La reapertura del segundo piso del Museo Nacional de Antropología pone en debate cuál es la función de estos sitios y cuál ha sido su papel a lo largo de la historia: ¿dignificar a los pueblos, o preservar su sometimiento?
Texto: Camilo Ocampo
Fotos: Andrea Amaya
CIUDAD DE MÉXICO. – Era 6 de enero y, durante la apertura del nuevo piso del Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum dirigió unas palabras a los asistentes.
«Este año (2025) hemos decidido dedicarlo a la mujer indígena, porque si alguien no ha sido reconocido en la historia de México, son las mujeres indígenas (…). Así inauguramos este segundo piso, dedicándolo en particular a las niñas, a las jóvenes y a todas las mujeres de los pueblos originarios, que representan lo que es nuestra patria».
Los aplausos resonaron en la sala, pero una pregunta fundamental quedó en el aire: ¿para qué nos sirve un museo? ¿Es para reconocer a las comunidades indígenas como algo del pasado, o para enaltecerlas?
La respuesta, paradójicamente, podría encontrarse en las vitrinas de estos pasillos.
La edificación del museo en 1964 ocurrió en una época en la que se pensaba que las comunidades indígenas desaparecerían y se fundirían en lo que se denominó México moderno, por lo que se debía rescatar parte de su identidad. Esta creencia impulsó la creación de lo que hoy es un destino turístico casi obligado para nacionales y extranjeros.
Durante 60 años, en el museo se trató a las comunidades indígenas como parte de una mitología nacionalista, mientras se desmantelaron sus saberes ancestrales. Los pueblos se convirtieron en sujetos dignos de galería, despojados de todo sentido de pertenencia en un México cada vez más fascinado con el occidentalismo.
Ahora, tras una remodelación que comenzó en 2018, se enfrenta un nuevo reto: reconocer y dignificar las producciones intelectuales de los pueblos indígenas.
Esta es la temática de la exposición en esta segunda sala, que comienza con un mapa que identifica geográficamente a las comunidades indígenas del país. En él, los visitantes se toman fotos y algunos señalan los lugares de los que son originarios.
Lo que vemos son imágenes de las poblaciones indígenas actuales, luciendo su indumentaria tradicional. Más adelante, una tabla reconoce 68 lenguas indígenas.
Una parte clave de esta renovación, menciona Arturo Gómez Martínez, subdirector de Etnografía del Museo, es que «los pueblos han ido reclamando estos espacios, incluso sus propias autodenominaciones». Además, Gómez explica que se consultó a sectores de las comunidades sobre cómo querían ser representados y con qué elementos.
Y agrega:
«Es importante que las personas reconozcan que las comunidades indígenas no son algo del pasado, sino que están llevando a cabo sus propios procesos de gobernanza y determinación. Por primera vez se reconocen a las comunidades afromestizas y su relevancia en el plano nacional».
Máscaras exhibidas en el acervo de la sala Grandeza y Diversidad de México;
Mural bordado de Tenango, a través de los textiles se preserva la identidad de los pueblos.
Foto: Andrea Amaya
En las paredes, protegidos por vitrinas, se pueden ver códices y documentos en los que los pueblos reclaman espacios territoriales y plasman sus preocupaciones de la época, hechos en lienzos de tela y papel. Están junto a un mapa en petate que simboliza la lógica propia de figurar las geografías de los pueblos y cómo perciben sus espacios.
A medida que avanza el recorrido, también se narra la historia del despojo contra los pueblos y comunidades indígenas. Se muestra cómo las armas no fueron los únicos elementos que diezmaron a la población indígena durante la colonia, sino también las epidemias y la destrucción de la estructura social indígena para dar paso a procesos coloniales. En las vitrinas también se exhibe esta historia de despojo de ideologías y creencias.
El segundo piso del Museo Nacional de Antropología hace uso de la narrativa gráfica para reconocer a los pueblos y comunidades indígenas. Foto: Andrea Amaya
A lo lejos, entre los pasillos, destaca una réplica del penacho de plumas de Quetzal, perteneciente al noveno Tlatoani Moctezuma II. La pieza original se encuentra en el Museo de Etnología de Viena. La saquearon exploradores extranjeros.
El penacho no solo representa una parte de la historia de lo que hoy conocemos como México, sino que también es símbolo de la colonización a través de los museos. En su libro Decolonizzare il museo, la antropóloga Giulia Grechi lo explica:
«Los museos etnográficos nacieron como consecuencia del saqueo colonial, lo que significa que las colecciones llegan con un ‘bagaje manchado’ de genocidio y muerte. A pesar de ello, muchos museos deciden guardar silencio sobre el origen de sus colecciones.»
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Sin embargo, entre los pasillos también se pueden apreciar obras intelectuales de personas de diversas comunidades, como el mural de Giovanni Fabián Guerrero, un artista purépecha que refleja en las paredes del museo la ritualidad de una de las festividades más importantes de su pueblo, el Corpus, y su relación con el bosque.
Arturo Gómez reflexiona sobre esto:
«En las salas no se usa la palabra ‘artesanía’. Los objetos están dignificados en sus vitrinas, se miran y se aprecian como creaciones culturales. El público debe juzgar en qué lugar encajan todas estas creaciones humanas. Lo que se muestra aquí está en un mismo nivel, como obras humanas, como creaciones increíbles».
Adriana observa las últimas piezas expuestas en el museo. Está sentada en una banca y reflexiona sobre el nuevo enfoque del que habla Arturo:
«Está bien, pero a la vez no», dice, mientras la gente va y viene por los pasillos.
Luego profundiza en su reflexión:
«Está bien porque se busca visibilizar a esas etnias prácticamente marginadas en nuestra sociedad, pero yo creo que, en lugar de verlos como piezas de museo, deberíamos incluirlos en otras actividades. Aquí los sometemos a eso, a que se conviertan en objetos de museo.»
Por otro lado, Daniel Constantino, quien está acompañado de su familia, encuentra esta exhibición interesante porque «habla de las culturas de nuestro país y las artesanías que realizan».
Y añade:
«Me parece perfecto que se incluyan a las comunidades indígenas, porque al final es parte de nuestra cultura, es patrimonio de nuestra nación, algo que pocos conocen y de lo que realmente deberíamos ser conocedores como nación, pueblo y país. Exhibir y mostrar lo bello que son nuestras regiones indígenas y todo lo que hacen».
Las respuestas de Adriana y Daniel reflejan dos posturas opuestas sobre el propósito de los museos. Un debate en el que algunos sostienen que son lugares de mera contemplación. Y otros, defienden que son espacios para generar conciencia sobre diversos temas.
Ahora las comunidades se enfrentan a un nuevo desafío: ¿cómo preservar la riqueza cultural sin hacer que quede atrapada entre los vidrios de los museos?
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