La embajada roja

1 noviembre, 2019

Lúgubre como la guerra fría, en la sede de la Embajada Rusa también estuvo la aristocrática casa de la Condesa de Miravalle. El palacete sobrevivió a la Revolución Mexicana y se convirtió en uno de los centros de espionaje y conspiraciones más célebre de Tacubaya

@ignaciodealba

México fue el primer país en América en permitir que la Unión Soviética tuviera una embajada en su territorio. La sede diplomática está en las orillas el legendario barrio de Tacubaya. Es una casona que se instaló en lo que fuera una finca de la Condesa de Miravalle. 

Tacubaya era un sitio alejado del centro de la capital mexicana, donde la Condesa de Miravalle tuvo una extensa finca pulquera y de siembra. La colonia Condesa lleva ese nombre por la noble mujer.

Después de la Colonia, el sitio quedó fraccionado en varias propiedades famosas como La Hormiga, que el presidente Lázaro Cárdenas convirtió en la casa presidencial de Los Pinos. 

Tacubaya también fue (alguna vez) un lugar tranquilo con prados alegres y barrancas con ríos, algunas empresas aprovecharon la caída del río Santa Fe–Tacubaya para instalar sus molinos: Belén, de las Flores, Valdés, Santo Domingo y del Rey. Pero muchos quedaron definitivamente dañados durante la intervención estadounidense de 1847, cuando fueron bombardeados por la artillería enemiga. 

A principios del siglo XX, el futbolista Jorge Gómez de Parada y su esposa Dolores Rubín Escandón de Buch recibieron como regalo de bodas el casco de la hacienda de la Condesa de Miravalle. La pareja muy a la moda de la época decidió modernizar la  construcción. Ahí se realizaron elegantísimos bailes, tamalizas y picnics. Algunas fotografías muestran el impresionante chalet rodeado de fuentes y árboles frutales.

Los habitantes de la “Casa Buch” se fueron a vivir a Europa durante la Revolución Mexicana. Se largaron con todo y 30 caballos finos.

Gómez de Parada alquiló la casa a la Embajada de Brasil y en 1942 vendieron el palacete a la Unión Soviética. El sitio se ubicó en la avenida que ahora se llama José Vasconcelos, y es la calle lateral del Circuito Interior.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, México se convirtió en uno de los centros de espionaje más importantes del mundo. Había rusos, estadounidenses, tráfico de armas, refugiados de dictaduras. Líderes de izquierda latinoamericana conspiraban revoluciones. Los movimientos artísticos florecieron con fuerza y en esa mescolanza las embajadas se volvieron centros de todo tipo de espionaje.

Una de esas redes estuvo liderada por Leonidas Eitingon, quien en los años 40 tuvo el encargo de encontrar el secreto de la bomba atómica que fabricaban los estadounidenses.

Eitingon también planeó el asesinato del político soviético Leon Trotsky, que fue asesinado en Coyoacán. 

Los mexicanos no quedaron fuera de los circuitos de espionaje. Por ejemplo, una de las ideas era involucrar a diversos grupos de comunistas mexicanos para sacar al asesino de Trotsky, Ramón Mercader, de Lecumberri y llevarlo a la Unión Soviética. Al plan, ordenado por el propio Stalin, se le conoció como la Operación Gnomo.

En la Operación Gnomo estaba el mexicano Juan Gaytán Godoy, quien sería el encargado de comprar un barco para sacar del país a Mercader. Para sorpresa de todos, Gaytán se robó el dinero y se largó de México con la esposa de un funcionario soviético.

Mercader tuvo que pasar 16 años en la cárcel, pues las operaciones para sacarlo de la cárcel jamás funcionaron.

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).