Fundada la Villa Rica de la Veracruz, los conquistadores siguieron su camino en busca de riquezas y de la capital del imperio azteca. En Cempoala, Hernán Cortés consolidó una de las alianzas más estratégicas para ganar Tenochtitlán
Después de que los europeos dejaron los médanos de la costa de lo que hoy es Veracruz para adentrarse en las tierras descubiertas, se encontraron con pueblos habitados por totonacos.
Algunas pequeñas victorias de guerra fueron suficientes para que los españoles fueran invitados por el gobernante local, el famoso “cacique gordo”, un hombre tan grande y pesado que apenas se podía mover. El mórbido totonaca se mandó disculpar con el capitán Hernán Cortés por no recibirlo a la entrada del pueblo, y los esperó sentado en su aposento.
En su entrada a Cempoala, en el año de 1519, un soldado de a caballo le pareció ver que los basamentos y construcciones del sitio eran de plata. Así que a rienda suelta volvió con el capitán Cortés para relatarle que vio todo tan riquísimo. Pero los totonacos les confirmaron que aquello era cal. El deslumbrado caballero fue la comidilla de la expedición conquistadora.
Los pueblos de la región eran gobernados desde ese poblado cercano a la Villa Rica, donde los conquistadores escucharon de la riquísima Tenochtitlán y su emperador Moctezuma II.
El emperador azteca también supo de los visitantes llegados de oriente. De eso se enteró Cortés cuando, intrigado, preguntó qué hacían algunos dibujantes en un papel extraño y le dijeron que eran los pintores reales mandados por Moctezuma II, pues el emperador quería saber la apariencia de los recién llegados. Entonces, el conquistador ordenó a sus soldados que mostraran sus lances y hazañas para ser retratados como todo un poderío.
Los europeos no eran muchos ni tan poderosos como se vendían. Cuando llegaron a Cempoala traían el hambre y desgaste de varios días. La gente del lugar les ofreció ciruelas, tortillas de maíz, bebida de cacao y “piñas de rosas”, lo que fue suficiente para que los recién llegados nombraran al lugar como Villaviciosa.
Hernán Cortés repitió su perorata: que eran enviados de el gran señor emperador Carlos V, que venían a deshacer agravios y que si sabían dónde había oro les dijeran por favor.
Rápidamente, el jefe totonaca se quejó del emperador Moctezuma II, quien se llevaba mujeres vírgenes para sacrificios, esclavos y riquezas de Cempoala. La queja del cacique gordo fue tan amarga que lloró en su relato. Aquello era música para los oídos del conquistador, que poco a poco fue entendiendo que este era apenas uno de muchos pueblos vasallos a los que los aztecas cobraban tributos. Era la puerta abierta a ganar alianzas.
Siendo un hombre hábil y muy tramposo, Cortés ordenó a los totonacos de que apresaran a los recaudadores de Moctezuma II cuando llegaran. Luego, cuando los aztecas fueron detenidos, el capitán los interrogó y se hizo el desentendido sobre las causas de su aprisionamiento. Al contrario, les habló con halagos, los convenció que él era su aliado, y los liberó sin que se enterasen los totonacos.
Al día siguiente las tropas de Cortés regañaron a los carceleros por dejar libres a los recaudadores. A cambio, los europeos ganaron simpatía con Moctezuma II, quien a los pocos días mandó cargas de oro como agradecimiento.
Otra de las tretas de Cortés con los totonacos fue relatada por Díaz Del Castillo en su Historia Verdadera de la Nueva España: los nativos se quejaron de algunos pueblos cercanos que eran enemigos y le pidieron al extremeño que los ayudara a combatirlos.
A Cortés le bastó un solo hombre para lograrlo: el viejo Heredia, un anciano horrible que fue descrito así por Bernal: “era vizcaíno y tenía mala catadura en la cara, y al barba grande y la cara medio acuchillada, y un ojo tuerto, y cojo de una pierna, y era escopetero”.
El viejo Heredia era un hombre tan feo y los conquistadores tan desconocidos en esas tierras ignotas, que la pura fealdad del anciano bastó para apaciguar los pueblos.
Heredia fue mandado a un río cercano del pueblo enemigo. Iba con la cabeza descubierta y echando tiros al aire con su escopeta, cual rayo. Los enemigos de los totonacas se echaron a correr ante el terrible espectáculo.
Los conquistadores salieron de Cempoala el 10 de agosto de 1519, con oro y mantas preciosas. Los pobladores también les dieron 400 tamemes, es decir, indios de carga para llevar las cosas. Además, las hijas de algunos jefes indígenas fueron regaladas a los nuevos aliados, quienes aceptaron tomarlas después de bautizarlas. Una fue la Catalina, otra la Francisca. De las demás no se recuerdan sus nombres.
El siguiente punto al que irían los conquistadores fue con los tlaxcaltecas, grandes aliados de los totonacos y acérrimos enemigos de los aztecas. Cortés y los suyos seguirían sumando aliados contra Moctezuma II.
Pero la del cacique gordo de Cempoala fue una de las alianzas más estratégicas de Cortés para invadir Tenochtitlán.
Hoy, la vegetación del lugar sigue siendo tan tupida como en esos días: un cálido vergel con exuberantes maderas y flores. Arboladas gigantes que ensombrecen el día, insectos carnívoros y aves coloradas.
Actualmente en Cempoala se encuentran algunos basamentos arqueológicos. La entrada al lugar es resguardada el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Para entrar hay que pasar por la autorización de un tirano gordo que cobra la entrada.
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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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