Llevar los enfoques de género al corazón de las políticas públicas y de la lucha por la conservación es todavía una tarea en marcha y pendiente
Twitter: @eugeniofv
No cabe duda de que hay un ambientalismo fifí tanto en México como en el mundo. Es el caso, por ejemplo, de quienes desde el mundo desarrollado y ambientalmente exhausto proponen la “resilvestrización” de medio planeta, pasando por alto que para hacerlo haría falta expulsar a millones de personas de sus tierras, precisamente a quienes mejor han conservado la biodiversidad. Hay también un ambientalismo patriarcal, macho, que ignora a las mujeres, sus necesidades, aportaciones y dolencias. Se trata de un ambientalismo sin futuro porque es un ambientalismo planteado sin justicia, que será necesariamente vacuo, efímero, y que hay que dejar atrás de una vez por todas.
Las intersecciones del género y el ambiente son muchas y muy variadas y ambas se cruzan también con la justicia ambiental y con los usos encontrados de los recursos naturales. La repartición de los trabajos según el género implica que hay actividades tradicionalmente asignadas a las mujeres, que suelen ser las que se dejan para el final al planear las intervenciones públicas y a las que no se presta atención. Es el caso, por ejemplo, del abasto de agua para el hogar y los cuidados, tanto en las ciudades como en los campos.
Como son las mujeres las que se ocupan de tener en casa agua para beber, para bañarse, para disponer de los residuos, para ocuparse de niños y ancianos, estas necesidades hídricas quedan tradicionalmente relegadas. Las autoridades —casi siempre dominadas por hombres— y los propios hombres sometidos a las autoridades asumen que ya las mujeres se ocuparan de ello y pocas veces se construye infraestructura adecuada al efecto o se toman medidas para garantizar que los hogares tengan agua potable suficiente.
Cuando se toman medidas para garantizar el acceso al agua en los hogares, lo que parecería de la más elemental justicia y necesidad, sus impactos en género son inmediatos y enormes. Es el caso del programa de instalación de sistemas de captación de agua de lluvia de Ciudad de México. Según han reportado las mujeres beneficiarias al personal a cargo del programa, ahora tienen desde más tiempo para hacer otras actividades hasta más fuerzas para trabajar, y eso ha contribuido a cambiar su posición en el hogar, en los barrios y en la ciudad toda.
Lo mismo pasa con los bosques. No es lo mismo manejar un bosque para obtener madera —una actividad con una salida comercial y que genera ingresos, por lo que tradicionalmente ha quedado en manos masculinas— que manejarlo para obtener leña —una actividad destinada a garantizar el fuego para cocinar y el calor en el hogar, que genera pocos ingresos y ha quedado, por tanto, en manos de las mujeres—.
Quien emprenda medidas para la conservación y manejo de los ecosistemas forestales o vinculadas con el abasto de agua, pero no tome en cuenta la diversidad al interior de los hogares y los diferentes usos de bosques y selvas, fracasará necesariamente o terminará por expulsar a la mitad de la población del lugar que buscaba conservar.
El machismo ambiental se ve también en el tipo de soluciones que se asumen. Por alguna razón, al patriarcado le encantan las obras monumentales, invasivas, que requieren muchísimo trabajo y se hacen a muy gran escala. Muchas veces, en cambio, las mejores soluciones son descentralizadas, realizadas en una multitud de puntos a muy pequeña escala. Es el caso del abasto de alimentos, del aprovechamiento de los recursos naturales, de la restauración de los ecosistemas.
Si no es feminista, si el ambientalismo no asume como propia la lucha contra la discriminación basada en género, contra la violencia que ejerce el patriarcado, contra la exclusión que provoca, contra su lógica misma, fracasará necesariamente. Esto se sabe desde hace tiempo, como se sabe también que sin justicia social no hay conservación que valga ni que sirva, pero llevar los enfoques de género al corazón de las políticas públicas y de la lucha por la conservación es todavía una tarea en marcha y pendiente.
Ya es hora —lo es desde hace años— de asumir de fondo que sin feminismo no hay ambientalismo.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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