“El Caballito”: mucho caballo para mediocre monarca

5 junio, 2020

En la bonita tradición mexicana de cambiarle el nombre oficial a los monumentos, este es uno de los casos más famosos. Tan irrelevante el jinete que en la memoria colectiva guarda con más recelo la imagen del alegre caballo 

@ignaciodealba 

Carlos IV apenas y  gobernaba su propio territorio. El gobierno heredado de su padre lo mantenía gracias a la ayuda de la corte real. Lo de él, más bien, era la cacería. Su prima y esposa María Luisa de Parma tenía más peso en el reino.

El carácter de Carlos IV nunca ayudó: hombre complaciente y desinteresado para gobernar. Ni su mano derecha, Manuel Godoy, pudo hacer nada contra su hijo Fernando VII, quien peleaba el trono, y mucho menos contra el Primer Imperio Francés comandado por Napoleón Bonaparte, que a través de engaños logró hacerse del territorio español en 1808. 

La abulia de Carlos IV no le permitía ver más allá de su narizota, ni siquiera que su esposa era amante de Godoy. El rey acudía todos los días con Godoy a preguntar “¿qué se ha hecho hoy por mis vasallos?”. 

Pero en la Nueva España no había noticias tan detalladas sobre lo que sucedía con el monarca. En las tierras coloniales, el mando lo llevaba el virrerey Miguel de la Grúa Talamanca, casado con María Antonia de Godoy -hermana de Manuel Godoy-. El hombre duró poco en el cargo y fue expulsado de América por el tremendo saqueo que hizo. 

El virrey, también Marqués de Branciforte, tomó posesión en 1794 y conforme la corrupción avanzaba en su administración decidió adular a Carlos IV con una estatua monumental, una forma de redimirse. Para financiar la construcción, Miguel de la Grúa organizó corridas de toros. 

Se eligió al escultor y arquitecto  Manuel Tolsá para hacer la obra. Tolsá aprovechó el momento para lucirse y de paso agradecer al rey, puesto que Carlos IV –su mayor atributo era el amor al arte- le encargó la cátedra de escultura en la Real Escuela de San Carlos de las Nobles Artes. 

Tolsá, un propulsor del estilo neoclásico en América, dispuso en la escultura al rey vestido como emperador romano cabalgando. La estatua es muy parecida a la de Marco Aurelio, en Roma, hasta laureles le puso en la cabeza. 

En el Antiguo Colegio de San Gregorio, actualmente donde se ubica la Universidad Obrera de México, fue donde Tolsá elaboró la estatua. Se necesitó tanto metal para hacer el monumento (unas 13 toneladas), que Tolsá tardó tres años en juntarlo. Además, el vaciado se considera una hazaña para la época; se dice que Tolsá estuvo sometido a tanto calor que perdió los dientes. 

La elaboración de la obra tardó mucho y había apuro por inaugurarla, así que Tolsá hizo una obra parecida con madera recubierta con láminas de oro para que hubiera fiesta el 9 de diciembre de 1797, el día del cumpleaños de la reina. 

Cuando por fin fue terminada la Estatua Ecuestre de Carlos IV, su traslado duró 4 días por las calles de la capital, hasta llegar al Zócalo. Fue necesario que Tolsá diseñara unas ruedas de bronce que soportaran el peso del monumento.

El 9 de diciembre de 1803 la obra fue inaugruada. Alexander Humbolt asistió al evento y aseguró que era una de las estatuas ecuestres más bellas del mundo. 

Pero los problemas de gobernanza en España provocaron que en la Nueva España las fuerzas insurgentes y los movimientos liberales aprovecharan el momento para iniciar la Independencia de México. El monumento, casi nuevo, era un elefante blanco.  

Las voces más revolucionarias proponían fundir la estatua de Carlos IV para hacer cañones o algo más útil. Incluso, el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, impulsaba su destrucción. Pero el sempiterno conservador Lucas Alamán lo salvó,  llevándolo al patio de la Real y Pontificia Universidad de México, donde estuvo de 1822 a 1852. 

La estatua después fue movida al cruce de las avenidas Paseo de la Reforma, Juárez y Bucareli. Pero la gente dejó de usar carretas y caballos para moverse en la ciudad.

Para 1979, la estatua no era más que una glorieta en el paisaje urbano. Así que el gobierno de José López Portillo movió el monumento frente a antiguo Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas y el Palacio de Minería –otra de las obras de Tolsá-.

Durante el traslado hubo bandas musicales y conjuntos que tocaron “Las Golondrinas”, también un agrupamiento de escaramuzas formó parte de la caravana que acompasó al camión que llevaba a “El Caballito”. También, hubo ambulancias y vehículos oficiales que convirtieron aquello en un desfile. La gente acompañó en caminata a la estatua desde su antiguo sitio, hasta la llamada Plaza Manuel Tolsá. 

A la inauguración asistió el presidente José López Portillo, quien dejó en el basamento una cápsula del tiempo con monedas y documentos. 

A pesar de los cuidados que ha tenido la obra durante más de 200 años, en 2013, cuando el gobierno de Miguel Ángel Mancera hizo un opaco contrato con la empresa Marina Restauraciones para la obra, el encargado del proyecto que ni si quiera tenía cédula profesional le dio al monumento histórico un baño de ácido nítrico. Buena parte de la estatua quedó dañada con una coloración naranja y verde y “el Caballito” necesitó la más profunda intervención de su historia.

El poeta y revolucionario Alfonso Cravioto no pudo ser más exacto cuando le escribió estos versos a “El Caballito”:

“El virrey más podrido: Marqués de Branciforte, quiso al rey más imbécil: Carlos IV, adular, y mandó sus permisos diligente la corte para que estatua regia se pudiera aquí alzar. Y en conjuro de raras contradicciones harto, Tolsá, que modelaba bronces con majestad, se encargó de la estatua. Por eso el Carlos IV monumento es del genio a la imbecilidad. Frente a ese caballo, cuando la luz sonríe, la admiración aplaude, pero la historia ríe”.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).