20 diciembre, 2025

En las prisiones femeninas de la Ciudad de México, los grupos de Alcohólicos Anónimos ofrecen un refugio emocional ante la depresión y el aislamiento. Allí, las internas encuentran escucha y apoyo para imaginar una vida diferente
Texto: Jade Guerrero
Foto: Sashenka Gutiérrez / Archivo Cuartoscuro
Ciudad de México.— En el eco frío y las rutinas deshumanizantes de la prisión, donde el tiempo parece un peso más que una medida, un murmullo de esperanza se abre paso cada semana. Son las voces de mujeres que se reúnen en círculo, no por obligación, sino por un deseo frágil y poderoso: el de sanar. En estos grupos de Alcohólicos Anónimos dentro de los penales femeninos, el simple acto de compartir una historia se convierte en un primer acto de libertad, un antídoto contra el carcelazo que hunde el ánimo cuando se niega un beneficio o se cierra una puerta.
Allí, guiadas por voluntarias que también conocen el camino de la adicción, las internas encuentran algo más raro que cualquier privilegio carcelario: una escucha sin juicio. Muchas llegaron con la vida fracturada por el alcohol y otras sustancias, cargando culpas, hijos perdidos y redes rotas. En el encierro, la ansiedad y la depresión acechan. Pero en ese círculo, palabra a palabra, comienzan a desarmar el dolor que las llevó a consumir y a imaginar, por primera vez en mucho tiempo, un futuro distinto al de estas paredes.
El verdadero impacto de estas reuniones se mide en sus ecos. Se ve en la mujer que, tras recuperar su libertad, corre por las calles para no llegar tarde a su grupo en el exterior. O en quien, como Karina, reconstruye su vida, retoma estudios y recupera a su familia. No es caridad; es el poder transformador de una comunidad que sana a quienes acompañan y a quienes son acompañadas.
Alberto C., coordinador custodio clase B y miembro con más de 24 años de sobriedad dentro de Alcohólicos Anónimos, explica cómo este programa ha logrado abrirse paso en penales femeniles gracias a la constancia de voluntarias y voluntarios, pero sobre todo a la receptividad de las mujeres internas, quienes, en sus palabras, “llegan con dolor, sentimientos acumulados y mucho miedo, pero que poco a poco descubren que pueden reconstruir su vida”.
El alcohol, explica, suele ser la puerta de entrada a otras sustancias. Aunque AA trabaja exclusivamente el tema del alcohol, la realidad dentro de los centros femeniles es clara: la mayoría de las internas que se acercan a los grupos enfrenta una doble dependencia —alcohol y drogas—, muchas veces derivada de intentos por sobrellevar violencias, precariedades o entornos familiares complejos.
Para las mujeres, este consumo no solo las lleva a escenarios de riesgo, sino también a procesos penales marcados por desigualdades previas. Una vez en reclusión, muchas llegan cargadas de culpa, con redes familiares rotas y, en no pocos casos, separadas de sus hijos. El encierro impacta de forma distinta: la falta de atención emocional, la sobrepoblación y las rutinas rígidas provocan episodios severos de ansiedad y depresión.
“Allá adentro le llaman carcelazo —explica—. Es cuando les dicen que su beneficio fue negado, que no les bajaron nada de su condena, y se vienen abajo”. En ese estado, muchas mujeres encuentran en AA un espacio seguro, acompañado y libre de juicio, donde pueden hablar de su historia, de su consumo y de su deseo de cambiar.
El ingreso del programa a los centros penitenciarios femeniles depende de la coordinación con la Subsecretaría del Sistema Penitenciario. Las y los voluntarios presentan planes de trabajo, horarios y dinámicas de sesión, además de cumplir con requisitos de seguridad, vestimenta y control interno. Solo mujeres ingresan a los penales femeniles, como una medida para evitar malentendidos y mantener el enfoque en la recuperación.
La dinámica varía según el centro. “En Santa Marta, por ejemplo, los grupos sesionaban lunes, miércoles y viernes, con alrededor de 20 internas por reunión. En Tepepan, donde existen dormitorios de desintoxicación y psiquiatría, las sesiones se realizan diariamente, lo que permite un acompañamiento más intensivo”, explica Alberto.
El objetivo es que las propias internas conduzcan poco a poco las reuniones. “Llegamos, les damos confianza, les enseñamos cómo se abre una sesión, y con el tiempo las reuniones son de ellas”, detalla.
AA se integra también a otros procesos institucionales como tratamientos psicológicos, terapias, actividades recreativas y programas de desintoxicación. En los casos de internas que reciben tratamiento psiquiátrico, el programa no sustituye ni contradice la atención médica. Por el contrario, desde el grupo se les anima a continuar con sus tratamientos, seguir las indicaciones de las autoridades y respetar el uso de sus medicamentos. “Nosotros jamás les decimos que dejen sus medicinas o que no hagan caso a la autoridad”, subraya.
Además de su labor terapéutica, los grupos de Alcohólicos Anónimos que operan dentro de los centros penitenciarios cuentan con reconocimiento formal. De acuerdo con Alberto, estos grupos están registrados, tienen nombre, fecha de inicio y celebran aniversarios con autorización institucional, al igual que cualquier grupo fuera del sistema penitenciario. Esta formalidad ha permitido que las autoridades reconozcan a AA como una herramienta legítima de acompañamiento y reinserción social.
El impacto se refleja en historias concretas. Alberto recuerda a una interna de Santa Marta que, tras recuperar su libertad, continuó asistiendo a AA fuera del penal. “Me la encontré meses después corriendo para llegar a su grupo. Eso fue muy alegre para mí”, recuerda.
También comparte el caso de Karina, una mujer que durante su reclusión encontró apoyo en el programa. Al salir, retomó sus estudios, terminó una carrera técnica en enfermería y reconstruyó su vida familiar. “Me dio mucho gusto y orgullo ver lo que logró”, afirma.
De acuerdo con Alberto, entre el 25 y 30 por ciento de las mujeres continúa con el programa tras salir en libertad, un porcentaje similar al de quienes llegan a grupos fuera del sistema penitenciario.
Para quienes integran Alcohólicos Anónimos, el trabajo dentro de los penales no se concibe como un acto de caridad ni asistencialismo. Alberto explica que el servicio forma parte del propio proceso de recuperación de quienes participan en el programa, ya que compartir la experiencia y acompañar a otras personas es una forma de sostener la sobriedad y mantener vivo el sentido comunitario de AA.
En un sistema penitenciario donde los programas con enfoque de género siguen siendo insuficientes, AA se ha convertido en un espacio de contención y reconstrucción. Para Alberto, acompañar estos procesos es una de las experiencias más gratificantes de su vida en la comunidad: “Ver a una persona llegar devastada y luego recuperar esperanza, vínculos y sentido de vida no se paga con nada”, concluye.
Alcohólicos Anónimos cuenta con grupos de apoyo en distintos puntos del país, incluidos centros penitenciarios. Las personas interesadas en conocer el programa pueden acercarse a los directorios locales de AA o solicitar información a través de los canales oficiales de la organización:
Tel: 55 5705 5802, 55 5705 5658, 800 561 3368
Horario: Lunes a viernes de 10:00 a 15:00 y de 16:00 a 21:00 horas. Sábado de 10:00 a 14:00 horas.
Sitio web: www.aa.org.mx
Alcohólicos Anónimos, Sección México, A.C.
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