Con el segundo tiroteo escolar en menos de tres años, parece que Mexico está reproduciendo otras expresiones de violencia no directamente relacionadas con el narcotráfico. Nos toca decidir si seguiremos el ejemplo del vecino del norte: olvidar, tapar y seguir; o vernos al espejo, reconocernos y recordar para sanar
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El 10 de enero en el Colegio Cervantes de Coahuila, Torreón, a las 9:30 de la mañana, un alumno de 11 años fue al baño y salió blandiendo dos pistolas. Disparó las armas contra su maestra, causándole heridas que le quitaron la vida, y otros miembros de la comunidad escolar, de los cuales seis resultaron heridos. Terminó quitándose la vida.
El trauma colectivo funciona igual que el individual. A nivel personal, tenemos una tendencia natural –de sobrevivencia, quizá—por ignorar u olvidar los eventos traumáticos que experimentamos. Pero sólo recordándolos y reconociéndolos podemos sanarlos, tratarlos, recuperarnos de ellos.
“Recordar y volver a contar la verdad sobre eventos terribles son prerrequisitos para restaurar el orden social, así como para que las víctimas individuales puedan sanar”, escribe la doctora Judith Herman en su libro Trauma and Recovery.
Hay sociedades que son mejores que otras para rescatar su historia y reconciliarse con sus pasados dolorosos. Un ejemplo es Alemania con los memoriales del holocausto nazi. En buena parte, los países sudamericanos son también así, con el memorial a los desaparecidos en Argentina, por ejemplo.
Por otro lado, están aquellos países que existen en la superposición de los eventos cotidianos, borrando con cada día el anterior, diciéndose que se redefinen, reinventándose, en parte, constantemente. Estados Unidos es uno de estos casos.
Lo platicaba con el corresponsal de La Jornada en Estados Unidos, David Brooks, en uno de los entrañables locales de Nueva York que ha sobrevivido los embates de la gentrificación y la moda hípster. Él ha presenciado los eventos, las luchas y los vaivenes de esta nación por años; hablábamos sobre cómo el país optó por olvidar la esclavitud, la guerra de Vietnam, recientemente la de Irak, entre muchos eventos dolorosos de su historia.
“Cuando la víctima ya está devaluada, puede enfrentarse con que los eventos más traumáticos de su vida están fuera del ámbito validado socialmente. Su experiencia se vuelve tabú”, explica Herman sobre la importancia del respaldo y apoyo colectivo en la denuncia de los problemas.
Lo ha dicho también Bryan Stevenson, reconocido activista por la justicia y abogado. Específicamente, en una entrevista con el periodista Ezra Klein en su podcast de Vox, Stevenson habla sobre la importancia de eliminar las estatuas de los soldados confederados en las ciudades del sur de Estados Unidos, así como reconocer y recordar las atrocidades cometidas contra la población negra durante la era de la esclavitud en este país. Pareciera increíble, pero hace poco tomé un recorrido histórico de una de las plantaciones en Nashville, Tennessee, donde los historiadores han reconstruido la experiencia de las personas esclavizadas. Es el único tour desde esa perspectiva en el país y tiene apenas dos años.
Así como su ubicación geográfica, México está a la mitad de ambos mundos. Recordamos selectivamente y olvidamos lo que podemos. Avenida Reforma es un desfile de monumentos a los eventos más dolorosos de nuestra historia reciente, pero seguimos concibiendo el conflicto del narcotráfico como un problema entre “ellos” y “nosotros”, como explica Karina García Reyes en su artículo publicado por El País la semana pasada.
Parte de la importancia de recordar es entender para no repetir; para reconciliar.
La noticia del evento del Colegio Cervantes de Torreón causó revuelo. Porque a pesar de que socialmente nos hemos acostumbrado, entumecido ante una dosis de violencia impensable, esto era diferente.
Ayer el diario Reforma sacó una nota enlistando todos los casos de violencia con armas de fuego en las escuelas en México: un suicidio, un disparo accidental, un padre atacando a una maestra, una bala perdida y un tiroteo escolar contra estudiantes y alumnos. Fuera del último caso, ninguno contaba con las particularidades del caso de Torreón de la semana pasada: un menor de edad con armas de fuego en una escuela llevando a cabo un ataque premeditado con la intención de matar a una o más personas además de sí mismo. Mismas características, hay que aclarar, de los tiroteos escolares de Estados Unidos durante las últimas dos décadas.
Según una entrevista que le hizo el periodista Javier Garza Ramos a Dave Cullen, autor del libro Columbine sobre los tiroteos escolares en Estados Unidos, la mayoría de estos ataques han sido recreaciones del sucedido en Columbine en 1999. Vale la pena preguntarnos si Estados Unidos, desde entonces, ha sabido colectivamente lidiar con los efectos del trauma de estos eventos. ¿Han sabido recordar, reconocer, confrontar esta realidad?
México está en una posición particular donde vive embebido en la violencia desde hace más de una década, donde las armas de fuego fluyen del norte con la facilidad con la que flota un crucero en mar abierto, donde el INEGI registró un promedio diario de 102.6 asesinatos durante el mes de junio de 2019, donde según los últimos datos de la Secretaría de Gobernación hay más de 60 mil desaparecidos en el país y donde nueve mujeres son asesinadas a diario. Pero ahora, con el segundo tiroteo escolar en menos de tres años, parece que también estamos reproduciendo otras expresiones de violencia que no están directamente relacionadas con el combate al narcotráfico.
Nos toca, en la posición fronteriza literal y metafórica en la que existimos entre el resto de Latinoamérica y Estados Unidos, decidir si seguiremos el ejemplo del vecino del norte: olvidar, tapar y seguir; o el de los hermanos del sur: vernos al espejo, reconocernos y recordar para sanar. La manera en que reaccionemos a estos primeros tiroteos escolares será importante. Quizá ahí esté al menos parte de la clave para, como los individuos que sufren las secuelas del trauma, repararnos.
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Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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