Por casi dos décadas, Ana Laura López defendió los derechos de las personas migrantes en Estados Unidos. Pero cuando intentó obtener una residencia en ese país fue deportada hacia México sin poder volver a ver a sus hijos
Texto: Kau Sirenio
Foto: Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO.- Cuando Ana Laura López intentó viajar hacia México para iniciar el proceso de su residencia en Chicago, Illinois, no imaginó que su boleto no tenía regreso. Minutos antes de abordar el vuelo que la traería a Ciudad de México fue detenida por agentes de migración en el aeropuerto de esa ciudad. Desde entonces, quedó separada de sus hijos de 12 y 14 años de edad. Era el final de la presidencia de Barack Obama, con Joe Biden como vicepresidente.
Antes de volver a México, Ana Laura trabajó durante 20 años con migrantes indocumentados en Chicago. En ese lapso organizó talleres sobre los derechos de los migrantes y acudía a las marchas para demandar cese a las deportaciones.
“Con el deseo de tener la residencia para un trabajo formal en la organización donde estaba, además de poder viajar con mis familiares a México, me surgió la idea de arreglar mis papeles. Llegué a creer en el discurso oficial del gobierno estadounidense que solo deportaba a personas que habían cometido algún delito en Estados Unidos. Por eso, pensé que iba hacer más fácil”, narra la fundadora de Deportados Unidos en la Lucha (DUL).
Sin soltar el teclado de la computadora, Ana Laura, con 46 años, platica en su oficina al noreste de la Ciudad. Antes de contestar las preguntas levanta la taza de café, le da un sorbo y empieza a contar su vivencia desde que salió deportaron.
El vuelo estaba programado para el 30 de septiembre del 2016. La activista llegó al aeropuerto sin contratiempo, el plan era pasar en México unos días y después empezaría con el anhelado trámite. Sin embargo, la policía de migración la detuvo después de despedirse de sus hijos.
“Pasé el filtro de seguridad nacional sin problema. Para abordar me formé en una fila de tres personas que esperaban su turno, fue cuando vi a dos agentes de la migra parados en la puerta. No era una redada, no revisaban los papeles a todas las personas, iban por mí. Al acercarse lo primero que me piden son mis documentos, les entrego mi pasaporte y mi pase de abordar, que era lo último que traía”, recuerda.
Ana Laura agrega: “Me dicen que los acompañe a la oficina de migración que tiene en las instalaciones del aeropuerto. Ahí me hicieron muchas preguntas, no les contesté. A lo que no pude oponerme fue a la toma de mis huellas, fue así que descubrieron que en 2001 intenté cruzar la frontera en dos intentos fallidos. El tercero fue cuando logré pasar y me quedé a vivir en Chicago”.
–¿Cómo era tu vida en Chicago?
–Trabajé 10 años en una tienda de segunda, hasta que la vendieron y empezamos a tener problemas porque la mayoría éramos indocumentados. Para defenderme empecé a estudiar sobre derechos de los migrantes indocumentados.
Con secundaria terminada, la activista emigró desde México a los Estados Unidos, pero, eso no le impidió terminar el bachillerato en el sistema abierto.
“Después de la prepa, estudié inglés y aproveché para integrarme a educación popular que las organizaciones sociales de Chicago promovían para los migrantes”.
El nuevo dueño de la tienda tomó represiones más fuertes en contra de los trabajadores. Les robaban su salario, , les prohibían hablar español y cancelaron la traducción de los anuncios, a pesar que la mayoría de la plantilla eran hispanos. En ese trance, los trabajadores buscaron a Ana Laura para que encabezara la lucha laboral por ser la más estudiada.
“Nuestros antiguos patrones eran buenas personas, no tuvimos queja de nada, por eso trabajamos tantos años sin saber que teníamos derechos. Primero reflexionamos lo que pasaba en el trabajo, y cómo podíamos cambiar esa situación. Buscamos respaldo para la campaña de sindicalización que lamentablemente perdimos en la elección”, retoma Ana Laura.
Tres meses después del cambio del empleador vinieron los primeros despidos. En lugar de pedir a a los trabajadores su renuncia, les pidieron documentos oficiales como número de seguro que nadie tenía por ser migrantes irregulares. Como no podían regresar al trabajo, entonces se inconformaron ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales.
“Hubo un triunfo simbólico porque la Junta determinó que podíamos regresar a trabajar, pero seguíamos en la misma. Porque los empleadores tienen el derecho de revisar tus documentos. No nos quedó de otra que buscar otro trabajo para sobrevivir”, relata.
Después de perder la elección en el intento de construir el sindicato, la ahora coordinadora del Colectivo Deportados Brand consiguió trabajo en una agencia de colocación. Ahí conoció los abusos laborales a los migrantes irregulares que tenían más de 15 años bajo la figura de trabajo temporal.
La mirada de Ana Laura se clava en la pizarra tapizada con pedazos de papeles donde familiares de deportados y retornados de Estados Unidos escribieron mensajes de aliento. Un rato después regresa a la conversación, sin levantarse de la silla giratoria, se mueve hacia su derecha para despachar unas piezas de panes.
Más relajada, la activista robustece la plática: “Lo que hace esta oficina cuando un trabajador se accidenta o no rinde por su avanzada edad, lo descansan, porque el trabajador acepto el trabajo temporal. Lo que vi es que los trabajadores no tienen una compensación. Después de ahí trabajé en una dulcería, pero no me sentía bien por lo que pasaba entonces dejé de trabajar por un año y me dediqué de lleno a los cursos en Chicago”.
Mientras se discutía en la cámara baja sobre la reforma migratoria, más migrantes irregulares organizaron una megas marchas en 2006, estas protestas se realizaron en las principales ciudades de Estados Unidos. Una de las más concurridas fue la de Chicago, en ese bloque caminaba Ana Laura con sus banderines con los colores de México.
“Participé en los distintos movimientos pro migrante, no tan activa, pero siempre estaba ahí. Cuando empiezo a trabajar con la comunidad migrante, me di cuenta que había compañeros que no sabían leer ni escribir, eso me preocupó mucho, porque si no dominas tu idioma, cómo le vas hacer con la otra lengua. Desde luego que esas personas no pueden defenderse, así que les empecé a enseñar a leer y escribir” recuerda.
En el centro comunitario Latino Junior, la activista pro migrante se encontró con los jornaleros que eran víctimas de sus empleadores que los amenazaban con llamar a migración, para no pagar la jornada: “Eran vulnerables a explotación laboral y abuso de personas, entonces en Latino Junior organizamos este centro de trabajadores, ahí aprendí más de mis derechos laborales”.
De esa experiencia en Chicago, Ana Laura visualizó su futura residencia en Estados Unidos, pero su activismo en pro de los migrantes le costó caro, no logró retornar con sus hijos.
En México enfrentó la burocracia –fui indocumentada en mi país–, no tenía siquiera comprobante de domicilio, tampoco podía tramitar la credencial de elector, y no podía cobrar el dinero que le enviaron de Chicago porque no tenía una identificación.
Con voz entrecortada, la activista habla de su deportación: “En el respaldo legal, me explicaron que fue por mi detención en 2001. Hasta la fecha no conozco otro caso como el mío, mucha gente que decide regresar voluntariamente al país, planea su viaje lo hacen vía área y no los espera la migra para deportarlos. Mi deportación fue por mi activismo”.
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