No es la disponibilidad de armas, ni el bullying, ni el uso de medicamentos psiquiátricos o los videojuegos. El psicólogo Peter Langman ha hallado trastornos mentales comunes que empujan a los chicos a cometer actos como el del Colegio Cervantes de Torreón. Son necesarias las políticas públicas que atiendan la salud mental de niños y adolescentes
Texto: Lydiette Carrión
Foto: Cortesía El Siglo de Torreón
Por qué los chicos matan es uno de los libros que Peter Langman escribió. Él es un psicólogo experto en lo que en Estados Unidos llaman “tiradores escolares”: aquellos chicos que deciden matar y perpetrar ataques en su escuela. Es a quien el FBI y las policías estadunidenses llaman cuando se presenta un evento así. Es uno de los pocos especialistas que lleva más de una década investigando y analizando estos casos.
En este libro y en otras entrevistas, Langman comienza siempre tratando de tirar algunos mitos que surgen alrededor de estos eventos. Mitos que, lejos de permitir una comprensión del problema y su prevención, pueden generar riesgos o estigmatizaciones.
Lo primero que advierte Langman es que estos ataques son raros: en Estados Unidos, el número de tiradores en escuelas es de uno en 10 millones o 20 millones de personas. Sin embargo, en aquel país estas tragedias ocurren cada vez más seguido.
En su libro, Langman realizó un perfil forense de la personalidad e historia clínica de los atacantes. A partir de ahí tira algunos mitos e ideas populares sobre las historias. Y advierte:
“Muchas de las historias y explicaciones sobre estos casos las hacen periodistas”. Pero “mucha de la información inicial no es correcta. Y para el momento en el que se obtiene información más precisa, la prensa se ha movido a otra historia”.
“Los ataques rampage (así nombra Langman específicamente a los ataques hechos por estudiantes contra su propia su escuela) son muy complejos para ser atribuidos a una sola causa. Así que cualquier aproximación con sentido debe ser capaz de reconocer múltiples influencias”.
Mito 1.- Esto es debido a la disponibilidad de armas. “Por supuesto, si fuera imposible conseguir armas, los tiroteos no ocurrirían”, concede el psicólogo. Pero la disponibilidad de armas no logra explicar el hecho; sobre todo porque, en condados y ambientes donde los adolescentes tienen acceso a armas, el tiroteo escolar sigue siendo visto como una aberración y es muy raro.
Mito 2. El uso de medicinas psiquiátricas. Se ha culpado a menudo a los medicamentos psiquiátricos. Los casos estudiados por este doctor, en ninguno hay evidencia de uso de medicamentos psiquiátricos. Por el contrario, en el caso de un chico Kip Kinkel, que dejó de tomar Prozac ocho meses antes del ataque, hubo evidencia de que si hubiera mantenido el tratamiento, este probablemente no hubiera perpetrado un ataque.
En el caso de Eric Harris, uno de los chicos detrás del caso Columbine, en efecto estaba tomando un antidepresivo llamado Luvox. Pero él planeaba el ataque antes incluso de tomar el medicamento.
Mito 3. Los tiradores eran chicos aislados, alienados emocionalmente de la escuela o eran víctimas de bullying. De acuerdo con Langman, no es así. “En términos generales, todos los atacantes mantenían notas promedio o arriba del promedio. Eric Harris era apreciado por sus profesores porque mantenía buenas notas y buen aprovechamiento. Tenía amigos. Muchos de los atacantes eran atléticos e involucrados en actividades extracurriculares”.
Por un lado, agrega, el bullying es más común en ciudades grandes. Y la mayoría de estos ataques ocurren en pueblos pequeños o suburbios. Segundo, no hay evidencia de que los atacantes hayan matado directamente a un acosador. Cuando hay víctimas elegidas, suelen ser chicas que los rechazaron amorosamente.
Por último, en muchos casos, los acosadores o bullies eran los propios tiradores.
Mito 4.- El problema viene de los videojuegos y cultura de la violencia. El autor explica que este punto es polémico. Por un lado, muchos jóvenes son expuestos a esta cultura de la violencia. No se puede explicar el fenómeno, entonces, sólo por esa exposición (lo mismo que ocurre con las armas). Pero por el otro lado, los chicos que han terminado haciendo estos ataques sí tenían una fascinación o fetichización por las armas y la violencia.
Ellos “no sólo juegan videojuegos violentos, están obsesionados con ellos. No sólo ven películas violentas, sino que el filme se vuelve su deseo de realidad. Eric Harris y Dylan Klebold habían memorizado los diálogos de Natural Born Killers. De hecho NBK, las iniciales del título de la película, era su código para hablar del tiroteo en su escuela”.
Lo que Langman sí ve como factor común en todos los atacantes es una depresión e ideación suicida. Sentían mucha tristeza y envidiaban a sus compañeros al percibirlos más felices. Nueve de 10 estaban deprimidos. Sólo uno de 10 era solitario.
Hay tres trastornos mentales que, aunados a una serie de factores externos, sociales, familiares, comparten chicos que han cometido un crimen de esta naturaleza: psicopatía, psicosis y trauma.
Un ejemplo de un chico con psicopatía que cometió un tiroteo y luego se quitó la vida es Eric Harris (18 años), uno de los autores de la masacre en Columbine. Él no venía de un hogar disfuncional. Pero después de su muerte, en sus diarios y por medio de entrevistas a jóvenes sobrevivientes en su escuela y conocidos, se estableció que tenía fantasías muy violentas sobre agredir sexualmente a chicas y mutilar cuerpos. Era un joven con mucho odio dirigido, escritos en los que fantaseaba con matar a grandes cantidades de personas, y una visión narcisista de sí mismo.
Otro niño, Drew, de 11, que realizó un ataque similar, lastimaba gatos antes del ataque. Venía de una familia cohesionada y tranquila, pero los adultos a su alrededor no se percataron de que, cuando no había figuras de autoridad cerca, atormentaba a los chicos de su edad y torturaba y mataba animales.
El caso de psicópatas, sin embargo, es el más raro en estos ataques. De 10 historias perfiladas, sólo dos de ellos tenían esta psicopatía.
Una cantidad grande de niños que disparan en las escuelas son psicóticos, concluye Langman. Pero agrega inmediatamente: no se debe estigmatizar a personas que sufren de una condición psiquiátrica de este tipo, porque la inmensa mayoría de los enfermos de esquizofrenia o psicosis no son violentos, y el promedio de los que llegan a matar es similar a los homicidas que no sufren ningún trastorno de este tipo.
En otras palabras: Los esquizofrénicos no matan más que la población “normal”.
Tener una psicosis se define como estar fuera de la realidad. Pero hay psicóticos que son altamente funcionales. Hay chicos que sufren psicosis que pueden ir a la escuela, hacer su tarea, etcétera, que están en contacto con la realidad en casi todas las áreas de su vida, excepto en una o dos.
“Muchos chicos pueden ocultar muy bien su fase psicótica, lo que los aleja de recibir el tratamiento adecuado”.
Dylan Keblold, el segundo atacante en Columbine, era descrito por amigos y parientes como un chico tímido pero amoroso. Esto a diferencia de su compañero Harris, quien sí era beligerante y agresivo.
A diferencia de Harris (que creció en un hogar de militares y familiarizado con armas), Dylan creció en uno donde, cuando niño, ni siquiera lo dejaban jugar con armas de juguetes. El diario de Dylan se reveló en 2008. Ahí se muestra un pensamiento desorganizado, propio de la psicosis. Sintaxis rara, uso extraño de palabras. Muy diferente de su compañero Eric, quien era claro y sádico.
Por último, advierte Langman, están los casos de chicos que no sufren un trastorno de psicosis (es decir, están en contacto con la realidad), ni psicopático (a los que no les importa hacer daño). Son los chicos que han sufrido una infancia terrible y traumática. Víctimas y sobrevivientes de abuso sexual o psicológico, negligencia, hogares sustitutos e inestables, violencia familiar, pobreza. Se trata de chicos que viven hipervigilantes, temiendo ser agredidos en cualquier momento; se encuentran profundamente deprimidos, y en algún punto no pueden soportar más y explotan.
Langman concluye que la prevención pasa por tener especialistas preparados en las escuelas y los lugares de socialización. Si bien hay muchos otros factores que todavía no están esclarecidos, la solución se encuentra en políticas públicas de salud mental.
Políticas públicas que, por cierto, en México son muy limitadas o casi inexistentes.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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