parecen ser, cuando menos, expectantes. Algunas personas y colectividades lo miran con desconfianza y preocupación y otras hasta con rabia, pues este proyecto de tren y reordenamiento territorial efectivamente no obtuvo plenamente el consentimiento libre, previo, informado, culturalmente adecuado y de buena fe (como lo establece el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo) en la consulta indígena al inicio de la administración. Es pertinente aclarar que -hasta donde yo sé- nunca ha habido en el país una consulta indígena que cumpliera dichos estándares internacionales. El proyecto está hasta cierto punto marcado por su origen: una imposición, por más benévola que pretenda ser, a los habitantes de la península de Yucatán; particularmente a comunidades agrarias y pueblos indígenas que de nuestro modelo de desarrollo (sí, del que usted y yo formamos parte) no han visto más que despojo, agravios y violencias que son una afrenta a otras visiones y formas de vivir mucho más armónicas con el territorio.
Personalmente llevo un año estudiando el proyecto Tren Maya junto con otros colegas investigadores, y entre más indagamos más preguntas y preocupaciones afloran. No nos queda duda de que el proyecto de infraestructura más grande en América Latina y que el próximo año recibirá 63 mil millones de pesos (de acuerdo con el proyecto de presupuesto de egresos) transformará la península. Qué pesará más en esta transformación, si los beneficios o los impactos negativos, es difícil de saber. Hablando de beneficios, además de los asociados al tren mismo como la conectividad y una más amplia distribución de oportunidades en la región, el proyecto busca reorientar bajo principios de sustentabilidad territorial y justicia social el hasta ahora devastador, desigual y caótico desarrollo urbano y turístico que ha imperado en la región y particularmente en la también mal llamada Riviera Maya. Pero los riesgos y los impactos al multiplicar varias veces el flujo futuro de turistas a la región -considerando los servicios y los recursos naturales que esto supone- y el crecimiento de desechos que inevitablemente generará no son menores, aunque serán diferenciados.
Si bien no ayudan ciertas declaraciones o visiones personales de algunas autoridades, muy replicadas en los medios, entre nuestros hallazgos está el constatar la alta capacidad y sensibilidad de muchos funcionarios en las dependencias involucradas. También hemos visto en los hechos una apertura, a veces forzada por las circunstancias (sean amparos, hallazgos arqueológicos o resistencias sociales o políticas), a la crítica, lo que ha derivado en cambios no menores al proyecto original planteado por FONATUR como respuesta a la idea plasmada en el Proyecto de Nación 2018-2024 que llevó a López Obrador a la presidencia. Resalta, por ejemplo, el que sea un tren de propiedad pública en lugar de privada, y el abandono de la colonial y problemática idea de “polos de desarrollo” para adoptar un concepto orientador llamado “comunidades sustentables” (donde hay mucho en definición todavía), y el más reciente cambio en la ruta del tren para evitar la relocalización no consensuada de cientos de familias en los barrios tradicionales de San Francisco de Campeche.
Y es que Víctor Manuel Toledo, aún siendo titular de SEMARNAT, lo tenía muy claro: este proyecto, como cualquier otro impulsado con todo el aparato del Estado, requiere de la mirada crítica y de resistencias a sus efectos nocivos, de manera que se reoriente constantemente para cumplir sus (considero) loables objetivos y se alimenten estos, en cada localidad, de las aspiraciones y deseos de mujeres, hombres y sus colectividades.
Lo cierto es que el proyecto del Tren Maya avanza, y entre quienes lo observamos, muchos consideramos que no se detendrá. Si acaso seguirá modificándose a partir de hallazgos y reconsideraciones, y finalmente como resultado de la suma de fuerzas, voluntades y disposiciones en cada tramo, estación, comunidad y entorno trastocado por el paso del tren y por los procesos de urbanización y reordenamiento territorial.
De ahí que lo que algunos buscamos es una mirada crítica, mas no cínica, que es la que hasta hoy parece predominar, producto de una arraigada cultura de cinismo (entendible por tanto agravio) que se aviva en momentos de elevada polarización en el círculo rojo, redes sociales y medios de comunicación. Y es que, como lo propone la escritora búlgara Maria Popova en su ensayo Esperanza, cinismo y las historias que nos contamos a nosotros mismos, el pensamiento crítico sin esperanza es precisamente eso, cinismo, lo que lleva no solo al desasosiego sino, en este caso en particular, a limitar el involucramiento y por tanto la posibilidad de tender puentes de diálogo. A mi juicio, es la única manera en que se lograrán transitar de manera pacífica los conflictos derivados de visiones distintas y contrapuestas de lo que significa “progreso”, “desarrollo” o “bienestar” y de una transformación tan radical del territorio y de la vida de millones de personas en la península.
Como ejemplo de logros que ya se han dado en el ordenamiento territorial está la controversia emprendida por SEMARNAT por el programa municipal de ordenamiento territorial de Tulum, aprobado por sus autoridades locales, que propone cambios importantes de uso de suelo para permitir el crecimiento urbano y el desarrollo inmobiliario en detrimento de los sistemas hídricos y las áreas naturales protegidas. De acuerdo con la SEDATU, es precisamente el proyecto Tren Maya el que abre la oportunidad a instancias federales para involucrarse en la planeación y ordenamiento territorial de la región, entendiendo que son los municipios quienes deben velar por el cumplimiento de estos planes.
Un rayo de esperanza es la promesa reciente de un ordenamiento territorial comunitario, “desde abajo”, que posibilite que las comunidades y pueblos de la península se “apropien” del Tren Maya, o más específicamente del desarrollo urbano y comunitario que va de la mano con la construcción y operación del tren. Para la Dra. Violeta Núñez Rodríguez, quien ha estudiado con profundidad y dado seguimiento puntual al proyecto, este es de los cambios más prometedores al proyecto original de FONATUR, que se da gracias al involucramiento de funcionarios sensibles de diversas instancias y particularmente de SEMARNAT, atenta a las experiencias de ordenamiento territorial comunitario en otras partes del país. Aunque, como advierte, qué tanto se impulsará o logrará en cada comunidad por donde pase el tren está aún por verse.
Esta otra mirada aquí planteada implica entre otras cosas reconocer que los objetivos de este gobierno no son iguales a los de gobiernos anteriores, que existe una forma diferente de gestionar la política pública, y que si tuviera este gobierno, como algunos insisten, algún rasgo autoritario, ya lo hubiera mostrado en el uso de la fuerza para imponer el avance del proyecto en lugar de privilegiar el diálogo, la solución pacífica de los conflictos y la armonización –hasta donde se pueda- de visiones y aspiraciones. Sin embargo, y más allá de las miradas que cada uno decidamos adoptar, mal harán -incluso al mismo proyecto- funcionarios del gobierno federal, de los cinco gobiernos estatales y de decenas de municipales en desestimar cuestionamientos, preocupaciones y resistencias en torno a este proyecto.
Nota: la investigación que realizamos desde la Unidad de Planificación para el Desarrollo de University College London en conjunto con investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco y una creciente red de individuos y organizaciones en la península de Yucatán, es de largo aliento. Lo aquí escrito no necesariamente representa una opinión compartida y pertenece únicamente al autor.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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