Los amigos salieron de la Ciudad de México con rumbo al puerto de Veracruz para vender una camioneta. “Ya los estaban esperando”, se duele la madre de uno de ellos. Ha pasado más de un año sin pista de su paradero
Texto y fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- ¿Por qué no se leen ya las notas sobre los desaparecidos? ¿por qué cambiamos el canal cuando hablan sobre protestas y marchas? ¿es que los desaparecidos solo les importan a quiénes los perdieron? ¿Es acaso que ya se nos hizo normal vivir en un país con más de 90 mil desaparecidos? ¿Será que no queremos ver el dolor ajeno? ¿Es más anestesiante revisar los tick tock de gente que ni conocemos que mirar la realidad de nuestro país?.
Javier de Jesús González no es sólo un nombre más. Cumplío el pasado 28 de julio un año de desaparecido. Es cierto, es uno de los miles de desaparecidos, pero aún existe. Solo su madre le llora y lo espera. El primer año siempre es difícil. Martha Alicia dice que lleva 9 meses levantándose a las 5 de la mañana a orar con un grupo de personas, “me ha ayudado mucho el orar por mi hijo, por todos y por todo”, le ayuda a no perder la fe y a seguir esperando.
La madre desconsolada comparte que sus emociones están muy sensibles, y aunque ha pasado un año eterno, “un hijo es un hijo”, dice mientras seca sus lágrimas.
El 30 de agosto es solo una fecha, pero es una que no debería existir. Cala en la memoria de las madres de las más de 90 mil personas desaparecidas en México, según las últimas cifras oficiales.
Los familiares se movilizaron el pasado 30 de agosto en una mañana gris, para exigir como siempre justicia y verdad, pero pareciera que sus reclamos y su dolor las volviera invisibles, no sólo para las autoridades que siguen sin frenar y resolver las desapariciones, sino también para esa sociedad que ya no se inmuta ante la pena ajena. En México las personas siguen desapareciendo. No para. Nadie se ofende ni se indigna porque solo cala cuando alguien falta en la propia casa.
¿Entonces por qué esas madres no se cansan de exigir, de gritar, de llorar, de reclamar o de verle la cara a esos funcionarios que las agreden, las ignoran y hasta las llegan a culpar de los errores y nulos avances que a cuentagotas realizan en las investigaciones de los miles de casos?, porque son ellas y solo ellas las que al despertar y al anochecer recuerdan a quien pareciera, se les murió en vida. Son ellas las que por mínima que parezca, guardan una esperanza. Son ellas las que siguen pidiendo que su historia se cuente. Son ellas las que tienen un mensaje que compartir con quien, no desean, quizá algún día esté en su piel.
Fueron 3 los secuestrados, Javier de Jesús González Miranda de 36 años, Daniel Hernández Hernández de 28 y Carmen de 27, éstos dos últimos eran pareja. A Carmen la dejaron libre al segundo día del rapto. Según ha relatado a las madres de Javier y Daniel, la joven “corrió con la suerte de que uno de sus secuestradores se enamorara de ella”. El hijo de la señora Miranda y su amigo, no tuvieron ninguna suerte y pasaron de ser secuestrados a desaparecidos.
“Te dejo las llaves”, le dijo Javier a su hermano. Este le preguntó: “¿a dónde vas?”, voy con Daniel y con Carmen, vamos a Veracruz, Daniel va a llevar a vender una camioneta”, le respondió Javier.
Javier salió el martes 28 de julio de 2020 entre las 6:30 y 7:00 de la mañana de su hogar en la Ciudad de México y ya no volvió. “Yo me desperté como a las 9 de la mañana y tuve una sensación muy extraña”; entre 10 y 11 a.m. le realizó llamadas a su hijo Javier pero él no respondió; se enteró por el hermano de Javier del viaje que le arrancó a su hijo. Entre 12:30 y 1 de la tarde, recibieron la llamada de los secuestradores, “ya los estaban esperando allá”, dice su mamá.
Por Javier de Jesús pidieron un rescate que la familia no pudo recabar al cien por ciento. La parte que se logró reunir junto con dos autos, fue llevada el 30 de julio hasta Veracruz por tres familiares atemorizados y con el único deseo de recuperar a Javier. Fueron citados en el Soriana de la calle Pino Suárez en donde hicieron entrega del rescate. Los secuestradores prometieron liberarlo una hora más tarde. Han pasado los días, los meses y hasta la fecha, nada se ha sabido de él.
Carmen, la mujer que fue secuestrada junto a Javier y Daniel y que fue puesta en libertad dos días después, no quiso denunciar, tuvieron que mandarla a llamar. También les contó a las madres de los jóvenes desaparecidos que en su facebook tenía agregados a dos de los secuestradores, los cuales supuestamente se agregaron cuando le quitaron el teléfono. La señora Martha, madre le pidió que le mostrara a los secuestradores pero Carmen se negó y las autoridades no han querido investigar esa línea.
Desde el mes de octubre del año pasado, la joven de 27 años decidió cortar toda comunicación con las madres de con quien estuvo secuestrada.
“Ella se enojó mucho porque no quería declarar, pero yo nunca la ví con miedo. Ya se hizo operaciones estéticas en el cuerpo y trae auto del año. Yo no la veo mal”, dice la madre afligida.
“Tuvimos miedo de denunciar porque creímos que sí cumplíamos con el rescate, nos entregarían a mi hijo”. Sin saber qué hacer y completamente bloqueada, la señora Miranda prefirió no denunciar en el primer momento; temía arriesgar la vida de su primogénito.
Tras ver que su hijo no fue entregado, Martha Alicia interpuso 2 denuncias, una en la Ciudad de México y la segunda en Veracruz. La calidad de víctima, le fue otorgada 4 meses después de haber interpuesto la denuncia y siempre que va a la Subprocuraduría Especializada de Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), le dicen con total cinismo “no tenemos nada, eh”. No hay avances, no hay investigaciones, no hay nada.
Como persona secuestrada se tiene una fecha de caducidad, es decir, pasan entre 6 y 7 meses para que alguien pase de ser secuestrada a ser una persona desaparecida. “Ahí te das cuenta que está pasando el tiempo y que las autoridades siguen sin hacer su trabajo y eso desgasta emocional, física y mentalmente”.
“Ustedes tuvieron la culpa de que ésto no se hiciera en tiempo y forma”, les recriminó un “servidor público”.
Regaños, malos tratos, negación de acceso a la carpeta de investigación, irregularidades, groserías, nula empatía y hasta la pérdida de pruebas genéticas proporcionadas por Martha Alicia, “Me las tomaron en octubre del año pasado y me hablaron en febrero de este año para decirme que las habían perdido; además, la señorita que me marcó quería venir a mi casa para tomarlas y que no se dieran cuenta del error”.
Que mi hijo está vivo, yo lo siento vivo, responde de inmediato. Le decían pericles, todos sus amigos lo querían mucho, ¿es muy amiguero?, sí, era muy amiguero, bueno, es. Cuesta hablar de un ausente en presente cuando desde hace tanto tiempo no se le ve, no se le abraza, no se le platica. Martha, mamá de Javier, le sigue enviando mensajes a su celular con la esperanza de que los lea y no tenga miedo de lo que le esté pasando.
“Estoy haciendo lo mas que puedo. Mi esperanza es que hay gente que me dice que muchas veces los tienen trabajando en la sierra, pero ya es mucho tiempo, pero yo lo siento vivo”.
“Lo he soñado, la primera vez muy enojado. la segunda vez me habló y me dijo aquí estoy tengo la colonia, tengo el número, pero no tengo la calle, no la pude ver”, la desconsolada madre se desespera y se enoja al contar que en el sueño no pudo ver la calle. Hará hasta lo imposible para buscarlo en donde lo ha soñado, le da miedo buscarlo allá en Veracruz pero dice que tiene que ir a buscarlo, aunque también comenta no sentirse preparada.
El perdón es un proceso. “Lo que tengo que hacer es perdonar el pasado”. Perdonar es una decisión, dice el hombre que ora en una sesión virtual. ¿Se puede?
“Cuesta mucho trabajo y es un proceso muy largo pero le pido todos los días a Dios que me ayude, ¿cómo puedes perdonar el que te hayan arrebatado la vida y que te hayan quitado lo que tú más quieres qué es un hijo?, ¿cómo puedes?, cuesta mucho, dice la madre de Javier.
“Estoy perdonando, estoy buscando esa paz, esa tranquilidad en mi alma, y sé que todo va a salir a la luz, tengo esa esperanza”. Perdonar a los secuestradores de Javier, es un gran trabajo pero la señora Miranda, recurre a la empatía y reflexiona sobre los posibles abusos, problemas y a la vida complicada que pudieron vivir, quienes le arrebataron todo.
Por intentar reunir el dinero del rescate que no le devolvió a su hijo, la señora Martha Alicia quedó muy endeudada, aún sigue pagando los préstamos que solicitó pero agradece mucho el conservar aún su empleo. “Mi jefe y la licenciada con quienes trabajo me han apoyado desde el primer momento y me han dado todas las facilidades para que yo pueda atender cualquier asunto relacionado con mi hijo”. El trabajo es una terapia que también le ha ayudado a mantenerse de pie.
Mucha gente no sabe cómo actuar, no hay nada ni nadie que te diga paso a paso qué se debe hacer y son personas las que buscamos, no son objetos.
La señora Miranda pide mayor difusión a los secuestros en los medios, “así como pasan un comercial que les da a ganar miles de miles de pesos, que pasen anuncios con las fichas de nuestros desaparecidos o que adviertan a los viajeros que tengan cuidado cuando van a esos estados tan peligrosos”.
Para las personas que estén pasando por esta situación o para quienes algún día lo pasen, la señora Martha Alicia les diría que deben presentar inmediatamente la denuncia y que acudan a la Comisión Nacional de Derechos Humanos para que les apoyen con un abogado. “Deben acudir también a la Comisión Nacional de Búsqueda y sobretodo no sentir temor”, si bien es cierto que es difícil pensar con la cabeza fría, la señora Miranda recomienda exigir información clara a las autoridades porque es un derecho y los primeros minutos suelen ser los más importantes.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
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