Las políticas para defender Bacalar deben ir mucho más allá de conservar esos arrecifes hechos de bacterias y de restaurar la inocuidad de esas aguas. Se debe buscar restaurarla en toda su belleza y esplendor
Twitter: @eugeniofv
De algún tiempo a esta parte los ambientalistas hemos cedido ante el discurso utilitario de nuestra versión más conservadora y hemos olvidado la importancia de defender la belleza para todos. Quien revise los discursos sobre la defensa del planeta encontrará que el énfasis se pone casi siempre en que es muy importante porque la tierra es nuestra casa y porque nuestra vida depende de conservarla en buen estado. Eso es cierto, pero concentrarse solamente en esos elementos implica que no se dice —ni se lucha por— otra cosa igualmente relevante: no importa solamente vivir, sino bien vivir, y no se puede vivir bien sin los placeres que ofrece la naturaleza.
El ambientalismo va mucho más allá de la defensa de las especies que pueblan la tierra por su importancia intrínseca —que la tienen— o por los servicios ambientales que nos brindan —que son innegables y cuestión de vida o muerte para todos nosotros—. El ambientalismo implica también la defensa de la naturaleza por el derecho que tenemos todos de disfrutarla y de maravillarnos ante ella. Parece obvio, pero no lo es, y tiene implicaciones importantes a la hora de construir políticas públicas.
Ahí está el caso de la laguna de Bacalar. Los juegos de colores que provocaba la conjugación de la transparencia de sus aguas, los tonos de la arena, las distintas profundidades que tenía y la presencia de ciertos organismos únicos la hicieron conocida como “la laguna de los siete colores”. La degradación de la vegetación ribereña, los escurrimientos de las zonas agrícolas de los alrededores y el desorden en el desarrollo urbano y turístico le han quitado su principal atractivo y hoy, en lugar de varios colores, tiene varios tonos de un ocre verdoso. El Tren Maya amenaza con empeorar la situación.
Esto es una desgracia no solamente porque una importante fuente de agua dulce está en peligro por la presencia de glifosato en su lecho y de partículas suspendidas y microorganismos a todas sus profundidades —lo que a su vez supone un riesgo para la pesca de bajura y para el equilibrio ecológico en la costa sur de Quintana Roo—. Es una desgracia también porque sin Bacalar el mundo es un lugar más gris para todos y porque los mexicanos habremos perdido una fuente de belleza y asombro inigualable.
Como casi todo en este país, también el acceso a la belleza está terriblemente mal distribuido, y eso fue, entre otras cosas, lo que motivó el enorme impulso que se dio durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas a los parques nacionales. Como ha mostrado la historiadora Emily Wakild en un libro que se acaba de publicar en México, los cardenistas quisieron conservar la naturaleza para construir un patrimonio cultural común que la incluyera, y muchos de sus esfuerzos estuvieron centrados en ayudar a todos en el país a ver “la verdadera maravilla de la Naturaleza no observada en otras Naciones”, como afirmó Miguel Ángel de Quevedo. Siguiendo con ese espíritu, la defensa de Bacalar debe centrarse no solamente en la necesidad de preservar un cuerpo de agua dulce vital para la población del sur de Quintana Roo, ni en la defensa de los estromatolitos —reliquias del inicio de la vida en la tierra—, sino en una innegable fuente de belleza democrática.
Las políticas para defender Bacalar deben ir mucho más allá de conservar esos arrecifes hechos de bacterias y de restaurar la inocuidad de esas aguas. Los esfuerzos para salvar la laguna deben deben buscar restaurarla en toda su belleza y esplendor.
Esto, por lo demás, tendrá beneficios importantes para la conservación fuera de sus aguas. Sin conservar las selvas de alrededor seguirá perdiéndose el suelo de alrededor a la laguna, y sin cambiar la forma en que se producen alimentos el glifosato seguirá envenenándola. Sin poner cota al impulso depredador de los grandes desarrollos turísticos e inmobiliarios será imposible el desarrollo de pequeñas empresas y cooperativas turísticas que sirvan a franjas más amplias de la población.
La lucha por la justicia social es también una lucha por la conservación de la belleza y por el acceso de todos a ella.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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