Memorias de un caracol funciona como un abrazo al corazón: nos invita a salir del caparazón cuando el miedo nos encierra. Nos recuerda que, pese a todo, merecemos felicidad y siempre podemos comenzar de nuevo
Texto: Andi Sarmiento
Foto: Tomada del trailer oficial
CIUDAD DE MÉXICO. – Memorias de un caracol es una animación en formato stop-motion del director australiano Adam Elliot, que le tomó casi una década realizar. La cinta la narra y protagoniza Grace, quien le cuenta su historia de vida a Silvia, su caracol. A través de una tragicomedia, la protagonista relata los acontecimientos que marcaron su vida desde la infancia hasta el presente.
Gilbert y Grace son hermanos gemelos. Su madre murió durante el parto, y su padre falleció años después, lo que llevó a separarlos y reubicarlos en dos familias muy distantes entre sí. Gilbert vive ahora con una familia religiosa extrema que lo tortura física y mentalmente, afirmando que «necesita a Dios para dejar de estar triste» mientras lo obligan a trabajar. Al otro extremo del país, Grace queda bajo el cuidado de una pareja que intenta animarla con frases vacías de motivación, sin escucharla ni mostrar emociones genuinas.
Su comunicación se da únicamente mediante cartas, las cuales les brindan esperanza y consuelo. A pesar de la distancia, ambos mantienen viva la ilusión de reencontrarse, lo que les permite sobrevivir en entornos donde no encajan: están lejos de su hogar original y sus nuevas familias ni logran, ni les interesa, empatizar con su situación.
Desde pequeña, Grace ha enfrentado múltiples duelos: primero la ausencia de su madre, luego la muerte de su padre y finalmente la separación de su hermano, su única compañía. Por eso, comienza a refugiarse en objetos materiales, especialmente figuras de caracoles.
A medida que crece, mientras acumula más caracoles, también acumula emociones. Usa el coleccionismo para sobrellevar la melancolía y la soledad, convirtiendo estos objetos en consuelo y parte fundamental de su identidad. Sin embargo, su fijación crece hasta el punto de que ya no logra liberar sus emociones sin recurrir a su colección, lo que termina obstruyendo su capacidad de sentir.
Durante años, Grace no establece vínculos fuera de su familia hasta que conoce a Pinky, su primera y única amiga. Pinky se convierte en un apoyo esencial. Juntas construyen una relación basada en el acompañamiento mutuo, compartiendo experiencias cotidianas. Ella impulsa a Grace a salir de una zona de confort que, paradójicamente, no le brinda comodidad alguna, pero de la que le aterra alejarse.
Grace debe comenzar a resignificar su soledad para tomar control de su estabilidad emocional, sin depender de objetos o personas. Para lograrlo, inicia un proceso de introspección: necesita cuestionar quién es más allá de sus caracoles, dejar de esconderse en lo material y enfrentar la nostalgia antes de que esta la consuma.
Todos podemos vernos reflejados en los caracoles. Cargamos un caparazón en espiral que nos protege: son nuestros recuerdos y experiencias, parte inseparable de nosotros. Su forma no es lineal ni circular, sino espiral, porque la vida está en constante movimiento. Aunque revisitamos momentos similares, nunca son idénticos.
Desde el nacimiento, la espiral se expande. Nuestro caparazón puede fortalecerse o debilitarse, pero siempre será un refugio ante el peligro. Sin embargo, un caracol no es solo su concha: también está el cuerpo blando que la sostiene. Esta parte frágil, vulnerable al entorno, es la que da movimiento y propósito al caparazón. Sin ella, la concha sería un cascarón vacío.
El caracol podría encerrarse para siempre, pero eso no lo protegería por completo y, además, lo privaría de explorar el mundo. Esta dualidad entre cuerpo y caparazón sirve como metáfora de cómo coexistimos con el pasado, el presente y el futuro. El caparazón simboliza el pasado que cargamos; el cuerpo, el presente que avanza hacia el futuro.
La vida solo se entiende mirando atrás, pero se vive hacia adelante. En el camino, enfrentaremos pérdidas, añoranzas y decisiones difíciles. Las adversidades serán inevitables, y es crucial permitirnos sentir cada emoción. Pero igual de vital es aprender de estas experiencias, replantearlas y actuar para crecer.
Memorias de un caracol funciona como un abrazo al corazón: nos invita a salir del caparazón cuando el miedo nos encierra. Nos recuerda que, pese a todo, merecemos felicidad y siempre podemos comenzar de nuevo.
Este filme está disponible en la Cineteca Nacional.
Me gusta escribir lo que pienso y siempre busco formas de cambiar el mundo; siempre analizo y observo mi entorno y no puedo estar en un lugar por mucho tiempo
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona