8 noviembre, 2025

Un informe de Oxfam revela que el 1% más rico es el principal responsable del colapso climático. Sus inversiones en sectores contaminantes y su poder de lobby político minan cualquier avance real. Las comunidades más vulnerables, aunque menos responsables, son las más afectadas. La cumbre climática en Brasil se perfila como un enfrentamiento entre el poder económico y la justicia ambiental
Texto: Jade Guerrero
Foto: Ricardo Stuckert/PR
CIUDAD DE MÉXICO. – En días recientes, el Comité de Oxford para el Alivio del Hambre Internacional (Oxfam), junto con un grupo de investigadores y especialistas internacionales, dio a conocer datos que revelan cómo gran parte del colapso climático es responsabilidad del 1 % más rico de la población. Recordemos que, tan solo en 2024, la temperatura media mundial superó por primera vez el límite de 1.5 °C acordado a nivel internacional.
El deterioro ambiental y los efectos del cambio climático, impulsados en gran parte por el uso de combustibles fósiles, nos invitan a preguntarnos: ¿qué se está haciendo realmente para revertir la situación e identificar a los actores que han contribuido más a esta crisis?
Según datos e investigaciones de Oxfam, los países más ricos son los principales responsables de las emisiones históricas de carbono que han impulsado el aumento de la temperatura global. Además, las personas ricas, sin importar en qué parte del mundo vivan, continúan contribuyendo de manera significativa a esta crisis ambiental.
Tan solo una persona que esté entre el 0.1 % más rico del mundo emite más de 800 kg de CO₂ al día, mientras que una persona que se encuentra entre el 50 % no rico emite tan solo 2 kg de CO₂ al día. Es así como podemos ver cómo una sola persona rica genera más emisiones en un día, en comparación con lo que puede llegar a generar una persona no rica en un año, lo que lleva a la conclusión de que el nivel de emisiones de los más ricos es insostenible y que deben reducir de manera urgente y significativa sus emisiones.
Oxfam menciona datos importantes de la Guía Técnica para el Cálculo de Emisiones de Alcance 3del Greenhouse Gas Protocol (GHG Protocol), en donde se habla de las diferentes variables del problema; en ella se menciona que está demostrado que los más ricos son quienes dirigen, invierten y obtienen beneficios de empresas contaminantes.
Es así como sale a la luz que casi el 60 % de las inversiones de los millonarios se realizan en «sectores de alto impacto en el cambio climático», como lo son empresas de petróleo, mineras y de gas.
Por otro lado, tenemos al sector bancario, que de igual manera influye enormemente al financiar la crisis climática; en donde 60 de los mayores bancos del mundo han proporcionado alrededor de 7.9 millones de dólares al sector de combustibles fósiles en un lapso de ocho años (2016-2023).
Mientras el dinero siga fluyendo hacia los combustibles fósiles, cualquier intento de frenar la crisis climática será una contradicción. El cambio no solo depende de decisiones políticas, sino también del rumbo que tomen las finanzas globales.
En Estados Unidos, las grandes empresas destinan enormes sumas de dinero para influir en las decisiones políticas y frenar las regulaciones ambientales. Tan solo las corporaciones vinculadas al petróleo y al gas invierten cientos de miles de dólares en campañas de lobby cada año, buscando proteger sus intereses económicos y retrasar cualquier avance real hacia la reducción de emisiones y el abandono de los combustibles fósiles.
La presencia de estos grupos de presión en los espacios donde se discuten las soluciones climáticas refleja el poder que conservan las industrias más contaminantes sobre las decisiones globales. Su capacidad para intervenir y moldear las políticas internacionales no solo frena los acuerdos más ambiciosos, sino que también desplaza a las voces que deberían tener un papel central en la conversación.
Este tipo de dinámicas termina por minar los acuerdos globales sobre el clima. Durante la COP29, más de 1700 representantes de los sectores más contaminantes, como el petróleo, el gas y el carbón, estuvieron presentes en las discusiones, mientras que las voces de las comunidades más vulnerables quedaron relegadas: solo 180 representantes indígenas participaron entre más de 50 000 asistentes.
De igual manera, existen estrategias publicitarias en donde las grandes compañías han logrado manipular la percepción social sobre la crisis climática. La famosa calculadora de huella de carbono de BP (British Petroleum) fue parte de esta estrategia: una herramienta que culpabiliza al individuo mientras oculta la responsabilidad de las corporaciones.
Paralelamente, el sector de los combustibles fósiles destina millones a financiar campañas de desinformación que confunden y distraen del verdadero origen del problema.
Lo más preocupante es que parte de las grandes fortunas del mundo están financiando grupos racistas y de extrema derecha que niegan el cambio climático. Estas alianzas buscan frenar las políticas de transición ecológica y crear un ambiente político hostil hacia la acción climática, propagando al mismo tiempo la división y el odio.
Además, el impacto del cambio climático no solo destruye el medio ambiente, también profundiza el hambre y la desigualdad. Las olas de calor y la pérdida de cultivos ya cobran vidas: más de un millón de muertes están asociadas a las temperaturas extremas, sobre todo entre mujeres y personas mayores. Paradójicamente, las poblaciones que menos han contribuido a esta crisis —las más pobres, los pueblos originarios y las mujeres— son las más afectadas, aunque siguen siendo las principales defensoras de la tierra y de la vida.
De acuerdo con la investigación de Oxfam, y frente a las evidentes consecuencias del cambio climático provocadas por el uso de combustibles fósiles, aún hay margen para actuar: el panorama no está completamente perdido. Sin embargo, las medidas deben ser inmediatas y profundas, orientadas no solo a frenar el colapso climático, sino también a reducir las enormes desigualdades económicas y de poder. La riqueza extrema intensifica las emisiones y sostiene estructuras que benefician a las grandes corporaciones, perpetuando un sistema que evade responsabilidades y regula en favor de unos pocos. Ante esto, Oxfam lanza una petición global para que los contaminadores ricos paguen.
La COP30, que inició el 6 de noviembre, en Brasil, será una oportunidad decisiva para evidenciar las desigualdades que sostienen la crisis climática. Urge exigir a los gobiernos acciones concretas: que el peso de la transición recaiga en quienes más contaminan y no en quienes más sufren sus efectos.
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