Sobre el paro tenemos claroscuros que habrá que diseccionar. Pero podemos reconocer que por fin tantas mujeres lograron sacudirse la apatía y mirarse reflejadas en las otras y actuar en consecuencia a una opresión compartida
Twitter: @CeliaWarrior
A la entrada de la facultad de derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), un par de grupos de alumnos, todos varones, se reúnen para platicar y fumar al aire libre. Son acaso dos decenas de ellos, conviven desinhibidos en ese espacio que les pertenece, su lenguaje corporal lo denota. La única mujer en el lugar, en una esquina, casi invisible en la escena, es una vendedora de dulces y cigarros. Cerca de ahí, en los pasillos al rededor de la facultad de filosofía y letras (que el pasado 5 de marzo cumplió 4 meses tomada por alumnas en espera del cumplimiento —no la simulación— de medidas concretas para detener la violencia en su contra dentro de la universidad), de igual forma, quienes ocupan el espacio a plenitud son hombres. Un primer claroscuro del paro de niñas y mujeres del 9 de marzo en México destaca aquí, en esta universidad pública que es comidilla mediática por no garantizar la seguridad de las mujeres que la integran.
Sin preverlo, al realizar el paro el 9 de marzo las alumnas y trabajadoras de la UNAM se salvaron por una vez de la posibilidad de ser violentadas en sus espacios de estudio o trabajo, como sucede cotidianamente. De tan jodida realidad, la primera defensa de muchas mujeres a la violencia machista y feminicida es la invisibilidad, cuando no la no-presencia o desaparición de los espacios donde constantemente a través de agresiones sutiles o mortales nos dicen: este no es tu lugar. Las universidades y demás sitios de enseñanza, las oficinas y lugares de trabajo remunerado históricamente dominados por hombres, son el ejemplo perfecto de ello.
Pero también están las calles mismas, el transporte público, los centros culturales, los espacios de poder y toma de decisiones de los que hemos sido relegadas. No tendríamos que desaparecer de esos espacios ganados para hacer el punto de que somos como cualquiera, sujetas de derechos, voz y dignidad. No deberíamos desaparecer para librarnos de la violencia de los hombres porque cada uno de esos espacios ha sido peleado, literalmente, por mujeres que nos precedieron.
Luego viene un claroscuro más, el de los impactos económicos y sociales de no estar para no producir, ni reproducir, ni consumir. Probablemente el macho retrograda de razonamiento básico pensó y expresó lo bien que se sintió de vivir un día en un país (casi) sin mujeres: “menos tránsito”, “menos quejas”, “menos alboroto”, escuché decir a varios. Hasta el niño de secundaria que vive en mi casa es capaz de reconocer el impacto de la ausencia de la mujer que atiende la tiendita de su escuela y los dejó sin lunch, pero hay cñores que no pueden ni imaginar, menos medir más allá de sus narices el impacto económico y social que significa que las mujeres dejen de hacer los tantos trabajos que hacen, muchos de ellos invisibles o no remunerados.
Si para usted, cñoro incrédulo, mi palabra es insuficiente, échese un clavado en las estadísticas de la organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico: las mujeres mexicanas invierten alrededor de 5.5 horas diarias en trabajos no remunerados, en contraste con los hombres que realizan durante 2.1 horas esas labores. Las pérdidas monetarias derivadas de la ausencia de las mujeres en sectores financieros, comerciales, de movilidad y educativos derivadas del paro rebasaron los 26 mil millones de pesos que previó la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio (Concanaco), quienes al final reportaron 30 mil mdp en pérdidas. Así que, cñor, no lo digo yo, lo dicen otros cñores.
Otro claroscuro es el de las muchas formas de sabotaje. Si bien unas no estamos de acuerdo con desaparecer de los espacios ganados y otras más no pueden darse el lujo de parar de trabajar un día porque dependen de las ganancias diarias para sostenerse, hubo quienes optaron por el freno del consumo en el mundo físico y el digital o del trabajo en el hogar como una manera de plantearle al sistema: con todo y tus artimañas, somos indispensables, no puedes sostenerte sin nosotras. Y quizá, porque dependiendo del contexto, la acción; nos toca imaginarnos múltiples formas de enviar ese mensajito más seguido [no sé, piénsenlo, todas juntas en modo sabotaje <3].
Un ejemplo del microcosmos del gremio periodístico: están las que decidieron no parar en todos los sentidos porque, como comentó una amiga periodista freelance: de por sí nuestro trabajo es invisible, ¿cuál es el objetivo de invisibilizarme aún más? En contraste, otras periodistas que pararon y trabajan integradas a medios consideraron que su ausencia paradójicamente las visibilizó en sus espacios de trabajo.
En definitiva nos faltó tiempo para reflexionar, para ser más críticas y difundir las muchas maneras de parar como niñas y mujeres. Tenemos aprendizajes positivos y negativos, claroscuros que habrá que diseccionar. Pero al mismo tiempo podemos reconocer un segundo el impacto de las movilizaciones y paros, de que por fin tantas mujeres hayan logrado sacudirse la apatía y mirarse reflejadas un poco o un mucho en las otras y actuar en consecuencia a una opresión compartida.
Y ya que andamos en eso de empatizar entre mujeres sobre las violencias que nos atraviesan, [¿verdad?] nos vendría bien comenzar a reflexionar: ¿Por qué es tanta la diferencia de opiniones y de opciones de una mujer a otra frente al paro? ¿Qué nos vuelve tan disímiles o qué nos distingue, el origen, la edad, la posición de poder, todas las anteriores y más?
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