La celebración del Día de Muertos no festeja a la muerte, sino el vínculo con los difuntos, según la cosmología nahua. Para estos pueblos, los muertos-alma conservan un estatus de existencia y agencia, por lo que la festividad es un acto de reconocimiento a una relación social permanente, pero también delicada
Por Iván Pérez Téllez
Una de las ideas más aceptadas sobre la fiesta de Día de Muertos es que se trata de una celebración a la muerte. Esta concepción, bastante común entre intelectuales, escritores o periodistas —y no se diga entre los funcionarios y gestores culturales—, tanto como entre la gente no indígena del país, está bastante naturalizada. Sin embargo, la celebración del Día de Muertos es comprendida de un modo extraordinariamente distinto por los propios pueblos indígenas. Para los nahuas masewales de la sierra norte de Puebla, y con ellos muchos otros pueblos indígenas del país, lo que celebran es, por ejemplo, una relación especial que sostienen con sus familiares difuntos, dado que a los muertos-almas se les reconoce un estatus particular de existencia. Claramente no están vivos, pero continúan existiendo. Su existencia se expresa de distintas formas; la más común es la enfermedad: son ellos uno de los principales agentes patógenos; se ponen iracundos cuando no se realizan adecuadamente los rituales mortuorios —incluido Todos Santos—, cuando se les olvida o cuando no se acompaña de manera comunitaria a los deudos de algún difunto. Pero los ancestros son también los verdaderos dueños de lo que los vivos poseen en usufructo, en primer lugar, la tierra. Su importancia radica, de cualquier forma, en que son partícipes de la vida comunitaria, para bien y para mal. Todo esto tiene que ver, además, con la noción de persona masewal.
Según la exégesis nahua, cuando una persona muere deja un cuerpo inerte, pero su tonali-almaminiatura continúa su existencia en un lugar al que solo van los muertos adultos llamado Miktlan. Se desagregan, así, dos componentes que requirieron mucho esfuerzo para que —durante esa trayectoria humanizante— dieran lugar a una persona nahua. Dada su naturaleza peligrosa, el alma carente de cuerpo es tratada con sumo cuidado por medio de procedimientos rituales que, en el caso de Cuacuila, Huauchinango, Puebla, requiere las labores de un especialista llamado tlachpanke —el que barre—. Él será el encargado de lavar el cuerpo del difunto, de amortajarlo y de realizar una serie de procedimientos rituales para que el tonali-alma se marche y no impregne de mihkayotl (mortandad) el entorno. Para este momento inicial, el muerto no está desvinculado totalmente del cuerpo, pero ha comenzado un proceso de desagregación. El cuerpo será sepultado y se espera que el alma mude su residencia al lugar que le corresponde, el Miktlan.

Puesto que se trata de una suerte de “mudanza”, es imprescindible que el difunto lleve consigo en su féretro, además de su ropa, utensilios propios que denotan su género y su labor, pero miniaturizados. La mujer lleva, por ejemplo, dos ollas pequeñas en las que se vierte ceniza del fogón y del temazcal —iyolotlekuile, iyolotemaskale, ‘su corazón del fogón’ y ‘su corazón del temascal’, respectivamente—, para que refunde su hogar, además de un telar de cintura pequeño. El hombre llevará, a su vez, un machete y un arado de madera labrada, propios de sus labores agrícolas. El difunto —sea hombre o mujer— llevará también comida para su viaje, comida humana y de muerto: siete tortillitas de masa de maíz y siete tortillitas de ceniza, además de un guajito con agua y tapado con un zacate especial llamado isakamihki. Desde el momento de la muerte, cuando el cuerpo es tendido durante la velación, el muerto empieza a recibir ofrendas alimenticias, una suerte de primer Todos Santos.

Los difuntos-alma son peligrosos, y encuentran siempre oportunidad o motivo para reclamar atención. Durante los novenarios, por ejemplo, la gente —principalmente familiares y amigos— debe acompañar a los dolientes y además colaborar en especie y con trabajo. Las personas nahuas señalan algo extraordinario: el nuevo muerto-alma será utilizado como una suerte de Western Union para enviar toda una serie de obsequios a sus parientes difuntos: flores, azúcar, maíz, alcohol o dinero. Al llegar al Miktlan, los muertos-alma preguntarán: «¿Qué me mandaron a mí?». De no acudir a las exequias y no llevar obsequios a la persona recién fallecida, será tomado como una afrenta por sus propios familiares difuntos, con consecuencias posiblemente aciagas. Al final, este inusual envío de ofrendas también podría ser considerado un tipo de Todos Santos. Los muertos-alma poseen, entonces, una existencia propia y paralela a la humana en un sitio especular similar al propio pueblo en que vivió. El Miktlan es un mundo de muertos-alma que vive una vida social, en el cual solo «hay» adultos casados. Los niños y las personas que no se casaron tienen otro destino, y reciben un tratamiento fúnebre un tanto distinto.
Pese a la cercanía y al afecto, los difuntos-alma, como toda alteridad, resultan amenazantes, por lo que deben permanecer convenientemente lejos. Solo en tiempos especiales es que pueden venir y reunirse con los vivos, un tiempo sancionado ritualmente que reconoce su existencia, su trabajo y la relación que une a humanos y no humanos. No se trata del reconocimiento de una existencia fantasmal, sino de una relación social que excede lo humano y que reconoce otro posible tipo de existencia, que no se reduce a lo vivo y lo muerto. Es decir, la cosmología masewal reconoce la presencia de muertos-almas diminutos que continúan existiendo en un dominio propio y que siguen teniendo agencia y capacidad de acción sobre el mundo humano. Celebrar a los difuntos en Todos Santos es, entonces, reconocer esta existencia y esa relación. No se festeja, entonces, a la muerte sino ese vínculo permanente entre humanos y difuntos-alma, y que se puede expresar de diversas formas, entre ellas en Todos Santos. Finalmente, como cualquier vínculo con el Otro, o con la alteridad, este puede resultar delicado, peligroso o dañino, pues, en el caso masewal, los muertos-alma sienten afecto y los quieren con ellos, es decir, los quieren muertos. De ahí lo delicado de esta relación.

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