La historia de Cosecha roja llegó a mi memoria al ver la narrativa de los medios de comunicación en dos terribles feminicidios: el caso de Ingrid y el de Fátima. Tan cercana a la idea del individuo monstruoso
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La novela negra quizá más lograda de todos los tiempos es Cosecha roja, de Dashiell Hammett. Éste era un escritor muy exitoso; la mayoría de sus novelas se tradujeron al cine por Hollywood: el halcón maltés, el hombre delgado, muchos otros escenarios y espacios que quedaron en el imaginario del cine de gángsters viene de Hammett.
Casi todos sus libros fueron películas, excepto, paradójicamente, Cosecha roja, la obra más lograda. Cada que se hablaba de llevarla al cine, surgían las dudas respecto al nivel de violencia. La realidad no era así.
El argumento de Cosecha roja es simple: un detective privado es contratado para investigar un homicidio efectuado en una ciudad minera, cuyos habitantes llaman “Poisonville”: un lugar horrendo de unos 40 mil habitantes.
El detective resuelve el crimen casi al inicio. Pero al ver el estado de la ciudad, decide quedarse y ayudar un poco, desarticulando el crimen organizado del lugar. Este crimen organizado es como es el crimen organizado en todos lados: un aglomerado de políticos criminales, policías corruptos, líderes sindicales comprados, poderes de facto que operan en la ilegalidad y la legalidad. De este aglomerado proviene todo el comercio ilegal, la prostitución (trata) e incluso feminicidios que se desdoblan a lo largo de las páginas.
Ésa es la genialidad de la novela. Bosqueja y esquematiza, desde la ficción, la realidad del crimen organizado y su relación irrompible con el poder político y económico. Algo que todos ven y miran, pero nadie menciona, nadie prueba.
Nunca se llevó al cine.
La historia de Cosecha roja llegó a mi memoria al ver la narrativa de los medios de comunicación en dos terribles feminicidios: el caso de Ingrid y el de Fátima.
En el primero, las fotografías del cuerpo de una joven violentamente mutilado, como un mensaje de terror a las mujeres. Durante una semana, las mujeres organizadas protestaron por un realidad cotidiana: del feminicidio se hace un espectáculo rentable y cuyas consecuencias en la salud psicosocial no conocemos hasta ahora.
Pocos días después, la desaparición el posterior hallazgo de una niñita: Fátima. Miré con horror otro fenómeno: al inicio, cuando la nena estaba desaparecida, su carita llenaba las redes sociales. La atención estaba puesta en ella. De ahí que la indignación fue total cuando señalaron a quienes se la llevaron.
Pero una vez que estos fueron detenidos, los detalles de este feminicidio infantil empezaron a llenar la prensa. Percibí con claridad en qué momento el switch cambió, y la atención, la narrativa, estaba centrada en el victimario. Esta misma narrativa tan alejada de Hammett y tan cercana a Hannibal: la idea del individuo monstruoso.
En ese momento, perdimos la posibilidad de cuestionar, y por ende, de transformar.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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