Gustavo Dull vivió y trabajo 17 años en Estados Unidos antes de ser detenido. La batalla legal de dos años lo llevó a recorres distintos centros de detención. Al final, fue deportado. Allá dejó a sus dos hijas adolescentes y un pequeño negocio
Texto: Kau Sirenio
Fotos: Duilio Rodríguez
En torno de las campanas navideñas se reúnen familiar y amigos para celebrar la tradicional posada de diciembre 2014. La fiesta en el Condado de Walla, estado de Washington, sigue su curso, los hispanos celebran un año más en el gabacho. Pero no todos tienen el privilegio de estar con los suyos. En la casa de las hermanas Dull la Navidad es agria y fría porque el papá no pudo llegar a la reunión: está confinado en centro de detención de Tacoma.
Así inicia el recorrido de Gustavo Dull por los centros de detención, a mediados de 2014, que terminaría con su deportación a México dos años después de intensa lucha en el tribunal federal de migración.
“La Navidad la pasé en el centro de detención, en enero me llevan a Corte y de ahí me trasladan a Las Vegas, Oklahoma y Yakima a esperar la resolución del juez que lleva mi caso”, cuenta.
Cuando habla de sus hijas, su voz se apaga: “Mi vida se parte en dos, a pesar de que me dejaron hablar con mis hijas por teléfono para decirles que no iré a recogerlas a la escuela, eso me dolió demasiado como papá. Ese día, quedé en manos de migración muy enojados porque ellos querían deportarme en ese mismo instante, pero no les firmé”.
Agrega: “Tus hijos dependen de ti y al final del día ya no estas con ellos, el apoyo moral y psicológico que le brindabas al estar día a día a su lado ya no es lo mismo. Pierdes sus cumpleaños, sus graduaciones y navidades. No quería que me deportaran porque si estuviera en Estados Unidos seguiría con mi negocio y con mis hijas, por eso no quería regresar a México. Pero mi lucha no tuvo fruto: me deportaron a México el 11 de octubre de 2016″.
Gustavo Dull nació en la Ciudad de México. De joven ayudaba a su papá en taller de offset como prensista durante la semana y los fines de semana se iba a vender en los tianguis, hasta que su amigo lo convenció para migrar a Estados Unidos.
“Me fui de indocumentado con un amigo de Ixtapa de la Sal a Estados Unidos, en mayo de 1999. Ahí tuve un cambio muy radical porque dejé el trabajo de la ciudad para trabajar en el campo. A partirse toda la madre como decíamos en el tianguis”, narra.
«Iba a Estados Unidos sin la mínima idea de la cultura americana, sabía de la escuela de inglés. Encontré un mundo distinto a la que estaba acostumbrado».
Después de cruzar la frontera, Gustavo se quedó a vivir en el condado de Walla, Washington, durante 17 años, hasta que la policía migratoria lo detuvo y después lo deportó.
Trabajó de jornalero agrícola en los primeros meses que llegó a Washington. La nueva vida del defeño en Estados Unidos estuvo llena de aprendizaje, allá encontró una ciudad limpia y más ordenada a la que acostumbraba recorrer todos los días en el centro histórico:
“Empecé a trabajar en el corte de esparrago, después me voy a la pisca de manzana, en la limpia de uva y calabaza. Eso me permitió pagar al coyote que el ranchero que nos contrató, él mismo nos vendió la mica de seguro social falsos, al terminar de pagar me quedé en el estado de Washington”, cuenta.
“Cuando conocí la nueva ciudad, fue como de película, la cultura de Estados Unidos me impresionó, la gente es más educada, más organizada, las calles más limpias, comparadas con la vida que llevamos en México”.
Mientras cambia la pantalla en el pulpo donde estampa las playeras Gustavo agrega otro dato a la plática: “Decidí dejar el campo para trabajar en restaurantes, aún no tenía familia, pero tuve problema de tránsito en el 2001, porque no traía licencia de conducir y el carro no estaba asegurado requisito en Estados Unidos, como consecuencia me deportan ese año. La gente de estado de Washington es muy racista, siempre coopera con la policía migratoria”.
Gustavo explica además la política migratoria que realiza la policía de Inmigración y Control de Aduana (ICE, por su siglas en inglés) en el estado de Washington: “Cuando hay un detenido la policía se comunican con el ICE, cuando me detuvieron por problema de tránsito me llevaron a migración. Salí deportado de forma voluntaria, por la frontera de Tijuana. Como no tenía planes en la Ciudad de México decidí regresar a Washington. Además, no me alcanzaba para comprar un boleto a la Ciudad de México”.
El defeño tardó más en llegar a Tijuana que en volver a Washington, para conseguir su propósito sorteó la ruta fronteriza por Mexicali: “Regresé a Estados Unidos en el mismo condado. Ahí conocí a la mamá de mis hijas de 15 y 17 años. Cuando volví a Estados Unidos en 2001, pagué la deuda que había dejado, recupere mi identificación, saque mi licencia de conducir para quedar a mano con el condado de Walla, después compré una casa donde viví con la mamá de mis hijas”.
El migrante hizo a un lado el trabajo del restaurante para dedicarse a la construcción, ahí se especializó en pintura. Luego hizo trámite para montar su propia compañía de pintura. Para entonces ya empleaba a dos trabajadores norteamericanos.
“Cuando empecé con los tramites en el condado de Walla para obtener mi licencia comercial el ICE se da cuenta porque la alcaldía filtró mis datos, así como lo hacen dependencias del gobierno, cárceles de condado y hospitales”.
Dice que antes de empezar con los trámites de su licencia comercial, tuvo problemas con un contratista mexicano. “El señor rompió el cristal de mi camioneta puse una orden detención, pero me metí en problemas con la policía. Después de entregar mis datos detecté a hombres que merodean mi casa, pensé que era normal porque en Estados Unidos hay policías encubiertos buscando o siguiendo a las personas que venden droga, pero sorpresa: me estaba vigilando”.
Un mes después que empezó el hostigamiento a la casa de Gustavo, fue detenido por una orden de deportación firmada por un juez federal de migración: “Me dicen a ti te deportamos en 2001, por lo tanto, no debes estar aquí. Ese es el motivo por el cual te venimos a buscar y te vamos a sacar inmediatamente del país. Me preguntaron si tenía algún impedimento para ser deportado en ese mismo momento, les dije que sí, tengo dos hijas ciudadanas norteamericanas que dependen de mí y tengo que pasar por ellas en la tarde porque estaba separado”.
En los primeros días en el centro de detención estuvo sin comer y anduvo con unas cadenas atadas en la cintura y unas esposas en las manos y en los pies: “No puedes moverte para nada, así te traen todo el día, a veces sentado en unas bancas duras, para comer no te quitan las esposas tienes comer como puedas, solo te dan un jugo, galletas y un sándwich”.
Antes de seguir con otra parte de la historia, a Gustavo se le quiebra la voz, prefiere media vuelta hacia la pared de la oficina de Deportados Unidos en la Lucha para tomar un poco de aliento, tarda unos minutos y después vuelve a la plática.
“No quieres comer porque no puede ir al baño -narra-, en los aviones igual, si quieres ir al baño hazle como puedas, ellos se burlan de ti, te preguntan si quieres hacer tus necesidades, si les dice que sí, te enseñan una macana mientras sueltan unas carcajadas y palabras obscenas. En el centro de detención te desnudan delante de están dos o tres oficiales. Te ordenan que agaches y abras tus partes genitales. Ahí no se respetan los derechos humanos”
Gustavo toma un largo respiro y suelta su voz poco a poco: “La embajada de México ni sus luces, los migrantes estamos en la deriva. Para el ICE eres una basura, no sirves, porque no te quieren en tu país por eso no te reclaman, eres el peor criminal para los para la migración”.
Una vez que se libró de los centros de detención en Estados Unidos el ex migrante tuvo que enfrentar nuevo desafió en la Ciudad de México. Cuando empezó a buscar trabajo supo que es más complicado ser indocumentado en su país porque no contaba con los documentos que les pedían donde iba a pedir empleo.
De vuelta a la ciudad México, su primer contacto familiar fue con su hermano mayor, que vive en Ixtapaluca, Estado de México. Pero el lazo familia se había roto después de 17 años en Estados Unidos.
Gustavo se integró al colectivo Deportados Unidos en la Lucha (DUL), que se volvió una terapia para él: “Aquí todos nos identificamos, a pesar de que no nos habíamos conocido antes, platicamos nuestra vivencia, hablamos de los amigos, de esas jaladas de ir al gabacho. Nos reímos de las tragedias que pasamos”.
“En México si no tienes documentos no puedes hacer nada. Tengo cuatro años que regrese y no tengo lo que yo quisiera. Despierta uno con las ganas de regresar a Estados Unidos porque creo que es válido, en México a pesar de que uno lucha y trata de sobrevivir tienes que luchar el doble que en Estados Unidos”.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona