Víctimas, activistas, documentalistas, periodistas, artistas visuales e investigadores, recurren al archivo para encontrar verdades ocultas y cuestionar la historia a través de los archivos en América Latina y los Estados Unidos.
Mauricio Palos
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“El Archivo de Madres de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (MAFAPO) es un archivo muy diferente al que usaría un historiador […] de alguna forma nos conecta con el pasado, con fuerza y con valor”, comenta Sebastian Ramirez, antropólogo de Princeton, que participa en una conversación virtual entre el fotógrafo colombiano Carlos Saavedra y Jaqueline Castillo, lideresa de MAFAPO, moderada por Santiago Escobar-Jaramillo, artista visual y director de Editorial Raya, donde discutió el rol de los archivos personales en el quehacer de la memoria y la justicia en Colombia.
La charla giró en torno a los, mal-llamados, «falsos positivos»: la estrategia de guerra durante el gobierno de Alvaro Uribe Velez, en la que civiles eran secuestrados, asesinados, y disfrazados como guerrilleros para engrosar un récord de guerra ficticio. Los jóvenes eran engañados con falsas promesas de trabajo, desplazados de sus tierras a sitios muy lejanos donde fueron asesinados por miembros del ejército con el fin de reclamar beneficios en forma de medallas, ascensos, vacaciones y dinero, lo que convirtió estos hechos en una política de Estado.
El archivo de MAFAPO contiene una colección de fotografías personales; documentos jurídicos y forenses; prendas de ropa de los familiares; notas de prensa; y producción artística recolectadas y realizadas por las integrantes del colectivo en colaboración con artistas e investigadores. Actualmente, se está trabajando en un dummy para publicarlo bajo el sello de Raya Editorial.
“Si nos vamos solo con lo mediático[…] solo vemos personas llorando, fosas comunes y restos; ellos fueron mucho más de eso”, agrega Sebastian, su anotación cobra fuerza mientras el observador comienza a conocer otra parte del archivo.
En las imágenes familiares, podemos reconocernos por la proximidad de sus escenas y los contenidos, y podemos encontrarnos de frente a sus desaparecidos. Pareciera que estamos observando nuestro álbum familiar; podemos encontrar una fotografía donde aparece Daniel Alexander Martinez, en una bañera en sus primeros años de vida, quien es hijo de Gloria Astrid Martinez, Daniel desapareció el día 6 de febrero del 2008. También observamos los planos de la casa que hizo Weimar Castro Mendez, a su madre Beatriz Mendez, desaparecido el 21 de Junio del 2004 junto a su primo Edward Rincon, Weimar quería ser arquitecto.
“Es lo que queda de nosotros, de los seres humanos, ese recuerdo. Es importante esos archivos de la adolescencia, de la infancia de las personas, los que tenían sus hogares y para los que tuvieron sus hijos, será en un futuro el único recuerdo que van a tener de sus padres”, puntualiza Jaqueline.
El archivo se agudiza más cuando se revelan documentos jurídicos: las denuncias de las familias y también una documentación de las amenazas que han recibido las madres. Otros documentos son los forenses donde se pueden encontrar omisiones y prácticas no profesionales a la hora de hacer los levantamientos de los cuerpos y que vislumbra la complicidad entre las autoridades. Otra parte del archivo está conformada por las colaboraciones artísticas, como el tejido de la memoria: piezas de costura, cabezas con imágenes, muñecos del ejército y tejidos que hablan de sus vidas, de la pintura, de los tatuajes. Donde las mismas familias buscan un espacio para hacer un monumento a las víctimas que no han logrado obtener. Se tatúan en la propia piel el rostro de sus hijos, y la lista continúa. Normalmente, las madres aceptan colaborar (con artistas visuales, gráficos, textiles…) porque se van creando nuevas narrativas y se mantiene viva la memoria de sus familiares, preservando estos hechos como memoria histórica de Colombia.
En un principio, la idea de crear este archivo se dio para dar a conocer, a través de los testimonios personales y los documentos existentes de las víctimas, que sus familiares no habían sido guerrilleros, sino personas de origen rural en su mayoría que trataban de buscarse la vida, principalmente, en el sur de Bogotá y otras regiones.
“Se dice que hubo un grupo de 10 madres al principio, pero se cree que hay entre 5 mil y 10 mil casos de falsos positivos en Colombia”, comenta Carlos Saavedra un fotógrafo colombiano que ha realizado una de las últimas colaboraciones con MAFAPO, que involucró enterrar a las madres en una acción performática con un proyecto llamado “Madres Terra”.
“No es fácil tomar esa decisión de enterrarnos en la tierra. Pero, después de que todas lo hicimos, es contar esa experiencia de esa conexión que tuvimos con la tierra y saber que la madre, la mujer es el ser que da la vida y la tierra también germina y da vida[…] La tierra también germina, la que da vida es esa conexión”, Jaqueline al principio se tardó en aceptar y se mostraba desconfiada. Pero al conocer al equipo de trabajo y comenzar a entablar una conversación con todos en medio del campo, y al verse cubierta de tierra en una fosa, tuvo un momento de revelación, en el que comprendió y a través de sueños vio a su hermano sonriendo. De la acción que realizaba, de enterrarse, y de tratar de salir quitándose el peso de la tierra de encima, resurgió con ese alivio de salir, “de brotar de esa tierra y surgir con mas ganas de seguir buscando la justicia y la verdad”, comenta Jaqueline mientras explica que tuvo una catarsis “por que el arte en procesos de reparación simbólica, por que el arte como instrumento y creación de memoria historia, por que el arte para sanar, por que el arte como mecanismo para memoria histórica o para sanar”.
La meticulosa selección y preservación del archivo de MAFAPO y sus múltiples interpretaciones y narrativas, que es llevado, curado y custodiado por las madres del colectivo, es un privilegio para un país como Colombia que tiene periodos de su historia que han sido ocultados y censurados.
La charla donde reflexionaron sobre el archivo personal, el arte y la memoria histórica colectiva se da bajo la iniciativa de Punto de Fuga y Ojo Rojo Fábrica Visual, una agrupación que promueve la fotografía documental como herramienta para entender las problemáticas que enfrenta a Colombia, y quienes actualmente tienen un proyecto con la Comisión de la Verdad, entidad oficial establecida por los Acuerdos de la Habana firmados en el 2016 entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo FARC -EP, para esclarecer las causas del conflicto armado interno, por medio de la recuperación de crónicas, testimonios, documentos y archivos fotográficos que ayuden al público entender lo que pasó y así reflexionar sobre la guerra en aras de no repetir.
Uno de los miembros de Ojo Rojo, el fotógrafo estadounidense radicado entre Bogotá y Nueva York, Stephen Ferry, explica: “Buscamos archivos fotográficos y otras fuentes históricas para revelar la Guerra de Villarrica, un episodio de un conflicto armado clave en la historia de las guerras internas de Colombia que ha sido casi totalmente ignorado en la memoria colectiva del país, hasta ahora. Es un ejemplo clásico de cómo la censura de la prensa funciona para que una realidad inconveniente al poder desaparezca de la historia de todo un país”, y agrega que, “es importante que los dueños de los archivos tengan la confianza de revelarlos, eso es algo muy pertinente en Colombia, cuando históricamente solo poseer ciertos archivos podría costarle la vida a una persona. Los reflejos de esconder esas realidades siguen vigentes y no es fácil que abran los archivos a los investigadores aún en un proceso de posconflicto. Sin embargo es vital.”
Kate Doyle es una investigadora estadounidense que trabaja con el Archivo de Seguridad Nacional (NSA) y comenzó su carrera como archivista exactamente cuando terminó la Guerra Fría. Ella ha colaborado con periodistas, abogados, artistas, comisiones de la verdad y colectivas de madres buscando justicia y el esclarecimiento de múltiples episodios históricos que involucran a América Latina y los Estados Unidos.
“Había, de repente, una ola de interés por lo menos de los países de América Latina[…] de enfrentar su propio pasado y siempre sentía yo que no tenía que ver con el NSA, que quiere enfrentar su pasado, pero es nuestro pasado también, es una historia trágica compartida entre nosotros”, recuerda Doyle. Su primer año de trabajo, en 1990, fue también el año donde Kate por medio de la La Ley de Libertad de Información (Freedom of Information Act, FOIA), solicitó el Woerner Report, un informe del pentágono desclasificado a principio de los 90s y luego liberado casi en su totalidad 20 años después, gracias a los recursos de revisión que seguían poniendo Doyle y su equipo.
El Woerner Report fue la evaluación y análisis del pentágono en el año de 1981 con base en dos o tres semanas de estancia de altos mandos militares, que estudiaban que podían hacer los Estados Unidos para apoyar a los militares en El Salvador. Todo con el contexto de la revolución en Nicaragua y sus planes de acabar con los movimientos contrainsurgentes, los movimientos de izquierda y la influencia de la Unión Soviética en la región.
“Para mi es un sueño. Me encanta cuando la gente llega a interrogar al archivo en plenas dimensiones porque, por supuesto, hay un contenido histórico primero, pero luego hay niveles, dimensiones que hablan de las ideologías de la gente que escribieron los documentos, sus propios deseos que querían, qué imágenes querían pintar con esa información, eligieron información para presentar, eligieron información para censurar fuera del documento, mienten, a veces, cuentan cosas que no son siempre la verdad, hay muchas dimensiones en los documentos que son infinitas de explorar”, comenta Kate en una video conversación reciente.
El Archivo de Seguridad Nacional (NSA) ha tenido colaboraciones muy fructíferas, como con la artista Jenny Hozler y sus estudios sobre la guerra de Irak. Trabajado con los documentos desclasificados por el mismo archivo que Hozler ha proyectado en los museos o contra las paredes de edificios. Sin embargo, también comenta que: “el riesgo es cuando los colaboradores, los interesados ajenos vienen al archivo para utilizar los documentos sin entenderlos, sobre cómo leerlos como interpretarlos”, y agrega la investigadora, “por ejemplo, un periodista se me acerca y quiere algún documento que va a probar algo que él o ella ya tiene en su mente, eso ya me pone mal por que los documentos son parte de un organismo y un organismo no es un documento, un texto quitado del archivo”.
Para Juan Orrantia, un artista visual colombiano radicado en Johannesburgo, los archivos son parte del material fotográfico que hay disponible, que como artistas y productores visuales utilizamos y, “cuando estos se sacuden, intervienen, la idea es sacudir el significado que se le ha dado a tal o cual archivo-imagen. Es decir, se abre la posibilidad de cuestionar esa versión de la historia”, aunque también cree que lo más difícil ha sido, y es, manejar la imagen de manera tal que no repita, “hay por ejemplo imágenes muy problemáticas, o mejor que representan situaciones muy problemáticas, racistas, esclavistas, y el reto es cómo presentarlas para que cuestionen y no simplemente reproduzcan. La gente las ve como algo del pasado por lo que es una imagen vieja, de archivo. El reto es hacerle algo a esa imagen para que transmita su contemporaneidad, o la contemporaneidad de ciertas prácticas e ideas colonialistas y racistas en nuestro presente.”
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