La figura de las personas que son hermanas gemelas forma parte de casi todos los mitos de creación de las culturas del mundo. El gemelo, el doble, es también lo que ocultamos de nosotros mismos al mundo, y nos ocultamos. Nuestra doble naturaleza.
@lydicar
Había un vez, en vieja África, un joven llamado Manawee que cortejaba a dos hermanas gemelas. El padre de ellas le puso una condición: “No puedes casarte con ellas, a menos de que adivines sus nombres”. Manawee trató y trató pero no podía.
El padre meneó la cabeza y le pidió que se retirara.
Pasaron muchos días así, Manawee presentándose a la casa y fallando una y otra vez. Pero un día, el joven se hizo acompañar de su pequeño perrito. El perro se percató de que una hermana era más bonita que la otra, pero ésta era más dulce que aquélla. Aunque ninguna de ellas poseía todas las virtudes, al perrito le gustaron mucho, ya que las muchachas le daban premios y sonreían mirándolo a los ojos.
Manawee falló de nueva cuenta en adivinar y se dirigió a casa. Pero el perrito corrió de vuelta a la choza de las muchachas, y se escabulló a través de una abertura en una de las paredes de la choza: las hermanas reían y comentaban lo guapo y varonil que era Manawee. Y mientras platicaban se llamaban una a la otra por su nombre. Una vez que el perrito captó los nombres de las dos, corrió de vuelta a casa para dar esta información a su amo.
Mas en el camino a casa, se encontró con los restos de la caza que un león dejó. El perrito lo olió e inmediatamente se abalanzó sobre la carne, sin pensar en otra cosa. Una vez saciada el hambre, el perrito se percató de que había olvidado los nombres de las muchachas.
Así que corrió de vuelta a la choza de las hermanas. Llegó cuando ya era de noche, y las mujeres se encontraban untándose aceites perfumados una a la otra. Parecía que se preparaban para una celebración. De nuevo, el perrito escuchó los nombres y corrió de vuelta a Manawee.
A la mitad del bosque le llegó el olor de la nuez moscada. No había nada en el mundo que le gustara más que la nuez moscada. Así que se salió del camino buscando la fuente del aroma: alguien dejó un riquísimo pay de fruta enfriándose sobre un tronco.
El perro lo devoró con alegría y emprendió el camino de vuelta a casa, con la panza felizmente llena. Sólo que se percató de que, nuevamente, había olvidado los nombres de las hermanas.
Así que por tercera vez corrió a la choza de las hermanas, quienes se estaban preparando para ser desposadas.
“¡Oh, no!”, pensó el perrito. “Queda muy poco tiempo”. Así que cuando las hermanas se llamaron una a la otra, el perrito los memorizó y corrió de regreso, con la resolución de que nada lo desviaría de llevar los nombres a Manawee.
El perro vio una caza fresca a un lado del camino y no se detuvo. Luego llegó un fresco aroma de nuez moscada, pero lo ignoró. Sin embargo, de improvisto, desde un arbusto salió un desconocido, que lo agarró del cuello y lo sacudió.
El desconocido gritaba:
–Dame sus nombres! ¡Dame los nombres! ¡Las quiero!
El perrito mordió al desconocido entre los dedos, con sus colmillos pequeños y afilados como picadura de avispa, y el misterioso hombre huyó. El perrito continuó su camino, recordaba los nombres de las muchachas y se los dijo a Manawee. Éste corrió rumbo a la choza de las hermanas, con el perro a los hombros.
Cuando Manawee llegó y dijo los nombres de las muchachas al padre, las gemelas recibieron a Manawee completamente vestidas para casarse. Ya lo esperaban. Y los cuatro –las hermanas, Manawee y el perrito– vivieron felices muchos años.
Éste es un relato de origen africano que Clarissa Pinkola Estés recopila en su clásico “Mujeres que corren con lobos”, y la autora lo utiliza para explicar lo que ella denomina “la doble naturaleza de las mujeres”. Para la psicoanalista junguiana, las dos gemelas representan esa dualidad que hay en toda mujer: una más bonita que la otra, la otra un poco más dulce; explica que sólo quien aprenda a aceptar ambas naturalezas –que a veces parecen contradecirse– podrá realmente acercarse efectivamente a la identidad de esa mujer.
Pero los gemelos, los hermanos gemelos, forman parte de casi todos los mitos de creación de las culturas del mundo.
“Los mellizos y los gemelos provienen de una forma poco frecuente de engendramiento, natural y exótica a la vez, y por lo tanto idónea para cargarse de simbolismo. Donde acaba lo natural y lo racionalmente explicable es en el hecho de que en culturas de todo el orbe, la inmensa mayoría sin contacto entre ellas (salvo los casos indoeuropeos, claro está, y otros puntuales), recogen relatos míticos que incluyen gemelos primordiales, por lo común ligados a la propia creación del cosmos o del mundo, y habitualmente vinculados al par creación/destrucción en su relación interna. ¿Cómo es posible que pueblos tan lejanos e incomunicados entre sí tengan relatos originales tan parecidos?”, se pregunta el escritor y doctor en literatura Luis Moya.
Moya ejemplifica con la mitología irania, en la que “se habla de los ‘gemelos primigenios’, siendo el primer ser humano Masye/Masyane, un andrógino formado por hermano-hermana”. Para la cultura occidental, sin embargo, los gemelos fundacionales serían Rómulo y Remo, quienes son amamantados por una Loba, y luego, cuando crecen fundan la ciudad de Roma.
Sin embargo, en la leyenda, Rómulo termina matando a Remo, y se vuelve soberano. Y quizá desde ese inicio, el tema de los gemelos, los dobles, toman un cariz siniestro. El no soportar eso que es uno y no es uno.
Doppelgänger es un vocablo alemán que, según las traducciones más libres halladas en internet, significaría “el que camina al lado”. En la cultura popular se le considera el “gemelo malvado”. El que camina al lado es uno mismo y un impostor. Aquello que no vemos –o no queremos ver– de nosotros mismos, y que escondemos de los demás, pero que se aparece en la vuelta de un camino, llenándonos de horror.
E. T. A. Hoffmann explora ese doble maligno a lo largo de su obra. En especial en “Los elixires del diablo (1815-1816). Medardo, un joven virtuoso pero descendiente de una estirpe maldita bebe de una reliquia, inspirado por el maligno. Los elixires lo vuelven presa de todos sus deseos y pasiones. Huye de su convento y , en el camino, se encuentra con el conde Victorino, un hombre terriblemente parecido a él. Medardo lo asesina y adopta su identidad. Desde entonces, a donde llega, se ve perseguido por ese doble fantasmal que lo atormenta.
El gemelo, el doble, es lo que ocultamos de nosotros mismos al mundo, y nos ocultamos. Ese doble que nos llena de horror es motivo prácticamente de toda la literatura. El cineasta Werner Herzog explora esta idea en el epílogo de su documental “La cueva de los sueños olvidados” (2010), en la que narra las investigaciones sobre la Cueva de Chauvet, en Francia. En este lugar, se descubrieron cientos de pinturas rupestres, realizadas a lo largo de cientos de años. La edad promedio de las obras es de unos 32 mil años de antigüedad.
Al final del documental, Herzog introduce una “historia falsa” (como hace en todos sus documentales, por cierto, jugando con aquello de la “verdad”). En su ficción, narra la historia de una planta nuclear, cuyos lagos alrededor han elevado la temperatura. Ahí, han nacido cocodrilos albinos, que podrían llegar a la cueva de Chauvet. “Un nuevo clima está humeando y expandiéndose”, narra Herzog. Muy pronto estos albinos podrían alcanzar la Cueva Chauvet. Al mirar a las pinturas, ¿qué entenderán de ellas?… Nada es real, nada es certero”. Herzog enfoca a un pequeño lagarto albino, que mira su propio reflejo en una pecera, dando la impresión de que son dos animales que se observan, casi se tocan. “Es difícil decidir si estas criaturas se dividen en sus propios doppelgângers. O si realmente se están tocando o si es sólo su reflejo imaginario. ¿Será que nosotros [los humanos] seamos los cocodrilo que miran a través de un abismo de tiempo cuando vemos las pinturas de la Cueva Chauvet?”.
¿Cuál es el verdadero cocodrilo? ¿Cuál es el reflejo?, se pregunta Herzog. Y sugiere que somos un cocodrilo o un reflejo mirando a nuestros antepasados de hace 2 mil años. Probablemente ambos son verdaderos y falsos; o como sugiere el cuento africano: todos tenemos una doble naturaleza… por cierto, que la doble naturaleza de Malawee, el joven africano que quería desposar a las dos muchachas, era el perrito, el único que pudo escuchar los nombres de las muchachas.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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