Con un 34% menos de ingresos respecto a los hombres por las mismas actividades, no todas las las mujeres pudieron parar como parte de la protesta contra la violencia de género. Aún así, su ausencia trastocó la capital mexicana
Texto: José Ignacio de Alba, Arturo Contreras Camero, Kau Sirenio y Andro Aguilar
Fotos: Duilio Rodríguez y Daniel Lobato
CIUDAD DE MÉXICO.- “Les vamos a quitar mil pesos a las que no vengan”, advirtieron en el trabajo de María (quien pidió no ser identificada) por si se atrevía a faltar como parte de la protesta contra la violencia de género. La mujer cuida coches en un estacionamiento en un centro comercial. Trabaja para la empresa Infini. Dijo que quería unirse a las protestas de mujeres, pero después de que su jefe le hablara para amenazarla, decidió cumplir con su horario normal.
María, originaria del Estado de México, se traslada todos los día a la capital para trabajar como policía privada. Reprocha que los mil pesos que les descontaron a las dos compañeras que sí faltaron es mucho más de lo que ganan al día. Ella, por si las dudas, no se arriesgó a que no le alcanzara para la manutención de sus cinco hijos.
La iniciativa Un Día Sin Nosotras para protestar contra las violencias que padecen las mujeres evidenció el gran impacto de su ausencia en escuelas, lugares de trabajo, transportes públicos, centros comerciales y redes de internet, pero también mostró las distintas condiciones en que viven las mujeres en la Ciudad de México.
Varias empresas no pararon y aprovecharon el momento para querer proyectar una imagen de sensibilidad. En Walmart Buenavista las cajeras vistieron playeras moradas con la leyenda “Ni una menos”. La empresa Julio, dedicada a la venta de ropa, también dio a sus empleadas una playeras púrpura con la leyenda “Mujeres que Inspiran”, en el lugar no aceptan entrevistas pero la gerente de la tienda ubicada en Paseo de la Reforma explica que la empresa realizó un sorteo y a las ganadoras se les permitió unirse al paro, las demás cumplieron con su horario normal.
Silvia Durán es la encargada de un Seven Eleven en la Zona Rosa. No pudo ir a la marcha porque la amenazaron con descontarle el día de sueldo: “que hablen por las que no podemos”, demanda.
La mañana de este lunes, en la calle los pájaros trinan entre los árboles. Se escuchan clarito; no hay bullicio de autos ni gente paseando cerca. Entre la calma matinal, se escucha la escoba de Silvia Sánchez, barrendera. “A nosotros sí nos avisaron, nos dijeron que podíamos no venir, pero como dependo de las casas, pues con ellos sí venimos a trabajar”.
Además de barrer la calle, la señora de 56 años también saca la basura de las casas de otras personas a cambio de alguna propina, con eso se ayuda para completar el salario de barrendera que le da el gobierno, que apenas alcanza el salario mínimo, según dice. Juliana también es barrendera y vive el mismo dilema. “A mí me sale más caro no venir, tengo gastos para mañana, además de una hija en la universidad y otra en secundaria”.
Algo parecido pasó con las médicos. Rocío Torres es residente especialista en colon y proctología. “A todas nos tocó trabajar hoy. No tuvimos ninguna indicación y no hubo opción, pero así estamos acostumbradas, así sea Navidad, te puede tocar trabajar”. Según la doctora, en casi todos los servicios del Centro Médico Siglo XXI, donde trabaja, son más las mujeres que los hombres que atienden. También las pacientes; es más común que las mujeres se atiendan más, y ninguna quiere perder sus citas.
Afuera del hospital hay un puesto de tacos callejeros. Los atienden cuatro mujeres que se aprestan a repartir gorditas, freír flautas y despachar refrescos. Entre ellas hay un hombre que perece su capataz, callado en un rincón, las mira trabajar. La que cobra dice que le habría gustado parar, pero no le dejaron. Está tan ocupada que apenas y tiene tiempo de comentar un par de cosas. Pese lo que podría parecer, el puesto no es suyo, y las cuatro mujeres no son familia. Sólo lo trabajan por un sueldo diario.
Desde temprana hora los vagones del transporte público de la ciudad lucieron con muy pocas mujeres. En las taquillas los hombres se apelotonaron para poder adquirir un boleto, con hileras de hasta alrededor de 50 personas. Los vagones de mujeres viajaron casi en solitario.
En la propia conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, hubo sólo seis reporteras. El mandatario no hizo posicionamientos excepcionales sobre la marchas del 8 de Marzo, resumió: “Yo quiero felicitar a todas las mujeres que participaron en el movimiento del día de ayer en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer y también hacer un reconocimiento a las encargadas de evitar la violencia, que resistieron todo tipo de provocaciones y no cayeron en la trampa”.
La conferencia se desarrolló con normalidad, prosiguió a una serie de anuncios la sesión de preguntas donde se le dio la palabra a tres hombres. Y después de que una de las reporteras gritó “¿y las mujeres?”, el mandatario cayó en la cuenta “Ah, ahorita vámonos con tres mujeres”.
El presidente se dio cuenta tarde de que casi no había reporteras en su conferencia, pero afuera de Palacio Nacional la indignación de la marcha del 8 de marzo era evidente. Los muros quedaron grabados con graffitis “Estado Feminicida”, “Se va a caer”, pintura roja arrojada a las puertas. Los destrozos estuvieron presentes en todo el Centro Histórico. Vidrios rotos, estatuas renombradas y el busto de Samir Flores, recién inaugurado, estrenando tinte rosa en su peinado de ladito.
Desde temprana hora de este 9 de marzo cuadrillas de limpieza, conformadas únicamente por hombres, se dedicaron a limpiar y ordenar, pero apenas a unas cuadras de ahí decenas de mujeres con uniformes de limpieza del gobierno capitalino refregaron los pisos, como siempre. En ratos libres descansaron bajo las sombras de La Alameda.
Las oficinas de gobierno lucieron con poca actividad. Periodistas, intelectuales, académicas, funcionarias y varias oficinas del sector privado se unieron al paro, que se realiza por primera vez en prácticamente toda Latinoamérica. El mercado La Merced, el segundo más importante de la capital, estuvo tan bullicioso como siempre.
-¿Por qué no se unió al paro?
-Porque es nuestro negocio y no podemos cerrar. Se nos echa a perder el producto. Quién nos va a dar los que nos ganamos al día, nosotras no trabajamos con el gobierno ni con las empresas. Si no trabajamos no comemos. Dice Rosa María Gutiérrez, mientras surte kilos de jitomates y cebollas a un cliente.
La mujer cuenta que es de las locatarias que perdió todo en el incendio del 24 de diciembre del año pasado. María Gutiérrez ahora atiende a las afueras del mercado, donde explica que apoya las causas feministas, pero reprocha: “los que tienen que cambiar son los hombres”.
Afuera de la escuela Benito Juárez se arremolinan media centena de niños. Son pocos si se compara con la cantidad de alumnos que normalmente llegan. Son las ocho de la mañana, hora de entrada y al lugar no llegó ni un 5 por ciento de los alumnos. Como el resto de la ciudad, esta escuela se ve casi vacía. Este 9 de marzo miles de mujeres dejaron sus puestos de trabajo para atender al paro nacional de mujeres.
“Yo prefiero quedarme aquí a no haber venido”, dice muy convencida Karla, una pequeña de 11 años. “No me quiero ir, me siento extraña, pero mi profesor de que viene, viene. Y alguna maestra nos va a dejar jugar, prefiero eso a quedarme en en el trabajo de mi mamá, en una oficina de un hospital”.
Consuelo es cajera de una panadería en la colonia Obrera y vino esta mañana a dejar a sus hijas. “A nosotras ahora sí que nos dijeron que teníamos que ir a trabajar, pero protestamos, entonces nos dijeron que nos iban a apoyar si íbamos a venir. Les vamos a pagar un día extra, nos dijeron, y pues entonces nos pusimos de acuerdo para ir todas, sobre todo por apoyo a unas compañeras que vienen desde Chimalhuacán y otra desde Ciudad Azteca, porque necesitan el dinero”.
A pesar de la poca afluencia, la mayoría de las maestras de la escuela asistieron a sus labores. De 34 docentes, sólo ocho no asistieron. “Aquí hicimos un consenso y determinamos que la mayoría íbamos a venir”, asegura Cosette Vivanda Ibarra, la directora de la escuela.
Ella decidió no parar este 9 de marzo. “Porque no me representa este movimiento”, dice tajante. “Creo que ningún movimiento va por encima del derecho de los niños. Y menos si violenta su derecho a la educación, que no se le debe prohibir a nadie”, después de una pausa y añade. “Además, me parece que parar es una farsa si mi jefe me da permiso; así pues qué chiste. Se me hace difícil que del paro se pueda sacar algo, y por eso nosotros no podemos afectar nuestro trabajo”.
“La mayoría de las mamás de los niños que vinieron sí trabajaron, y en muchos casos, las mamás no se quedan en la casa; muchas tienen que salir a trabajar y ahí andan los pobres niños, abajo de los puestos de sus mamás, o abajo de los escritorios en las oficinas”, dice como una adenda explicativa.
La mañana de lunes en los pasillos de la Universidad Iberoamericana entre los miles de varones que llegaron a clase, sólo en la Cafetería Capeltic había rostros de mujeres trabajando. Jimena Reyes dice que la cooperativa les dio a escoger y ellas decidieron hacerlo.
“Como la mayoría somos mujeres, decidimos venir”. Mientras atiende a los alumnos que esperan su taza de café, la trabajadora agrega: “Nos preguntaron acerca del movimiento y qué opinamos. A mi parecer está bien lo que hacen las compañeras. Pero la verdad yo no quería quedarme en mi casa sólo a pensar acerca de la violencia que estamos viviendo, porque es como meter más miedo a las mujeres, por eso decidí venir a trabajar”.
En la página oficial la Cafetería Capeltic se lee: “Somos una empresa de economía social y solidaria formada por familias indígenas tseltales de Chiapas y colaboradores que trabajamos por la justicia social y la defensa de nuestro territorio, generando propiedad social y eficiencia empresarial”.
En la cafetería Capetic, la rutina continua para las trabajadoras que atienden a los alumnos y maestros.
Jimena dice que le hubiera gustado participar en el paro pero no le dio tiempo de organizarse.
“Igual muchas mujeres tienen miedo de salir a la calle porque sólo hay hombres y son los hombres los que más nos han estado atacando”.
Uno de esos casos es el de Karla Alejandra García, una profesora de secundaria de 26 años de edad en la alcaldía de Iztapalapa.
“Me da mucho miedo irme hacia allá. Hay días que en el Metro Atlalilco en el trasborde sí me da cierta tensión. Aunque me vaya en los vagones de adelante (exclusivos para mujeres) mi paso no es tan veloz a veces y llega un momento en que los hombres están a nuestro par. Sí me da como ansiedad nada más pensarme en el Metro solita”.
La joven relata que en la estación del Metro Atlalilco, que tiene 880 metros de longitud y donde fueron colocadas bandas eléctricas para ayudar al desplazamiento de los usuarios, ya ha presenciado el acoso de hombres hacia mujeres.
“Como a la mitad, me tocó ver cuando un tipo iba siguiendo una chica. Me dio mucho miedo en el momento porque yo quise correr atrás de la chica pero me llevaban cierta distancia. Si sabes que en un día normal pasó eso, ahora que va a haber una baja de mujeres me da mucho miedo. Me daba una ansiedad muy grande de imaginarme con dos o tres mujeres y rodeadas de puros hombres. La neta no me gustó. No todas vamos para el mismo lugar y sí me da ansiedad no ver a tanta mujer”.
Edith cruza a paso rápido las Islas de Ciudad Universitaria. Va de regreso a su casa de una clase de laboratorio. No la podía dejar perder, pese al paro, porque los materiales que van a usar se podrían echar a perder. “Las maestras nos dijeron que no iban a repetir la clase por lo mismo”, asegura.
Siente el clima particularmente extraño. Como no habría de serlo, más que la más grande universidad de América Latina, hoy CU parece un seminario lleno de varones que platican sentados en las bardas o juegan futbol en el pasto.
“Yo pensé que se iba a sentir más inseguro, porque iban a haber puros hombres en las calles y que el acoso iba a ser mayor, pero se siente tranquilo, pero solo hay menos flujo de gente y todo se siente supertranquilo”, dice. A su clase del día faltaron muchos alumnos, más de la mitad. “Muchos maestros desde el viernes nos preguntaron cuántos pensaban venir, y eran tan pocos que la mayoría decidió suspender las clases”.
Un poco más lejos de donde cruzó Edith, un grupo de cuatro amigas camina junto a su perra, Lola. “Yo no quería salir para nada hoy, pero mi perra ya no aguantaba más en la casa y entonces vinimos”, dice Olga Paulin Chávez, dueña de la perra.
Ella trabaja en la Secretaría de Administración y Finanzas del gobierno de la Ciudad, instancia que aprobó el paro para todas sus trabajadoras. Entre risas, relata una anécdota que les llegó del día:
“Nos dicen que los hombres de la oficina sí fueron, pero que no tenían las llaves de algunas de las oficina. No previeron que hay espacios que se cierran y que sólo las mujeres tienen llaves”, mientras habla su perra revolotea en círculos. “Me parece importante que pasen este tipo de cosas, porque ayuda a visibilizar todo lo que hacemos. En la casa, en el trabajo, da una perspectiva de a quién y cómo se asignan los roles, porque normalmente son las secretarias las que tienen las llaves de esas áreas”.
Después, hace una reflexión sobre el día: “Yo creo que no es un día de asueto. Y es lo que le decía a mis trabajadoras. Que la idea era tratar de romper la inercia con la que las mujeres somos educadas en el patriarcado. Pareciera que si no tienes tu día para dedicárselo a los otros, no cuenta. Hacemos tantas cosas que al final no queda tiempo para ti. Esa es la inercia, que como mujeres debemos sentirnos inútiles y solas si no estamos en relación con otros».
El espacio restringido un día antes por enormes vallas metálicas durante la marcha del 8M fue tomado este lunes por mujeres para jugar futbol. Las chicas respondieron a una convocatoria lanzada en redes sociales con equipos que se armaron en el momento y otras que juegan juntas en alguna liga.
Algunos nombres son Club Violeta, 6 X, Las Patis, Cero Potencia, Sureñas. Juegos de 15 minutos o cinco goles, lo que sucediera primero. Con una narradora de las peripecias del juego.
A los pies de la entrada a Palacio de Bellas Artes, un posicionamiento: “Parar no significa renunciar a nuestra libertad. ¡De las canchas a la calle! Por un futbol para y por nosotras”.
“Ayer estuve en la marcha y el hecho de que cerraran me hizo pensar cómo le íbamos a dar otro uso con el futbol”, reflexiona Adrianelly Hernández, periodista y académica de 29 años, con dos décadas de jugar futbol desde su natal Veracruz.
“La apropiación del espacio público por parte de las mujeres es algo importante. Es raro que tú veas a puras niñas haciendo esto en una canchita al aire libre. Es importante hacer esto para que esto sea también una forma de alzar la voz”, añade.
“Venimos a ocupar un espacio en el que no somos tan visibles”, señala minutos después una socióloga que prefiere omitir su nombre. Ella pertenece al equipo Sureñas, la mayoría son feministas y comparten el gusto por el futbol. Visten un uniforme morado que es también posicionamiento. Y llevan al frente desde hace más de un año la leyenda “Ni una menos”. Su escudo es un corazón humano.
Después de haber perdido su primera reta, la joven explica la revalorización que las mujeres le dan al deporte más popular del mundo, a partir de la ruptura con una historia que lo relaciona con los hombres.
La chica alude a la carga discriminatoria de los comentarios como “le pegas como niña” o «vete a jugar con tus muñecas”.
“Estamos rompiendo este tema desde hace años. En muchos lugares, desde Iztapalapa hasta el Estado de México, hasta la Colonia del Valle, muchas mujeres nos vamos integrando en un deporte que es universal. Genera una colectividad súper impresionante y una agrupabilidad entre las compañeras, y ahora sororidad, con valores que reflejan nuestra manera de ver el futbol. No en este lenguaje tan machista que suele manejarse».
La joven se refiere a la rivalidad llevada a los golpes y el intento de someter al rival que suele ser común en el futbol varonil.
«En el futbol femenil esto disminuye en gran medida. Hay otro lenguaje y otro reconocimiento del cuerpo. Desde mi experiencia, el fútbol ha sido una forma de oxigenarme y de una forma también de resistencia. Para mí el fútbol significa mucho más que patear un balón. En el equipo en el que yo tengo ha trascendido tanto que también hay muchísima sororidad entre nosotras, hay mucho apoyo que trasciende la cancha».
Frente al Palacio de Bellas Artes las retas continúan. Algunas chicas se descalzan para jugar. Las jugadoras del exterior celebran los goles de todas.
Juegas chido, ¿juegas en un equipo?- le dicen a Araceli Osorio, una ingeniera en sistemas que llegó sin conocer a nadie.
Las mujeres se siguen sumando a la «cascarita». “Aquí hay bloqueador solar”, se ofrecen sin saber aún sus nombres.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona