5 diciembre, 2020
Los programas de revegetación y de producción rural amenazan los pastizales del bosque de Milpa Alta; pretenden convertirlos en terrenos agrícolas. Pero esos pastizales tienen una función ecológica y una brigada de conservación comunitaria los protege
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
MIlPA ALTA.- La fiebre por plantar avena y papa está acabando con los pastizales. Entre 300 o 400 hectáreas de las reservas que cuida la brigada de Monitoreo Biológico de Milpa Alta cambiaron su uso de suelo, mientras que programas de producción agrícola como Sembrando Vida, del gobierno federal o el Reto Verde de la Ciudad de México piden a comuneros y ejidatarios poseer cierta extensión de tierra para brindar apoyos económicos.
“Un poco el programa está mal desarrollado, o mal enfocado”, acusa Agustín Martínez Villagrán, uno de los miembros de esta brigada. “Tendrías que tener más de cinco hectáreas, que en Milpa Alta no tiene nadie –al menos no en la parte semiurbana–. Como no encuentran esa extensión de terreno, se van al bosque, porque se les hace fácil el cambio de uso de suelo de pastizales”.
San Pedro Oztotepec es el pueblo que está más al sur de los doce que conforman la alcaldía de Milpa Alta. Es una de las puertas de entrada a las 17 mil 500 hectáreas boscosas y de conservación que cuidan entre 17 brigadas forestales, cada una de alrededor de una docena de personas.
“Los espacios de pastizales son netamente forestales y eso debería ser. Nada más”, dice cortante Agustín sobre la transformación de estos suelos a parcelas agrícolas. “Esas dos restricciones legales –la necesidad de la posesión de la tierra para acceder a los programas y que esas mismas tierras sean suelo de conservación– saltan. Eso nos mete en una zona en la que tenemos que estar peleando. Necesitamos estar en la legalidad. Hay una antagonía entre las dos actividades”.
Todos los miércoles y viernes las brigadas forestales de Milpa Alta hacen xualtéquetl, una especie de trabajo comunitario para mantener la infraestructura de los bosques que cuidan entre las más de 17 brigadas de la alcaldía. Entre ellas, el Grupo de Monitoreo Biológico de Milpa Alta destaca por su el esfuerzo que hace. Cuidan dos especies insospechadas de los bosques del sur de la ciudad, ambas en peligro de extinción: el gorrión serrano y el conejo zacatuche.
Como todas las brigadas, cuando es necesario, apagan incendios forestales, mantienen brechas cortafuego, atienden las plagas que afectan los bosques y reparan sus caminos.
“Hace seis años nos convertimos en la brigada de estas dos especies, porque además de las tareas de cuidarlo, uno busca conocer más el bosque”, cuenta Ulises Martíenz, uno de los miembros de la brigada. Los miembros del grupo han tomado cursos de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (la Conabio) que los certifica como técnicos observadores.
“Después fuimos creando varias cosas, hicimos un vivero para detener la invasión de especies externas del bosque en la reforestación; lo que buscamos es aprovechar el conocimiento de las comunidades (locales) en el cuidado de los recursos ¡Son cosas que ni en Chapingo vas a aprender!”, dice sobre su ecperiencia y sobre la Universidad Autónoma de Chapingo, la escuela agrícola más antigua y prestigiosa del país.
Comuneros ejidales y oriundos de la región –como el propio gorrión– presumen haberse metido a la intimidad de esta pequeña ave. Cuándo come, qué come, cuándo busca pareja, cuántos huevos incuba y hasta los cuatro tipos diferentes de canto que, dependiendo de la temporada y la necesidad, silva.
Los pobladores de esta zona de la Ciudad de México son la población objetivo de dos programas que entregan recursos a campesinos que desarrollan actividades productivas, como una estrategia para reforestar y reverdecer las reservas ecológicas del país. Así mismo, el gobierno de la Ciudad destina cuatro veces más recursos a las brigadas forestales en estas zonas.
“Necesitamos un plan, porque no hemos podido entendernos. Ellos –el gobierno– creen que no necesitan a las comunidades para hacer sus planes, pero el problema es que la gran mayoría de los que dirigen estos programas no son técnicos, son políticos. Esos, del cuidado de los recursos ni idea tienen”, asegura Agustín.
Según cuenta, a los dos días de que el programa de Sembrando Vida llegó a este pueblo, hubo pobladores que empezaron a sembrar avena. “La cosa es que varios de los talamontes también están aprovechando eso. Puedo ganarme otro ciento y aprovecho los pastizales, han de pensar. Algunos dijeron que era por la necesidad de la pandemia, pero no. Fue por el dinero, no por la necesidad”.
La brigada de la que forma parte Agustín, además de dedicarse al mantenimiento y resguardo de la zona forestal apagando incendios, saneando el bosque y dándole mantenimiento, se dedica a preservar dos especies en peligro de extinción, el conejo zacatuche y el gorrión Serrano, que habitan las zonas de pastizales entre estos bosques.
Gabriel Serrano, ingeniero forestal y miembro de la brigada asegura que la oportunidad de investigar a estas especies les ha permitido apreciar los pastizales, una de las partes de los bosques que menos se han valorado, a pesar de que son una de las zonas de mayor recarga de los acuíferos de estos bosques.
“Al no tomarse como un ecosistema tal cual, cualquier programa puede llegar a amenazar o destruirlo. Hablan de la producción del alimento y el alimento es básico, pero cultivan con tantos químicos y cuando se van dejan la tierra con una contaminación por muy alta concentración. Simulan que cultivan avena, pero en realidad cultivan papa, y usan fertilizantes, pesticidas y herbicidas.
Los pastizales de estos parajes están rodeados por montecitos alfombrados por bosques de pinos que resguardan los matorrales como un jardín secreto detrás de una espesa cortina verde. Sin embargo, unos de estos bosques están más tupidos de lo que deberían.
Gran parte del trabajo de esta brigada consiste en sanear los árboles de estos bosques que desde hace algunos años presentan una sobrepoblación poco saludable. Los brigadistas se lo atribuyen a malos planes de reforestación que empezaron a tener popularidad durante las últimas dos décadas, cuando el tema de la emergencia climática comenzó a cobrar relevancia.
“Aquí en campo ya se miran más plantas de las que se necesitan, lo que empieza a ser un problema, porque hay una sobrepoblación en espacios que antes eran considerados la zona arbolada. Han metido tantos que no se desarrollan como los pioneros. Los pioneros estaban distribuidos de una manera natural, ahora hemos cambiado mucho ese mapa ancestral que teníamos de bosque. Los árboles empiezan a competir entre ellos, y los más débiles empiezan a enfermar. hay una sobrepoblación que no permite una competencia. Después se secan pero siguen en pie y provocan incendios”, explica el ingeniero Gabriel.
Esta brigada le apuesta a un manejo forestal sostenible, combinado con la silvicultura responsable. Incluso han desarrollado parcelas demostrativas, pero no hay quien apoye sus iniciativas pues en la ciudad pesa una veda forestal que prohíbe cualquier tipo de explotación de los bosques.
Si bien en los últimos cuatro años el número de aserraderos ilegales ha disminuido, de unos 60 que había en San Pablo Oztotepec, a unos cuatro, según registra la gente del lugar, la tala no para, pues en esa última década, la explotación maderera se disparó por un par de fenómenos materiales que causaron la caída de muchos árboles en los bosques.
Según cuenta Agustín, en febrero de 2010, después de tres días de lluvias torrenciales continuas, llegaron días con vientos que superaron los 70 kilómetros por hora. La tierra, reblandecida por el agua, dejó ir las raíces de los árboles, que movidos por los vientos empezaron a caer solos. Un tronco caído empujaba a otros, como una avalancha, causando un efecto en cadena.
En ese entonces, se contaron 47 arboledas caídas, el equivalente a unos 65 mil metros cúbicos de madera, o según cuentan los miembros de la brigada, el equivalente a llenar el estadio azteca con tablones de primera calidad.
“Después de que se cayeran los árboles no hubo una visión de hacia dónde o cómo es que la comunidad podía aprovechar tanta madera. En ese entonces se sacó una autorización para uso doméstico, es decir, que toda esa madera que se bajó no se podía usar para vender”, recuerda Gabriel sobre esos días.
Sin la posibilidad de comercializar tanta madera, mucha de esta llegó al mercado sin los permisos adecuados, y el superávit de madera irregular inundó el mercado negro, malbaratandi incluso, la madera del mercado regular.
Seis años después, en 2016 el desastre se repitió. De nuevo, lluvias y vientos devastaron los bosques, sin embargo, en esta ocasión, los pobladores ya tenían un conocimiento profundo de cómo trabajar la madera en muebles sencillos de madera que aún hoy se venden en los paraderos de las principales calles de la ciudad.
“Por esas experiencias, ahora que hay una emergencia y que la gente no encuentra otra forma económica de resolver su falta de trabajo, se arriesga con esta actividad ilegal”. explica al respecto Agustín. Los brigadistas han denunciado ante la Profepa y ante la Semarnat, pero las autoridades no toman cartas en el asunto.
Tampoco los residentes de San Pablo Oztotepec hacen mucho al respecto, pues en muchas ocasiones, las personas involucradas en la tala son vecinos, compadres o cuñados de quienes cuidan el bosque. Son personas mayores de 50 años que no tienen cómo conseguir otro trabajo.
Los integrantes de la brigada de monitoreo biológico no cree que la tala en la zona vaya a prosperar por mucho más tiempo. En cuanto la gente del pueblo empiece a ver que se organizan más con otros cárteles o con gente del crimen organizado, los van a empezar a linchar, aseguran.
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