La empresa Banca Mifel desalojó al inquilino Carlos Acuña de su departamento, quien tenía contrato vigente y dos amparos para protegerse. Es parte de una batalla que ha durado años en la que los vecinos del icónico edificio Trevi en el centro de la Ciudad de México luchan por su derecho a permanecer en sus hogares
Texto: Arturo Contreras Camero
Foto: María Fernanda Ruiz
Después de más de un año de lucha, Banca Mifel, una empresa de servicios financieros, desalojó al periodista Carlos Acuña de su departamento en el icónico edificio Trevi, frente a la Alameda Central. Este es el tercer desalojo en la ciudad luego de que el Congreso local modificara el artículo 60 de la Ley Constitucional de Derechos Humanos de la Ciudad de México, que brindaba una protección a los ciudadanos ante el riesgo de ser desalojados.
Carlos Acuña tenía un contrato vigente, y a pesar de que su arrendatario ya no recibía el pago de sus rentas, él las siguió pagando ante un juez para no caer en incumplimiento. Además, había tramitado un par de amparos para prevenir su desalojo y estaba en negociaciones con representantes de Banca Mifel para que no lo desalojaran.
“Esta mañana a las once am llegó un grupo de 20 personas, cargadores, acompañados por un notario a dar fe de que tenía que ser desalojado”, dice el periodista en plena calle sentado en un banco que solía estar en su casa. Alrededor de él, hay una base de cama, libreros, estantes y demás muebles. “Ellos (la empresa) han interpuesto juicios en mi contra, chuecos. Me acusan de falsificar mi propia firma o de no pagar rentas, que están consignadas en el juzgado 42”.
Además de haber sido desalojado, Carlos señala que recibió amenazas directas de la abogada de la empresa. “Que tenía que pagar los daños a la imagen que había causado a Banca Mifel, y a Público trabajo, pero bueno, yo hoy estoy aquí en la calle”.
Desde hace más de un año, Banca Mifel anunció a los vecinos su intención de comprar el edificio para convertirlo en un hotel boutique y en oficinas de coworking, espacios de trabajo abiertos y comunitarios que forman parte del modelo de encarecimiento y desplazamiento de los centros urbanos alrededor del mundo.
Cuando se enteraron, los vecinos y locatarios del edificio intentaron comprar el edificio, pero no pudieron juntar los 80 millones de pesos que la empresa les pedía. Después de ello, cada inquilino y arrendatario intentó negociar con la empresa para comprar su parte del inmueble, un departamento o un local, pero la empresa se negó. Era todo o nada.
Carlos es el primer vecino que desalojan del edificio, de los de por sí pocos que aún viven ahí. “Yo no soy el único ni el más vulnerable. Yo tengo capacidad para reconstruir mi vida, pero dentro del Trevi hay personas que son de la tercera edad, que si las lanzan a la calle, prácticamente las están matando”.
Desde julio, Carlos ya había tenido una primera amenaza de desalojo, sin embargo, las vacaciones de verano de los tribunales de la ciudad lo impidieron. Al no haber jueces que autorizaran el desalojo, éste no se llevó a cabo. En esa ocasión, Carlos y sus vecinos recibieron notificaciones previas, como marca la ley. Lo que les permitió generar una estrategia de defensa vecinal. Pero esta vez no fue así. La empresa no notificó del desalojo.
Desde hace un par de años la Ciudad de México es testigo de cómo empresas de construcción inmobiliaria se han hecho de edificios viejos, cuya propiedad no es clara, para crear plazas comerciales, oficinas o departamentos de lujo. Este proceso arrebata hogares a los habitantes de los edificios y promueve la gentrificación.
Ante ello, Carlos y otros vecinos que están en riesgo latente de ser desalojado se organizaron bajo el Observatorio Ciudadano 06000, que orquesta acciones de defensa, patrullaje y acompañamiento ante la amenaza que tienen sus miembros de perder sus casas.
“Lo que hicimos nosotros con la plataforma es reconocer que estos no son hipsters contra vendedores ambulantes o paracaidistas. Son conflictos de empresas que nos están arrebatando la ciudad a todos por igual. Vivimos en una ciudad donde la nada lo está devorando todo”, cuenta Carlos.
El periodista cita a la socióloga Saskia Sassen para explicar este fenómeno. Éste es un proceso de neocolonización – explica– un proceso de apropiación del suelo por parte de empresas.
“Lo que está pasando en la ciudad es equiparable a lo que pasa en el mundo con la extracción minera. Llegan a un territorio, despojan a la gente de sus tierras y la explotan hasta dejarla completamente estéril”, asegura. “En Italia tienen una metáfora para explicarlo: hay una nada que está avanzando, que está devorando todo, acabando con la belleza y la humanidad. Todo queda vacío”.
El desalojo, sin embargo, no deja a Carlos ni a sus vecinos sin aliento de lucha. Después del desalojo, el periodista y sus vecinos invitaron a toda la comunidad del centro a tomar la calle del edificio como una protesta pacífica.
“No nos faltan ganas de romper cosas y rayar paredes, pero creo que no son las proporciones. Por eso queremos hacer una fiesta para la comunidad. Demostrar que somos pacíficos. Traer música, traer vecinos. Demostrar los afectos de quienes nos están cuidando. No dejar que las empresas terminen con este sentido de comunidad”.
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