La Academia de San Carlos, la primera escuela de arte del continente

22 agosto, 2020

La Academia de San Carlos se construyó por la necesidad de crear monedas y medallas de calidad en la Nueva España. Con los años se convirtió en un centro dedicado a las artes; este espacio ha marcado por siglos la identidad y las aspiraciones de los mexicanos.

José Ignacio De Alba 

Carlos III ocupó durante varios años el trono de Nápoles y Sicilia, antes de ser nombrado rey de España en 1759. Durante su reinado en Italia, en el 79, se descubrieron en excavaciones los pueblos romanos de Pompeya y Herculano, sepultados por la lava del Vesubio. 

La maravilla del descubrimiento arqueológico más importante del siglo XVIII provocó tan profundo asombro en el rey que se dedicó a extender en sus reinados el excelso arte romano. Armonioso y frío, el neoclásico ya había hecho eco en Francia.

En la Nueva España el estilo llegó para derribar al barroco que se le creyó ampuloso y rebuscado, el “mal gusto” terminó por capricho del lejano rey. Ahí además, el tallador mayor de La Real Casa de Moneda Jerónimo Antonio Gil requirió a la corona que se enseñara a los jóvenes novohispanos a dibujar y a grabar. En sus talleres la calidad de las medallas y monedas estaba comprometida por la falta de sensibilidad artística. 

Así que el 25 de diciembre 1783 el rey Carlos III expidió una cédula real para abrir la Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes. El primer sitio donde se instaló fue en una sección del Palacio Virreinal – ahora Palacio Nacional–. Pero el ruido de los troqueles y martillos llegaba hasta las recamaras del virrey quien se encargó de despachar la academia de ahí. 

La academia que recibió cada vez más interesados se instaló definitivamente a unas calzadas del Palacio, en la calle ahora llamada La Academia número 22. En el sitio se encontraba abandonado el Real Hospital Del Amor de Dios, destinado a atender sifilíticos. 

La remodelación más importante del sitio se realizó en 1852.  Javier Cavallari, director de la escuela de arquitectura, se hizo cargo del proyecto. El estilo de la restauración es renacentista italiano. Para ser una academia de arte, la fachada sobresale por su fealdad. No sé si fueron las subsecuentes remodelaciones o quizá el color anaranjado, muy recargado al tono mamey, pero su servidor no lo encuentra encantador. 

También en la parte exterior del edifico se colocaron seis medallones con los rostros de Jerónimo Antonio Gil, Carlos III, José Bernardo Couto (benefactor de la Academia), Manuel Tolsá, Miguel Ángel y Rafael.

Si uno sobrevive a la fachada con su característico almohadillado, considerado como “elegante”, se pueden visitar dentro de la academia las copias de Apolo de Belverde, Laconte, Safo de Mitilene, entre otras. Muchas de las esculturas, modelos y piezas fueron traídas de la Academia de San Fernando, en Madrid. Lo que en su momento se consideró casi un despojo. 

Las reproducciones en yeso de esculturas clásicas se le considera la más grande de América. Muchas de las piezas fueron traídas en barco desde Europa, lo que para la época se le puede considerar una proeza. 

Andrés López, Francisco Antonio Vallego y Antonio Gil impartieron las primeras clases. Después llegaron el pintor Rafael Ximeno y Manuel Tolsá, arquitecto del Palacio de Minería, la Estatua de Carlos IV (https://piedepagina.mx/el-caballito-mucho-caballo-para-mediocre-monarca/ ) y del Palacio de Buenavista.

En la Independencia la escuela de artes sufrió recortes porque se necesitaban porque detener la causa insurgente más que producir imágenes de cristos y virreyes. Aún acabada la guerra la academia sobrevivió casi en la desgracia. En 1843  Antonio López de Santa Anna dispuso un decreto donde se reorganizaba la institución, además se le aseguraron los recursos por medio de la lotería nacional.

La mayoría de los artistas mexicanos pasaron por la Academia de San Carlos, aunque la cercanía con el poder y la marcada influencia europea marchitó la creatividad de varias generaciones. Aún así esta academia dio artistas de talla mundial: Luis Coto, Eugenio Landesio, José María Velasco, Sturnino Herrán, Fidencio Nava, Jesús Contreras, Agustín Ocampo, Enrique Guerra, por mencionar algunos.

Durante el porfiriano Rivas Mercado y Román Lascurain ocuparon la dirección de la institución como Porfirio ocupó el poder. Pero la dictadura en el arte acabó a la generación de José Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco que sacó a jitomatazos y pedradas a su director. 

En aquel momento Siqueiros nos propuso:  “Vamos a sacar la producción pictórica y escultórica de los museos -cementerios- y de las manos privadas para hacer de ellas un elemento de máximo servicio público y un bien colectivo, útil para la cultura de las grandes masas populares”.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).