“Ya supérenlo”

8 noviembre, 2019

México nunca ha explorado los alcances de daño que implica la conquista. No es un “ya supérenlo”. Los pocos estudiosos que se acercan a los hoyos negros que dejó la colonización en América insisten: la colonización ni siquiera ha terminado

@lydicar 

Una nota en el portal de El Universal sorprende, y no sorprende: descendientes de Hernán Cortés y de Moctezuma aparecen en un evento público: se abrazan y emulan el encuentro que sus antepasados se dieron hace unos 500 años. El descendiente de Cortés ofrece disculpas por su antepasado. Lo hace, dice, porque México ya necesita “liberarse de esa energía negativa”. El descendiente de Moctezuma revira: “no es necesario” pedir (SIC) disculpas. 

No quisiera entrar en el dilema de cuestionar quién diablos son este par (de pobres diablos) para decidir qué disculpas necesitamos o no, y para qué.

Pero viene a cuento por dos reflexiones. Justo este día en una clase exploramos los alcances infinitamente mayores de la justicia restaurativa (cuando es realmente llevada a cabo), frente a la punitivista.

Esta última es entendida como simples años de cárcel, o castigo, sin ninguna restauración a la víctima o la comunidad. Los aumentos de prisión no han llevado a ningún lado.

La experta en justicia restaurativa que impartió la clase narró con emoción lo que significaba para muchas víctimas –algunas de ellas, de delitos graves, como la violación, asaltos con violencia– escuchar arrepentimiento sincero por parte de los victimarios. Y cómo atraía cierta paz, la constricción genuina de un victimario.

La justicia restaurativa no se centra en el castigo, sino en el daño. Se cuestiona: ¿Qué necesita la víctima para sentirse segura, para regresar, aunque sea un poco al estado anterior?, ¿qué falló en el Estado o en la comunidad, para permitir que algo así ocurriera?, ¿de qué manera se dañó la comunidad?, ¿cómo elaborar una reflexión colectiva, para restaurar la armonía?, ¿para que el victimario comprenda el alcance de sus actos?

La justicia, vista desde aquí, es algo muy parecido a lo que reflexionó Dostoyevsky durante toda su vida. El inigualable novelista dedicó prácticamente toda su obra literaria a explorar los  alcances de los crímenes y el castigo. Él concluía que en el antiguo pueblo ruso, cuando un hombre cometía un crimen, la comunidad sentía pena por esa persona. Y es que el crimen aísla a ese hombre o mujer, de su comunidad y de la idea de Dios. El destierro –un castigo recurrente– implicaba eso: la acción física de alienar al hombre de aquello que lo sostiene. 

Volviendo a los dos descendientes de Moctezuma y Cortés, pues el chiste se cuenta solo. 

Pero hay una segunda arista. México nunca ha explorado los alcances de daño que implica la conquista. No son malas vibras, ni “energías negativas”. No es un “ya supérenlo”. Los pocos estudiosos que se acercan a los hoyos negros que dejó la colonización en América, África, insisten: la colonización ni siquiera ha terminado. 

No necesitamos buenas vibras. Necesitamos descolonizar el alma.

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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

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